La Jauría y La Manada: cómo contar una violación desde el escenario

La obra escrita por Jordi Valente, basada en las declaraciones del juicio de La Manada, se estrenó en el teatro El Picadero bajo la dirección de Nelson Valente. Jauría conlleva un proceso de reflexión sobre la sexualidad, los mandatos, los límites del consentimiento y la naturalización de los micromachismos.

Una joven sale de fiesta, toma, baila, se divierte. Habla con un grupo de chicos y después de un tiempo acepta caminar junto a ellos. Luego de hostigarla los cinco amigos terminan violándola en el palier de un edificio, penetrándola y obligándola a realizarles sexo oral mientras la filman, para terminar robándole. En estado de shock, la mujer no resiste y queda inmovilizada esperando que la situación pase con las menores consecuencias posibles. Tiempo después, cuando realiza la denuncia, los cuestionamientos y las acusaciones recaen sobre ella. Se la obliga a comprobar la veracidad del relato, se la expone en los medios de comunicación y se la juzga por su comportamiento antes, durante y después del hecho. De eso se trata Jauría, la obra escrita por el catalán Jordi Valente, íntegramente basada en las declaraciones de los acusados y la denunciante durante el juicio por el caso de La Manada entre 2017 y 2019.

Casi un año después de la fecha programada y pandemia mediante, la versión local se estrenó en el teatro El Picadero, dirigida por Nelson Valente y protagonizada por Vanesa González, Martín Slipak, Gustavo Pardi, Lucas Crespi, Julián Ponce Campos y Gastón Cocchiarale, con butacas intercaladas por protocolo y una comunidad actoral que bulle entre romper la abstinencia de los escenarios y la emergencia cultural.

Aunque nunca había hecho teatro documental, luego de ver la puesta original en el festival de teatro de Montevideo, Valente supo que debería despegarse de toda subjetividad para destacar la potencia propia de los hechos. “Cuando la vi por primera vez había partes que me resultaban casi inverosímiles, como si fueran ficción. Me parecía increíble que alguien pudiera haber dicho eso, hasta que me acordaba que era teatro documental”, cuenta a El Grito del Sur. En ese sentido no es casual que haya elegido una escenografía minimalista, un vestuario austero y una actuación realista, para dejar en evidencia la naturalización del abuso, la cotidianidad de los hechos y distancia que existe entre los sujetos reales y el estereotipo del violador como monstruo y la sobreviviente como mujer rota. “Trabajé especialmente para que los intérpretes no hagan el trabajo de los espectadores, me parecía que había un material lo suficientemente contundente como para que cada uno sienta lo que tenga que sentir y saque sus conclusiones». «Recrear a los abusadores como personas comunes y corrientes sin ningún juicio de valor fue todo un desafío”, acepta el director que si bien ya había trabajado con temáticas de violencia de género explica que Jauría no deja de interpelarlo. El juego de luces y sombras, la puesta actoral y lo que Valente nombra como ‘un relato paralelo entre voces y cuerpos’ alternan entre la fiesta de los Sanfermines, el palier del edificio y el tribunal, generando una atmósfera opresiva sin necesidad de representar la violación.

Foto: La Nación

Vanesa González es la única mujer del elenco y la responsable de interpretar a una sobreviviente que decidió correrse del lugar de víctima para continuar con su vida, a pesar del castigo legal, mediático y moral que esto conlleva. “Ella podría haber exagerado y siempre se mantuvo fiel al relato. Eso demuestra que en nuestra sociedad hay víctimas más aceptadas que otras. Modos de hablar, modos de sufrir, como si hubiera que creerle a la mujer sólo cuando las cosas son de cierta manera, la que dice la prensa, la que se mediatiza, la que se cuenta. Por eso resuena tanto esta obra, por tener una denunciante con estas características”.

Para el elenco, como todo aquel que presencie los 50 minutos de espectáculo, Jauría conlleva un proceso de reflexión sobre la sexualidad, los mandatos, los límites del consentimiento y la naturalización de los micromachismos. Mientras se sucede la obra, la tensión aumenta cuando cada uno de los sucesos previos al abuso se hacen eco cientos de anécdotas cotidianas.

