El hombre que hizo a otros hombres llorar

Luego de conocerse la noticia de su fallecimiento, miles de varones salieron a las calles y, entre la incredulidad y la angustia, se permitieron llorar, abrazar y tocarse. "Diego Armando Maradona se ha muerto y en el espacio público todos los hombres lloran como si nunca hubieran aprendido que los hombres no deben llorar", escribe María del Mar Ramón.

“Nada es más importante un domingo

que ese flaquito sin remera

sudado

brillante

agitado

pasando de a ratos su mano por el bulto.

Yo lo miro y sé

que esa mano atorrante con la que arrulla de a ratos su

bulto, esa…

esa es la mano de dios»

Ioshua 

 

1)

Un hombre alto y fornido, con el pelo perfectamente peinado, empieza a tartamudear al aire. Traga saliva. La voz se le entrecorta y el gesto se le quiebra. Toma agua, trata de respirar, repite que no quiere dar un golpe bajo.  Sergio Goycochea, quien fuera el arquero y compañero de selección de Diego Armando Maradona, admite que a veces le cuesta y entonces, al reconocer esa falencia, esa propia incapacidad de ocultar su emoción, ese hombre se entrega al llanto desconsolado frente a las cámaras. No lagrimea, llora. Llora como si llorase un río, llora con todo el cuerpo y se aprieta los ojos, solloza sin consuelo, sin vergüenza, sin pudor.

La imagen se repite en la mayoría de los noticieros y programas de televisión. Hombres jóvenes, hetero cis sexuales, pero sobre todo hombres mayores, con mayor investidura y gesto más ensayado de autoridad se quiebran en un mar de lágrimas haciendo pucheros infantiles al aire. En la calle la imagen es la misma: hombres resignados a su llanto, abrazados unos con otros, mimándose con la cabeza cerquita, tocándose las mejillas con cuidado y limpiando sus lágrimas: las de conocidos y extraños.

Diego Armando Maradona se ha muerto y en el espacio público, en la calle, todos los hombres lloran como si nunca hubieran aprendido que los hombres no deben llorar, como si por este día, por este hombre, sus lágrimas y sentimientos desbordados también fueran una posibilidad.

2)

Un chico cuenta en Twitter que el gol contra Inglaterra en 1986 fue una de las pocas veces que abrazó a su papá. Mariana Enríquez dice que “la muerte no es el fin” y narra que después de ese mismo gol vio llorar por única vez a su papá. Otro muchacho comparte una conversación de Whatsapp que tuvo con su padre. Habían dejado de hablarse hacía muchos años, pero la noticia de la muerte del Diego hizo que intercambiaran algunos mensajes. El chico tiene a su padre agendado por el nombre.

“Gracias por darme su nombre. Te amo”,

“Sí fue por él. Yo también a vos. Beso grande, hijo!!”.

3)

Maradona dijo cosas horribles y también dijo muchas grandiosas. Se enojó con furia, se burló con desdén, se enterneció con cariño. No me interesa analizar sus palabras en este momento para tratar de acomodarlas a una corrección que yo también demando hace poco tiempo. Fue incorrecto y también lo siguen siendo mis tíos, primos y mi papá. Lo que dijo, entonces, pasa a un segundo plano. Hay otra narrativa en El Diego que es la de su cuerpo. En un video que reflotó en estos días -en estas horas, en realidad-, Diego Maradona saluda a Vladimir Putin en Rusia, vestido con un corbatín dorado ridículo que casi se burla de la diplomacia. Susurra, señala y en un gesto atrevido, imprevisible, subversivo, le agarra la mano al presidente ruso mientras se la acaricia con los dedos y le sigue hablando al oído, con una delicadeza insólita. Lo toca como no deben tocarse los hombres, los machos, menos en Rusia. ¿Sería un gesto inocente? ¿Inadvertido? ¿O habrá percibido Maradona esa posibilidad en su propia impunidad? Ya no importa. No lo sabemos ni lo vamos a saber, pero el mensaje está dado igual.

Es este mismo Maradona el que besa en la boca a sus compañeros de equipo, el que abraza con fuerza y besa a hombres, niños, periodistas y presidentes, el que baila coqueto para todos, con todos, un Maradona lleno de un homoerotismo exuberante, atrevido, que se le permite sólo a él porque es a él a quien otros hombres miran con envidia, sin poder resistirse a sus encantos, a lo secretamente escandaloso de sus afectos desbocados.

4)

(…) la belleza,

o su falta, más bien, y ahora pienso de nuevo que jamás ningún hombre

de mi familia usó, en mi presencia ni en la de nadie más, esa palabra,

excepto para hablar, a lo mejor, del último modelo de alguna camioneta

o de un venado muerto.

B.H Fairchild

Marcelo Bielsa dijo sobre Maradona que había acercado la belleza a lxs pobres. Que lo que había hecho Maradona, mucho más que entretenimiento, había sido un espectáculo estético y sensible accesible a todo el pueblo. Sería injusto limitar el fenómeno Maradona al entretenimiento, pero hay algo que trasciende la clase con su gestualidad, con su triunfo y también su desgracia, con su argentinidad y todas sus emociones desplegadas para todo el mundo; Maradona llevó belleza a los hombres, a todos los hombres, concedió una vida capaz de conmover a una identidad adoctrinada para resistirse a lo que solo es bello y lo cursi, para apropiarse de ella sin que medie la violencia. Maradona acercó la masculinidad a una belleza que logró sacudir y deslenguar a los varones, no en la brutalidad, sino en el abrazo.

5)

Diego lloró ante todas las cámaras porque extrañaba a su mamá, porque lo conmovió el himno de su país, porque peleó con sus amigos, porque la pobreza lo entristeció. Lloró por el éxito y también lloró por el fracaso. Lloró por el pasado, lloró de arrepentimiento, lloró por orgullo de sus hijas, por la angustia de ser mal padre, lloró por amor y por desamor, lloró pidiendo perdón por quien había sido; por lo que pudo y lo que no. En el llanto de Maradona, que siempre llegó de imprevisto, que nunca intentó ocultar, hay un lenguaje que enseñó a otros. Como escribió ayer Juan José Becerra: “Llorar es un discurso. El más conmovedor y misterioso. Tiene de poético y de funesto que no es un acto contemporáneo de su ejecución”. Y Maradona fue, además de todo, un gran llorón. ¿Será su legado productivo o criticable? No sé, no importa. Llevamos muchas horas presenciando hombres hetero cis sexuales que se entregan al llanto público sin importar su mandato privado. Maradona ha hecho llorar a hombres que se ufanan de no llorar la muerte de sus padres; los ha hecho abrazarse, besarse, saberse sensibles y vulnerables. A fin de cuentas ellos lloran porque un dios pagano les ofrendó, no solo sus goles y su cuerpo, sino también todas sus lágrimas y el don de sus emociones prohibidas, para que ellos también pudieran llorar. Y eso también es un legado importante.

 

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