Entre el tono cristinista y un llamado a la unidad

Alberto Fernández realizó un balance de su primer año de gobierno en el Congreso. Apenas se refirió al escándalo del vacunatorio VIP y confrontó con la oposición por "blasfemar" contra la Sputnik V. Deuda externa, crisis económica y una advertencia: “Debemos seguir cuidándonos, la batalla aún no terminó”.

Diez días después de haber inaugurado la Asamblea Legislativa por primera vez como presidente, Alberto Fernández leyó la noticia de que la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaraba al COVID como un problema de escala planetaria. Dos semanas más tarde, él mismo decretaba los primeros 15 días de cuarentena en el país. Entre aquel primero de marzo de 2020 y el discurso de hoy, el balance frente al Congreso, como era esperable, estuvo signado por el condicionante que agarró en pañales a su Gobierno y al que calificó como una “inédita calamidad” antes de dedicarse durante media hora a describir todas las medidas tomadas para “mitigar la crisis”: desde “la reconstrucción de un sistema de salud quebrado” hasta el despliegue del plan “Argentina contra el Hambre” pasando por el ATP, el IFE, la urbanización de barrios populares, la ampliación de la AUH y el incremento escalonado –por decreto– de las jubilaciones. “Ni un solo día bajamos los brazos”, arengó después de haber reconocido al que se fue como uno de los peores años de la historia argentina en materia de crecimiento de la pobreza y caída de la actividad económica, dos ítems en los que deberá tallar si quiere salir airoso de las elecciones de medio término que se avecinan.

“Debemos seguir cuidándonos, la batalla aún no terminó”, siguió después de pedir un aplauso por “el esfuerzo del pueblo argentino” en materia de cuidados colectivos y antes de meterse en el tema sobresaliente y que más expectativa generaba en la previa: las vacunas. La alusión al escándalo reciente del vacunatorio VIP fue escasa, pero contundente. «Si se cometen errores, la voluntad de este presidente es reconocerlo y corregirlos de inmediato”, dijo. “Aún cuando en lo personal me causaban mucho dolor, tomé las decisiones que correspondían”, agregó en referencia al despido del ex ministro de Salud, Ginés González García. De fondo se escuchaban los intentos de legisladores de la oposición de interrumpirlo. Alguno gritó «¡Lázaro Báez!». Fue el primer contrapunto de un discurso que fue tomando vigor confrontativo a medida que avanzaba.

Hubo dos momentos clave en ese tono de guerra, en los que señaló a la oposición por haber «blasfemado» contra la Sputnik V y por haberlo denunciado por envenenamiento, «para después criticar retrasos en la llegada de las vacunas». «Son los mismos que nos acusaban de infectadura e hicieron lo posible por deslegitimar a este Gobierno ante las medidas sanitarias», dijo. Más tarde, llegó el turno del palo por la herencia de la deuda y el ajuste previo a su llegada a la Rosada. «Fue el caso de administración fraudulenta más grave del que se tenga memoria», disparó en referencia a los préstamos que tomó la administración de Mauricio Macri y que el propio FMI esta revisando. En ese marco, anunció una querella criminal para investigar «quiénes han sido autores y partícipes del endeudamiento irresponsable». «No tenemos apuro en renegociar la deuda», avisó por otro lado y advirtió que «no va a haber ajuste» sobre los que menos tienen. «Ese compromiso que asumí el año pasado no cambió un ápice», dijo.

Foto: Prensa Senado/Télam/CGL

Fiel a la costumbre que adquirió en las conferencias de prensa durante la cuarentena, el Presidente llegó tarde. Se esperaba su llegada para las 11.45, pero recién se lo vio ingresar al recinto de Diputados pasadas las 12. Lo recibió la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner y el presidente de la Cámara Baja, Sergio Massa. Fernández leyó prácticamente todo su discurso, lo que lo hizo por momentos tomar un carácter monótono, que sólo interrumpieron los aplausos de ministros, ministras, legisladores y legisladoras del oficialismo en ambas cámaras, sobre todo cuando puso énfasis en los temas calientes de la agenda. Hubo también un momento distendido, cuando reafirmó su «orgullo» peronista.

