La falacia del perpetuo equilibrio

Tras comandar medio año una Argentina en pandemia, Alberto Fernández intenta hacer pie entre una oposición escorada a la derecha y una base electoral que exige definiciones para los propios. Dólar, impuesto a la riqueza, baja de las retenciones y un país con 40 por ciento de pobreza que exige soluciones de fondo.

Hay falacias que suelen marcar épocas, decisiones y tiempos políticos. La contradicción entre salud y economía (planteada como una oposición antagónica e irreconciliable) arrastró desde comienzos de la pandemia posiciones que incluso hoy dificultan una salida clara a la crisis del coronavirus. La definición de las contradicciones que motorizan el desarrollo de la política en nuestro país es casi tan importante como su resolución efectiva. Plantear el problema de forma clara es el grado cero necesario para resolver una ecuación.

En una cuerda angosta, tensada durante cuatro años de macrismo y desgastada a base de pandemia, busca hacer pie Alberto Fernández. El Presidente, que prometió «comenzar por los de abajo», se topó a los tres meses de mandato con una pandemia mundial que acortó aún más la cobija y extendió con más fuerzas las brisas que quedaban del invierno neoliberal. Ahora, con las reservas en caída, los campos del interior literalmente en llamas, la policía con aumento y los estatales en paritarias, con las retenciones a la soja más abajo y el impuesto a las riquezas caminando a paso lento, el mandatario del tono apacible y el diálogo se encuentra ante una nueva falacia: la peligrosa idea del equilibrio permanente.

Con la región como foco mundial del COVID y un país con cifras en ascenso y cada vez más federalizadas, el desafío del Gobierno consiste ahora en poder conciliar acuerdos políticos en un escenario complejo, pero priorizando el polo elegido. Tomar decisiones que favorezcan a uno de los campos sin anular definitivamente al otro. Arrinconar al adversario sin noquearlo. Cansarlo en los 14 rounds iniciales para medir el momento del golpe. Hegemonizar sin (únicamente) someter.

Historizando brevemente nuestra realidad más reciente, podemos decir que el impulso gubernamental al calor de la reforma judicial, el impuesto a las grandes fortunas o la declaración de las telecomunicaciones como servicios públicos, se encontró con una -esperada y esperable- doble reacción: política y económica. La económica en base a presión sobre el dólar y acopio de cosechas. La política con una oposición más radicalizada, en la calle, con un tufillo a desestabilización. La respuesta de Alberto fue doble también: la elección política de Larreta como adversario y una concesión silenciosa pero necesaria a los grandes grupos económicos al calor de la necesidad de dólares frescos.

La elección del enemigo es acierto: Alberto elige confrontar con Larreta (el ala de las palomas) reincorporando el conflicto en la arena de la política, marginando al sector más radicalizado, y poniendo las contradicciones del otro lado. La definición de Larreta como prematuro oponente lo obliga al Jefe de Gobierno a lidiar con las tensiones internas, al tiempo que lo proyecta a nivel nacional. Es el golpe y la unción. Con la quita de fondos, Alberto también habilita la proyección nacional de Larreta y margina a Macri a la opinión desde la reposera en el exterior para contener al sector más escorado a la derecha.

Pero en materia económica no existe el perpetuo equilibrio: es aquí donde el Gobierno deberá tomar decisiones claras, que fortalezcan a su base popular sin romper los puentes de diálogo con los sectores concentrados de la economía pero, claramente, afectando sus intereses. Lejos de la idea del equilibrista permanente, se erige la posibilidad de un boxeador de pocos golpes, un púgil ágil pero que acierta en sus embates. Los números de pobreza muestran que los acuerdos en el terreno de lo político necesitan urgentemente una definición fuerte en materia económica, que permita generar algún quiebre en la concentración de riqueza y la pérdida de poder adquisitivo de los salarios argentinos, en caída libre desde 2015.

El equilibrio político no puede tener un correlato en materia económica: la contradicción fundamental se juega en la histórica puja entre capital y trabajo. Es tarea del Ejecutivo sostener los acuerdos en materia política, evitar la emergencia de posiciones radicalizadas y discursos antipolíticos y contener la compleja unidad del Frente de Todos, al tiempo que toma decisiones de fondo en materia económica. El tiempo es ahora: la moderación como discurso político solo sirve si se acompaña de definiciones económicas que modifiquen el orden existente. La administración de la miseria es tarea del capitalismo. Los gobiernos populares tienen que apostar a la audacia en la confrontación económica. Aunque hacia afuera hablen en un tono sosegado y conciliador.

 

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Yair Cybel

Una vez abrazó al Diego y le dijo que lo quería mucho. Fútbol, asado, cumbia y punk rock. Periodista e investigador. Trabajó en TeleSUR, HispanTV y AM750. Desde hace 8 años le pone cabeza y corazón a El Grito del Sur. Actualmente también labura en CELAG y aporta en campañas electorales en Latinoamérica.