«Estamos comprando todas las fichas para que la próxima pandemia ocurra en nuestro país»

La activista ecológica advierte en diálogo con El Grito del Sur sobre el desastre ambiental que se nos viene si todo sigue como está. "La mitad de la gente va a emigrar a otros lugares buscando donde sobrevivir porque van a habitar en zonas sin agua y sin la posibilidad de cultivar alimentos", plantea.

El año pasado Philip Alston, el Relator Especial de las Naciones Unidas sobre la pobreza extrema, sacó su reporte sobre el estado de situación de este tema y cuáles son las amenazas prioritarias para no profundizar la desigualdad. Este informe se llamó Apartheid Climático y explica cómo, ante un futuro y posible colapso ambiental, los ricos se salvarán atrincherándose, la conflictividad social va a escalar, las comunidades más vulnerables a eventos climáticos extremos van a desarrollar conflictos armados inevitables y las fronteras van a ser un caos de olas migratorias.

“Todo esto lo dicen las Naciones Unidas, no lo digo yo”, señala la activista ambiental Flavia Broffoni. “El Banco Mundial tiene informes donde se calcula que en 30 años la población asentada sobre territorios desertificados va a ascender a cuatro mil millones de personas. La mitad de la gente va a emigrar a otros lugares buscando donde sobrevivir porque van a habitar en zonas sin agua y sin la posibilidad de cultivar alimentos”, sostiene. “Esta información es tremenda, pero no tiene ni un ápice de mentira o exageración. Asumir eso es un montón, porque durante demasiados años nos dijeron que no podíamos probar lo que estábamos diciendo. Ahora, es difícil para ellos probar que esto no es así”, señala.

Flavia vive en Ciudad Evita pero la acusan de ser palermitana. Es politóloga especializada en relaciones internacionales y gestión ambiental y hay dos tipos de personas con las que ya no habla: con los negacionistas del cambio climático y con los que la acusan de ser una vegana cheta privilegiada. Por fuera de esos dos grupos, es reconocida como una referenta local del activismo ecológico. La activista hace casi un vivo por día hablando sobre la necesidad de frenar el modelo extractivista en Argentina y temas de ecología, que entiende como una cosmovisión más profunda que el ambientalismo: “una forma de vincularnos con nosotros y con los otros seres que excede la agenda ambiental”. Para ella es importantísimo que esta información llegue a la mayor cantidad de personas posibles, sobre todo las que no son tradicionalmente ambientalistas.

Su currículum “dentro del sistema” incluye un largo recorrido en grandes ONGs, como Vida Silvestre; también fue gerenta de sustentabilidad en una corporación grande. En 2015, durante la campaña electoral, fue funcionaria técnica en el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires como directora de estrategia de gestiones ambientales. Ahora, por fuera del mundo corporativo, la lógica partidaria y los puestos en el Estado, Flavia discute la poca representatividad del sistema democrático actual y propone la desobediencia civil no violenta como una forma de de generar disrupción institucional. Sabe que hablar con ella es incómodo, que los temas que toca no son fáciles y que nadie quiere saber que vamos hacia una extinción inminente si no se genera un cambio profundo en el modelo actual de producción y consumo. Sin embargo, su charla TED subida a YouTube en diciembre del 2019 tiene casi 23 mil reproducciones y se sienta a hablar en cualquier programa que la llamen.

Luego de la Huelga Mundial por el Clima, realizada el 25 de septiembre en casi 300 lugares del mundo, la politóloga habló con El Grito del Sur sobre ecología, desobediencia civil y la posibilidad de que haya otra pandemia si no hay un cambio estructural.

En los últimos meses se habló de la posibilidad de que nuestro país firme un acuerdo con China para la instalación de megafactorías de cerdos. ¿De qué se trata esto?

De la instalación de por lo menos 25 megafactorías de cerdos con 15 mil “madres reproductoras”, como dice el sector, por cada una de esas fábricas. Yo prefiero no decir la palabra “granja”, porque hay una romantización alrededor de ese término. Estamos hablando de fábricas de exterminio de animales, de fábricas de producción de pandemias, y fábricas de sacrificio de territorios y comunidades.

¿Qué implicaría esto? ¿De dónde surge?