“La obra es un pedido de justicia pero también un llamado a la reflexión sobre las masculinidades”, manifiesta a este medio Martín Slipak. “En la obra se llega a empatizar con esos chicos porque no se los pone únicamente como violadores. Creo que el acierto es que muestra que justamente tu hermano, tu amigo o tu compañero de facultad que te cae bien puede ser uno de estos pibes”, asegura sobre el grupo de amigos que intentó probar su inocencia argumentado que la joven no solo había consentido, sino que había disfrutado de las relaciones sexuales. “Entre nosotros surgió muchas veces la pregunta sobre cuánta conciencia tenían estos chicos de estar haciendo daño, de estar ejecutando una violación, cómo el patriarcado lleva a un nivel de inconsciencia tan terrible en los hombres que se sienten con  el permiso de hacer ciertas cosas. Creo que muchas veces la violencia y la impunidad son un legado que se transmite familiarmente, socialmente se nos educa para poner al otro en el lugar de objeto y no de sujeto”.

“Como mujeres sabemos que muchas veces hemos cedido ante el deseo del otro, como si hubiera una dimensión de la mujer que estuviera obligada a soportar. Hay algo que nos pasa a nosotras en el cuerpo y que si bien el hombre puede tener una voluntad muy grande para empatizar, hay un punto en que una siente siempre una pequeña soledad, creo que es una distancia que va a estar toda la vida”, afirma González quien, a pesar de no haber sufrido ningún abuso, se reconoce en la serie de comportamientos mudos que llevan a que la protagonista no ejerza resistencia.

“Me parece bien que quienes ya no nos sentimos interpelados por el legado patriarcal que marca una manera de ser “machos” salgamos a dar la cara para interpelar a otros hombres para que revisen sus masculinidades”, agrega el actor de «Historia de un Clan».

A partir del jueves 25 de febrero, luego de la función de los días jueves, la obra cuenta con un ciclo de charlas abiertas de especialistas para debatir en torno a las masculinidades, la justicia, el periodismo, la literatura y los derechos humanos. La actividad, que ya contó con la presencia de la periodista María Florencia Alcaraz, continuará con Ileana Arduino, Miriam Lewin, Claudia Piñeiro y el propio Jordi Valente.

Foto: Télam

El caso de La Manada marcó un antes y un después en la concepción de la justicia para el movimiento feminista en España y en el mundo. En primera instancia, el 26 de abril de 2018 el Tribunal Supremo condenó a los acusados a nueve años de cárcel por abuso sexual con prevalimiento pero los eximió del delito de agresión sexual por no haberse demostrado que mediara fuerza o “intimidación” para “doblegar la voluntad” de la joven. Recién en 2019, gracias a los recursos de la defensa y la movilización del movimiento feminista, el Tribunal Supremo revisó el fallo y elevó a 15 años la pena de prisión por considerar que sí se trató de una violación.

En ese sentido, la trama que entrelaza los fragmentos publicados por los medios de comunicación invita a repensar tanto el accionar revictimizador del aparato judicial como la eficacia del castigo y la posibilidad de buscar otras formas de reparación. “Me pareció muy interesante lo que salió en el debate (con Florencia Alcaraz) sobre los actos reparatorios en la diferencia entre justicia y castigo. Creo que la obra puede ser una parte de eso, una posibilidad de rescatar el material y narrar los hechos de otra manera, evitando el amarillismo con el que los medios hegemónicos lo hacen”, explica Valente.

“Personalmente entiendo que para pensar en otra justicia es necesario incluir más a los varones. Necesitamos abrir el espectro en nuestras luchas, también en lo que refiere a las luchas por la justicia. Se trata de no cerrarnos, de que nuestra voz llegue a otros espacios, que esto pueda crecer y se pueda instalar, que se sientan parte. Que el feminismo se sienta como un derecho”, suma González.

“En este momento se utiliza esta justicia porque es el recurso más urgente, pero es claro que no se trata de dar un castigo y menos de mandar a la cárcel que sin duda no cambia la mentalidad de nadie. Esto se trata de generar otra manera de pensar, de romper con la sociedad patriarcal generando algo que venga desde la raíz”, finaliza Slipak.

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