Murió Diego

Diego Armando Maradona se fue un 25 de noviembre igual que su amigo Fidel Castro, que fue anfitrión de una de sus tantas insurrecciones. El Gobierno puso a disposición la Casa Rosada para un funeral que, de concretarse, nos dejará imágenes nunca vistas antes del amor del pueblo argentino a uno de sus hijos pródigos.

“En la conciencia de millones la noticia tardará en volverse tolerable”, escribió Rodolfo Walsh en la bajada de la histórica tapa del diario Noticias del 1 de junio de 1974, ante la muerte de Perón. Esas mismas palabras vuelven hoy con la misma fuerza ante la muerte de Diego Armando Maradona, que se fue un 25 de noviembre igual que su amigo Fidel Castro, a los 60 años, para asombro y tristeza de todos.

La asociación con Cuba a raíz de la fecha de su partida no es un capricho porque fue Fidel el anfitrión durante largos meses de una de las tantas resurrecciones del Diego, en los 2000, cuando había tocado fondo con sus adicciones. Una vez le preguntaron si quería “hacerse el Che Guevara” cada vez que defendía a un colega, algo que todo el mundo del fútbol le reconoció hasta el final. “Sí, y qué”, le respondió Diego, fiel a su estilo. Después se lo tatuó al Che. En una de sus fotos icónicas de la década de los 90 se lo ve mostrando ese tatuaje fumando un habano, con barba comunista. Si yo fuera Maradona, viviría como él.

El Presidente decretó hoy tres días de duelo, que no van a alcanzar para llorarlo. “Una enorme pena, se fue un tipo único, en todo sentido”, dijo más tarde Alberto Fernández en un canal deportivo. “Estamos eternamente en deuda con él porque sólo nos dio alegrías. Cada vez que salió a la cancha dio todo por nosotros”, agregó.

El Gobierno puso a disposición de la familia de Diego la Casa Rosada para un funeral que de concretarse, aún pese a la pandemia, nos dejará imágenes nunca vistas antes del amor que es capaz de devolver un pueblo a su hijo más querido, al más inmortal de todos.

Mientras empezamos a llorarlo, incluso nosotres que no fuimos contemporáneos a sus mejores momentos, se nos vienen las imágenes que recordamos porque están pese a todo ahí, en el inconsciente colectivo: el gol con la mano a los ingleses, con la Guerra de Malvinas clavada en el ojo; el sueño desde un potrero de Villa Fiorito en la primera infancia de “jugar un mundial” y “debutar en primera” para ayudar a su familia; las lágrimas y el insulto a los italianos que silbaron el himno argentino en la semifinal del 90, la que jugó infiltrado y con el tobillo como un melón; la preparación de meses de abstinencia para volver en el Mundial del 94 que terminó con la enfermera de las pesadillas y el “me cortaron las piernas”; la asociación entre Macri y el cartonero Baéz en su última etapa en Boca; las canciones que en todo el mundo le dedicaron; la ambulancia que lo trasladó a un hospital en el 2000; los tiros al periodismo que lo hostigaba en los 90s, su imagen junto a Hugo Chávez y Néstor Kirchner en el No al ALCA y tantísimas otras.

 

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