Lo que se propone es que Argentina sea un país abastecedor de carne de cerdo para China, un país que consume 700 millones de cerdos por año. El motivo por el que se gesta este acuerdo es porque China está en el medio de una crisis sanitaria gigante; además del COVID, la gripe porcina africana afectó a su población de cerdos y de ahí salen esos videos donde se ve cómo los prenden fuego y los entierran vivos (se hizo eso con 250 millones) para neutralizar el virus. Además, es un tema geopolítico: no es productores versus veganos, que es lo que quieren instalar los medios hegemónicos, tiene que ver con la guerra entre China y Estados Unidos.

¿Por qué Argentina?

El tema de hacerlo en Argentina no tiene que ver sólo con las bondades de nuestro país en flexibilidad regulatoria y en alimentos para cerdos con soja y maíz transgénico, que ya lo tenemos acá, sino que geopolíticamente tenemos una relación con China en donde muchas más inversiones entran en juego en esto de negociar una cosa por otra. Si nosotros negociamos esto, los chinos nos darán otra inversión. Entonces se genera una rueda muy nefasta.

¿Qué significa esto en términos sanitarios?

Recordemos que la pandemia se genera en un mercado húmedo, que es el horror. Casi todo esto surge probablemente en un mercado de animales vivos en Wuhan por un salto zoonótico que se produce en el traslado de una cepa del SARS a las personas. China no quiere ser el foco del centro mundial de la próxima pandemia, que sabemos que va a ocurrir en el corto plazo empujada por esta megafactoría de animales. En un país que necesita dólares, que jamás somete a la ciudadanía a la votación de este tipo de proyectos y está en una crisis social y económica, todo cierra desde la geopolítica para que esto avance. Es aterrador, simplemente, porque realmente estamos comprando todas las fichas para que la próxima pandemia ocurra en nuestro país al extender este tipo de industria.

¿Qué futuros posibles tenemos? ¿Existe ese futuro?

En ese imaginar pluriversos posibles tenemos muchísimo por ganar, hay una esperanza profundamente radical en lo que está por venir, pero no va a ocurrir nada si desde las bases no tenemos estrategias de activismo profundamente radicales. Nos dijeron que es imposible implementar estos cambios (en el modelo de consumo y producción global bajar la emisión de gases que producen el efecto invernadero) en la próxima década porque no se puede detener la economía, porque es imposible organizarnos globalmente, pero algo que nos demostró esta situación pandémica es que es posible parar el mundo y se puede hacer de forma inmediata. Para no llegar a estos puntos de inflexión hay que reducir las emisiones un 7.6% de forma acumulada, eso implica detener la economía como la conocemos ahora en esa misma proporción, que es lo que se calcula que va a caer el PBI durante la pandemia en la mayoría de los países desarrollados. Eso no es algo malo necesariamente, cada vez que nos dicen que no se puede porque el PBI va a caer, cada vez que nos dicen que el campo necesita aumentar su superficie cultivada porque tenemos que alimentar al mundo y hay que hacer megafactorías de cerdos porque necesitamos dólares, eso es algo que tenemos que cuestionar y repreguntar, no solo quedarnos con lo que nos dice el titular.

Uno de los temas que más abordás es la desobediencia civil. ¿Qué implica esto para vos?

Este título tan rimbombante es en verdad una construcción teórica que le pone nombre a un montón de cosas con las que convivimos y no nos damos cuenta, que es considerar que existe una justicia superior a las normas, las leyes y la institucionalidad, que el propio sistema judicial admite. Lo que propone la desobediencia civil es que, en casos donde los gobiernos instauran medidas, políticas, programas, leyes que son injustas, tenemos el derecho y el deber, en muchos casos, de desobedecer. Esto tiene que sostenerse en el tiempo para ser efectivo, porque uno puede desobedecer a nivel individual, pero para que sea una estrategia política de cambio sistémico, tiene que tener vocación popular y de masas.

¿Por qué pensás que cuesta tanto hablar de este tema?

Cuesta porque da miedo y todo lo que da miedo es resistido. Se genera un proceso mental y psicológico de resistencia y de negación enorme. Cuando militás en espacios de activismo, nos encontramos entre personas que no conocíamos y llegamos a ese espacio de intercambio colectivo con miedos, con angustias profundas, esto es algo que levantamos en la propia génesis del espacio donde milito (XR Argentina). Esta información es terrible: está en juego nuestra supervivencia. ¿Qué hacemos con eso? ¿Nos blindamos? ¿Nos desesperamos? ¿Nos deprimimos? ¿O lo aceptamos, lo abrazamos, lo procesamos colectivamente y hacemos de esa angustia una fuerza ígnea para la lucha que, además, es lo que hacen todos los espacios de desobediencia civil y territorial?

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