Centrado en otros problemas, como la inflación, prometió que los salarios estarán por encima este año y dijo estar trabajando en ese sentido a través de la mesa de negociación abierta entre la CGT y las cámaras empresarias, que preside uno de sus funcionarios más cercanos, Gustavo Béliz. También se autoelogió y recordó la restitución de la paritaria nacional docente, uno de los termómetros salariales del país, que cerró esta semana en torno al 35 por ciento de aumento de base. «Nuestro sector industrial viene teniendo un crecimiento sostenido y notable», dijo en ese mismo plano para generar entusiasmo. «Hemos recuperado los niveles de empleo previos a la pandemia», agregó y, en la misma línea, pidió adelantar el debate por el recorte de ganancias que, dijo, beneficiará a dos millones de trabajadores y trabajadoras. «Se recuperará la capacidad de compra», cerró en ese tramo, de la mano de la nueva moratoria para monotributistas.

Foto: Prensa Senado/Télam/CGL

La perlita fue el apartado cannábico del discurso, que sonó a una pseudo legalización. Lo dejó picando en el aire, pero afirmó que «es una industria pujante» en el país. Hace unos meses, habilitó el autocultivo. La apuesta, al parecer, pasa por fortalecer el aspecto «productivo» de la planta. En el debe quedó una mayor profundidad en materia educativa (hubo poco y nada sobre la vuelta a clases presenciales, más que nada una crítica al ajuste macrista).

Fernández también pidió detenerse para subrayar las políticas de Estado frente a la violencia de género y repasó algunas de las iniciativas del ministerio que creó su propio gobierno. «La violencia de género es un delito intolerable», afirmó. Y poco más. Vinculó los femicidios con la escasa respuesta que tuvo el Poder Judicial en los casos recientes, lo que le de dio pie para sumergirse en otro de los temas calientes de la jornada: la reforma judicial.

Le pegó sin nombrarlo al fiscal Carlos Stornelli y sacudió a la Corte Suprema porque, dijo, «es imposible conocer sus declaraciones juradas». Dijo que con la intervención de la AFI creyó haber «terminado con los sótanos de la democracia», pero que finalmente «no fue así». «Hubo jueces que visitaban a Macri antes de dictar sentencias», disparó y pidió: «Hay que reformar el fuero federal». Cerró exigiendo que el Congreso realice mayores controles sobre los tribunales, aunque, fiel a su estilo y»sin ofender a nadie», anunció que enviará un proyecto para reformar el Consejo de la Magistratura, la institución encargada de designar y remover jueces.

Foto: prensa Senado/Télam/CGL

Otro tema ríspido fueron las tarifas, algo sobre lo que en la previa tuvo varios «off the record» desde el entorno de la vice, en alerta ante posibles aumentos por encima de los salarios. Alberto dijo en ese sentido que «las tarifas deben ser justas y razonables» al tiempo que «hay que mantener la sostenibilidad económica». «La conformación del nuevo tarifario llevará varios meses y será para el próximo año», advirtió y anunció que enviará un proyecto de ley para «desdolarizar» las tarifas. Fue el tramo más cristinista del mediodía.

También hubo un palo para Clarín. Al tocar el tema de la brecha digital que la pandemia puso sobre la mesa, disparó: «No voy a permitir el negocio de unos pocos». El eco de los acuerdos con el mexicano Carlos Slim, con quien conversó durante su última gira en México, quedó rondando en el ambiente.

A diferencia de lo que había sido buena parte de su discurso centrado en la confrontación con el adversario político, el Presidente cerró sus casi dos horas de alocución haciendo énfasis en el «acuerdo» a partir de iniciativas como el Consejo Económico y Social -conformado por diversos sectores que van de empresarios hasta sindicalistas- y pidió sembrar «la unidad más allá de las diferencias».

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