Lo que perdimos en el fuego

🌋Lago Puelo y El Hoyo fueron las ciudades de la Comarca Andina afectadas por una tragedia ambiental sin precedentes. Brigadistas, artesanos y vecinos de la zona cuentan cómo sigue la vida después del desastre.

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Una extensión de bosque nativo de catorce mil hectáreas, el equivalente a tres cuartas partes de la superficie de la Ciudad de Buenos Aires, se redujo en unas pocas horas a un cementerio de carbón y ceniza. En el Paralelo 42 de la Comarca Andina, un mes después de iniciado el incendio que casi la devora por completo, sus habitantes –los empleados públicos, los comerciantes, los artesanos, los artistas, los docentes y hasta las autoridades– todavía balbucean al intentar describir lo que vieron con sus propios ojos. La bola de viento y fuego atravesó los cerros a las cuatro de la tarde, arrasó con más de 500 casas, se cobró tres vidas y se detuvo –se apaciguó– de madrugada. No hubo mucho más que hacer que rezar para que llueva o llamar a los familiares y amigos para chequear que estuvieran a salvo o directamente echarse a correr escapando de las llamas, según el caso.

“Una tormenta de fuego”, “un infierno dantesco”, “un viento atroz que echaba nafta y se llevaba puesto todo”, “las peores horas de mi vida”, “un escenario de guerra, como si estuviesen bombardeando”, dicen cuando se les pregunta por lo que vivieron ese día.

–En mis 19 años de servicio nunca me había enfrentado a una situación tan extrema –dice la voz raspada de Diego Vargas, brigadista del Servicio Nacional de Manejo del Fuego (SNMF). –Las ráfagas de viento, supimos después, superaron los 100 kilómetros por hora, y por momentos era tal la temperatura que hasta se derretían las lámparas de vidrio de los postes. El fuego no se podía combatir y se escuchaban explosiones cada vez que prendía en una casa o un auto. No quedó nada. Nuestra única posibilidad en el medio de tanta destrucción fue ir de casa en casa, como podíamos, auxiliando a la gente que escapaba con sus chicos y sus cosas–.

Vargas y sus compañeros del SNMF intentaban combatir el fuego a la altura del paraje Las Golondrinas cuando pudieron ver las llamas de otro de los focos sobre el Cerro Radal, a mitad de camino entre la ruta nacional 40 y Lago Puelo. Fueron inmediatamente hacia allá: la casa que Alan, uno de los brigadistas más nuevos, de 22 años, había empezado a levantar en ese mismo lugar apenas 9 meses antes, podría estar a esa altura envuelta en llamas, con su esposa adentro. Llegaron a tiempo de salvarla, pero para la casa (y para los perros) ya era tarde. Así estuvieron, de una emergencia a otra, sin noción del tiempo, hasta que cayeron agotados.

Fotos: @_eugeneme

El concejal de Lago Puelo Sam Gangemi hizo ese mismo recorrido durante toda la tarde, pero a la inversa. Salió del pueblo en una de las 4×4 de la municipalidad con la idea de adentrarse en algunos de los caminos de tierra del cerro por si encontraba gente huyendo del fuego. Hasta que el calor, cada vez más abrasivo, lo hizo detenerse y volver. “Por un momento pareció que las llamas derretían la camioneta con nosotros adentro”, dice. Con su teléfono llegó a grabar uno de los videos que más tarde se viralizaron en las redes y en los medios, que muestran el fuego de noche iluminando la ruta.  

Sobre ese camino Gangemi fue y vino también durante las semanas siguientes, para realizar el primer relevamiento que el intendente local, Augusto Sánchez, del Frente de Todos, le entregó en mano al presidente Alberto Fernández y al ministro del Interior, Wado de Pedro. Ese primer informe se quedó corto: contaba 250 casas arruinadas, y hoy se sabe que son más de 500, contando también al municipio de El Hoyo. Las pérdidas materiales son todavía inestimables. En vidas, fueron tres: Sixto Garcés, de 50 años, del paraje conocido como “Buenos Aires Chico”, cerca de El Maitén; María Briones, de 51 años, de Lago Puelo; y José Luis Rivero, de 68 años, de Las Golondrinas. Para la reconstrucción total del bosque nativo habrá que esperar unos 80 años: es lo que tarda el Ciprés de la Cordillera, especie autóctona, en alcanzar la estatura de su madurez.

El martes 9 de marzo se esperaban lluvias. Al mediodía el termómetro tocó los 35 grados, la tierra estaba seca y crujiente y el viento soplaba a más de 70 kilómetros por hora. Las primeras gotas cayeron del cielo recién pasada la medianoche, cuando los cerros ya ardían iluminados por las llamas, y las cenizas y los pedazos carbonizados de madera volaban prendidos por el aire, como granadas.

A las cuatro y media de la tarde, Daniela escuchó la alarma. Era un foco de incendio en Las Golondrinas. Volvió a la base que tiene Bosques Nacionales, sobre la Ruta 40. “A esa hora teníamos una guardia mínima, porque la mayoría de nuestro personal estaba en El Maitén, a 40 minutos de distancia, combatiendo otro incendio iniciado días antes, que persistía. Lo primero que pensé desde el puesto de vigilancia era que el fuego se iba a quedar en la montaña. Pero enseguida me di cuenta que no”, dice.

