Verde punto de encuentro

Que la noticia haya llegado en el Día de la Militancia es un guiño pero también una restitución simbólica por los siglos y siglos en los que las mujeres, lesbianas, travestis y trans fuimos excluidas, apartadas e invisibilizadas del espacio político. ¿Batalla ganada en los términos de una nueva política?

Fotos: Catalina Distéfano

El Día del Militante 2020 fue tan surrealista como necesario en un año en el cual aprendimos a festejar cumpleaños por Zoom, besar por Whatsapp, hacer amigues por cámara web, vestirnos de la cintura para arriba y cocinar toda receta amable de no más de cinco pasos. Una plaza masiva demostró que después del 17 de octubre, donde la ansiedad rebalsó el aislamiento, no hay marcha atrás en la necesidad de ocupar las calles, un recurso del cual la derecha se apropió durante el único momento de la historia de la democracia en el cual estuvo prohibido. Con barbijos y alcohol en gel, desde el mediodía de ayer las banderas lidiaron contra el viento y sobre un camión-escenario se escucharon las canciones típicas de un ritual colectivo. Pero no fue solo el DISPO lo particular de este 17 de noviembre, hubo un componente que hizo de este martes un día verde, verde limón, verde salvia, verde pigmento, verde escama y verde caramelo dejando su rastro verde sobre una lengua verde: Alberto Fernández envió el proyecto de ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo al Congreso.

Desde hacía semanas se sabía -o al menos se esperaba, se deseaba, se intuía- que la noticia sería inminente.  Sin embargo, recién cuando los rumores empezaron a filtrarse se conoció la fecha exacta. El video de siete minutos donde un presidente de corbata verde refuerza su postura a favor de la legalización del aborto y enumera uno a uno los fundamentos por los cuales es imprescindible sancionar la ley, llegó a la Plaza de los Dos Congresos por Twitter antes de que alcance a proyectarse en las pantallas. Ni bien se conoció la noticia, con las carpas aún a medio armar, una grupa de pibas cantó, saltó y agitó unos pañuelos -heredados, comprados o regalados- que llevaban años esperando la noticia.

Foto: Virginia Robles

La presentación del proyecto es un punto de llegada y de partida crucial para los feminismos. El tratamiento en sesiones extraordinarias, la articulación de les diputades a favor y la posibilidad de que se apruebe en los próximos meses, materializa una conquista merecida pero además da un respiro al cansancio que supuso, supone y supondrá el hermoso pero desgastante discurrir en las calles. Que la noticia haya llegado en el Día del Militante es un guiño pero también una restitución simbólica por los siglos y siglos en los que las mujeres, lesbianas, travestis y trans fuimos excluidas, apartadas e invisibilizadas del espacio político.

Aunque la lucha por el aborto lleva décadas en Argentina, la potencia que tuvo el movimiento feminista durante estos últimos años -impulsada por el quiebre de Ni Una Menos y entroncada en los paros nacionales de mujeres, lesbianas, travestis, trans y no binaries y desbordada en las calles durante el 2018- puso de relieve la necesidad de reivindicar otro tipo de política que fue históricamente marginada por aquellOs a quienes les resultaba inconveniente.

El feminismo trae consigo una micropolítica del deseo que conlleva otra forma de encuentro. Sin idealizar y entendiendo la heterogeneidad del movimiento, la capacidad de reunir experiencias totalmente disímiles con fines comunes resulta un fenómeno casi único. Que miles de personas, amigues, desconocides, compañeres de trabajo o familiares, se vean espejades en los relatos ajenos demuestra que hay un denominador común, que más allá de que pueda surgir desde la violencia, la opresión o el dolor, demuestra que esas herramientas por las cuales se nos consideró menos aptas para la política -la escucha, la empatía, la intimidad, entre otras- pueden ser reapropiadas para convertirlas en estrategias de lucha.

Este no es un escrito en contra de la militancia orgánica sino una apelación a hacer bandera de la mutación constante de y entre los cuerpos, de la incomodidad, del cuestionamiento incansable y también de la pelea interna. Hacer política mestiza, bastarda, de crisol, hurgando en el cruce, política-telaraña: radial, fina, resistente, flexible. El feminismo obligó sin duda a la militancia tradicional a raspar la superficie y enfrentarse a las manchas de humedad y los platos que no solo no se lavan en casa sino que se acumulan. El feminismo es el nutriente incómodo de la política, una gotera que abre grietas más por insistencia que por volumen.

Fotos: Virginia Robles

La lucha por el aborto es la punta visible de una batalla por infiltrarse el sentido común, la viva prueba de que existen otras maneras de conspirar con objetivos comunes y crear sociedades superadoras. La enseñanza que dejó la jornada de ayer es que las batallas no por más belicosas son más eficientes, que si hay otra historia posible ésta se escribe desde el hacer y no desde los grandes relatos que a veces a fuerza de gritos acallan otras voces. El feminismo es opaco, es complicado, es difícil, es exigente, es confortativo. Para algunas es una casa y para otras no tiene muros. El feminismo no posee una definición exacta, por eso todo intento de cristalizarlo es en vano.

A pesar de lo previsto no hubo tormenta, hubo plaza con sol y hubo verde.

Verde limón, verde loro, verde hoja, verde risa, verde corbata verde.

Verde botón y fundamentalmente verde punto de encuentro.  

 

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Dalia Cybel

Historiadora del arte y periodista feminista. Fanática de los libros y la siesta. En Instagram es @orquidiarios