Entre varones poderosos y mujeres que surfean la ola

Nuestra economía se ancla en desigualdades de clase y género, sostenidas por prejuicios y mandatos hegemónicos. La discusión por el Aporte Solidario y Extraordinario de las Grandes Fortunas puso en tensión la pregunta sobre cómo se distribuye el capital en nuestro país, y las estructuras patriarcales que están en juego.

Una trama de complicidades se descubre cuando tiramos del hilo que une dinero y poder, un hilo que cose entre sí espacios masculinizados donde las decisiones se rigen por pactos de caballeros y se cierran en mesas chicas de señores de traje y corbata. “La contracara de la feminización de la pobreza es la masculinización de la riqueza y solo hablamos de la primera”, dice la economista Julia Strada en un hilo incómodo (esta vez de Twitter) que llama a mirar la otra cara de moneda. La discusión sobre el Aporte Solidario y Extraordinario de las Grandes Fortunas puso en tensión la pregunta sobre quiénes y cómo se distribuye el capital en nuestro país, pero también -y teniendo en cuenta que este año por primera vez hay un presupuesto con perspectiva de género- qué estructuras patriarcales se juegan en esta disparidad.

En las últimas semanas, el Centro de Economía Política Argentina (CEPA) realizó el informe “Economía con perspectiva de género: de la brecha salarial a la patrimonial. Un abordaje en base a la información de Bienes Personales y Seguridad Social”. Éste reveló que entre quienes pagaron el impuesto a los Bienes Personales en 2018, sólo el 34% eran mujeres. Además, sobre el valor total de los bienes declarados, el 72% correspondían a los varones y el 28% a mujeres. Esto significa que no solo hay menos mujeres que llegan a poseer este tipo de propiedades, sino que encima sus propiedades valen menos que las de sus pares varones. Si bien esta cifra ha ido en aumento entre los años 2009 y 2018, aún crece a un ritmo 50% menor que la cantidad de titulares mujeres incluidas en el impuesto.

Estos datos enumerados solo comprueban los resultados esperados: mientras un 28,1 por ciento de las mujeres se encuentran en el rango salarial de entre 0 y 20.000 pesos, en el caso de los varones este promedio es del 22,8. Por otro lado, cuando se analizan los salarios de más de 50.000 pesos, se deduce que éstos se reparten entre un 0,3% de varones y un 0,1% de mujeres. A gran escala se cumple el mismo patrón: según la lista de Forbes 2020, hay una sola mujer entre las 10 personas más ricas del mundo.

“En general se venía hablando de la brecha salarial y la feminización de la pobreza, pero nadie hablaba de los ricos y menos de la riqueza en términos de patriarcado. Uno de los objetivos del informe era poder mostrar esto y por eso hicimos un análisis en función de los Bienes Personales, es decir de aquellos que tienen más capital adquisitivo, ya sea inmuebles, ahorros en dólares, pesos o acciones”, explica a El Grito del Sur Julia Strada, referente de CEPA y directora del Grupo Provincia. “Creo que no se habla de esto porque tenemos un sesgo de clase y un sesgo de género. De clase porque es mucho más difícil estudiar a los ricos que a los pobres. Pareciera que invadís más la privacidad si investigás a los ricos. Y en materia de género, porque nos cansamos de hablar de feminización de la pobreza, pero la masculinización de la riqueza tiene que ser igual de importante en nuestros estudios”, agrega.

Sin lugar a duda, la brecha salarial y los pisos pegajosos -término utilizado para referirse a la dificultad de las mujeres para ascender a cargos jerárquicos- también se nutren de mandatos sociales y culturales: por la manera en la que fueron criadas mujeres y feminidades, y por su tardía inserción en el mundo del trabajo muchas creen que no son aptas o les faltan capacidades para desempeñarse en el ámbito laboral, razón por la cual merecen menos -o directamente no merecen- aspirar a sueldos y cargos altos. Esto redunda en que muchas veces terminen asumiendo más responsabilidades (asignadas o no a sus puestos) y cediendo tiempo con tal de ser valoradas en sus ámbitos laborales. Según la consultora Bumeran, durante agosto de este año el salario pretendido por los hombres en nuestro país fue un 19% mayor que el de las mujeres. Esto no afecta solo en lo horizontal, sino en lo vertical: si bien el 50% de las postulantes son mujeres, en los puestos junior el 45% de los aplicantes son mujeres mientras que en los de jefe o responsable apenas un 30%. Además, mientras en los primeros la diferencia de remuneración pretendida entre varones y mujeres es de un 4%, en el segundo caso oscila entre 21 y 17%. Julia Strada plantea: “Yo creo que las aspiraciones económicas de las mujeres obviamente se ven afectadas al no tener ejemplos. Si uno mira las asociaciones empresariales, en su mayoría son varones. Incluso cuando el Gobierno hace esfuerzos para que lleven mujeres a las reuniones, todavía les cuesta o llevan solamente a una mujer. Esto no permite verte reflejada y decir ‘yo aspiro a eso’”.

Si bien los feminismos vienen discutiendo la redistribución de los recursos y la necesidad de generar independencia económica como clave para salir de las situaciones de violencia de género (en ese sentido se acaba de lanzar el programa «Acompañar» para dar ayuda económica a las víctimas de violencia de género), a veces la urgencia prima sobre otros factores. Además, las mujeres que llegan a los puestos de poder deben hacer doble mérito para justificar su posición: cuando se habla de “cupo” muchos se desentienden de las desigualdades estructurales recurriendo a una supuesta meritocracia. “Yo creo que los feminismos deben pensar no sólo en términos cuantitativos sino cualitativos. Es fundamental que haya más mujeres, pero ser mujer no te hace tener perspectiva de género: hay que cultivarla. Es muy importante que quienes lleguen a los puestos de poder tengan perspectiva de género  y, sobre todo, que quienes lleguen puedan tomar las decisiones, porque a veces lo que ocurre es que se llega pero las decisiones las siguen tomando los varones, incluso los que tienen menor cargo jerárquico. La perspectiva de género puede hacer que las finanzas sean inclusivas”, finaliza Strada.

Entre peces gordos y mujeres que surfean las olas, el impuesto a las grandes fortunas sigue siendo una pieza clave para empezar a pensar una nueva distribución de la riqueza y entender que, a esta altura, no se puede prescindir de la perspectiva de género cuando hablamos de dinero, así lo verde en la economía va a ser algo más que los billetes.

 

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