Según la investigación que llevó adelante la Policía de Chubut, el primero de los focos, en Las Golondrinas, se desató alrededor de las tres de la tarde a partir de un cortocircuito generado por el contacto de una rama con el tendido eléctrico, precario. Hubo un segundo, originado dos horas después, a las 17hs, en Cerro Radal, y un tercero a las 19, en Cholila. La presencia de varios focos simultáneos genera dudas hasta hoy acerca de una supuesta intencionalidad, que se vieron reforzadas por las declaraciones del ministro de Ambiente, Juan Cabandié, que sacó esa misma conclusión al visitar la zona pocos días después del desastre.

El problema es que hasta ahora, el fiscal a cargo de la investigación no tiene una hipótesis concreta y, un mes después del desastre, los damnificados y el resto de los pobladores no tienen una explicación oficial sobre lo que pasó. Peritos de la Superintendencia de Bomberos y División Siniestros de la Policía Federal, enviados por Nación, concluyeron que el incendio no fue intencional, porque no encontraron indicios en ese sentido. Pero no mucho más.

Los especialistas en la materia –entre ellos, el investigador del Conicet Guillermo Defossé– coinciden en que la sequía que afectó a la zona durante el verano, sumada a las altas temperaturas que persistían incluso de noche, más la entrada en la zona de un frente frío de aire proveniente del Pacífico, generaron un combo ideal para la proliferación de una tragedia de tal magnitud. Estaba todo dado: pudo haber sido un corto del tendido eléctrico, un rayo, o un uso indebido –o adrede– del fuego por parte de un particular, y el resultado hubiese sido parecido, o el mismo.

Para colmo, un informe del año 2013 de las investigadoras del Conicet Melisa Blackhall y Jorgelina Franzese llega a la conclusión que el reemplazo de bosque nativo por pinos contribuye a los incendios, a partir del estudio de una zona particularmente inflamable, Puerto Patriada, situada a apenas 14 kilómetros de la zona del desastre. Los pinos fueron introducidos en la comarca en la época de la dictadura.

“Hay que penalizar la destrucción de bosques ya. Los gobiernos provinciales y nacional deben poner todos los recursos disponibles para frenar este ecocidio e investigar las causas de tantos focos simultáneos. Los incendios forestales se repiten todos los años y se agravan por el cambio climático. Los bosques se encuentran cada vez más amenazados por las quemas provocadas por fenómenos naturales y la actividad humana, ya sea por negligencia o de manera intencional. Las multas no sirven”, dijo el director de la campaña de Bosques de Greenpeace, Hernán Giardini.  

Según esa organización, ya se perdieron en lo que va del año 30 mil hectáreas de bosques contando todos los incendios ocurridos en Chubut y Río Negro.

Cuando Daniela divisó desde la base de Bosques que las llamas avanzaban, chequeó el monitor: el fuego estaba rodeándola. “Empecé a gritar por el comunicador, desesperada. No me acuerdo cómo ni qué dije específicamente, pero imploraba a mis compañeros que estaban en El Maitén que se vengan rápido, ya, que el incendio ahora el nuestro”, recuerda. Cuando la situación se volvió incontrolable, salió disparada de la base, a la que vio un rato después abrazada por el fuego mientras se alejaba hacia El Hoyo por la 40.

“Mechi”, como conocen todos en Lago Puelo a María de las Mercedes, anfitriona de la Biblioteca Popular, sintió el ruido de las sirenas y salió a la calle. Vio a la gente correr sin dirección, sin entender. Vio el fuego a lo alto y respiró humo. Al principio no supo qué hacer, pero enseguida recordó que una compañera suya de la biblioteca vivía en El Radal. Su amiga perdió todo –casa, coche, mascotas, taller, todo lo construido en años–, pero se salvó, y sus hijos también. Se ocupó de asistirla y encontrarle un lugar, y entendió que desde ese momento a ella le tocaba, como bibliotecaria, encargarse de que los niños de las familias arrasadas sufrieran lo menos posible. “Estamos recolectando juguetes y libros. Todo el espacio está a disposición: es uno de los pocos que tiene internet todo el día y por el generador que conseguimos, también luz. Reconstruir el bosque llevará varias generaciones, nosotros ya no lo vamos a ver como antes, pero ahora hay que trabajar para que ellos crezcan bien”.

Mientras el intendente de Lago Puelo, Augusto Sánchez, se reunía en Buenos Aires con el ministro del Interior, Wado de Pedro, y el jefe de Gabinete, Santiago Cafiero, como parte de una gira que duraría casi toda la semana pasada, en la comarca se preparaba una conferencia de prensa convocada por los damnificados de la “Parcela 26”, conocida también como barrio “El Pinar”, donde viven sobre todo artesanos y artesanas jóvenes. Allí el fuego hizo desastres: la mitad de los damnificados de toda la comarca viven en ese barrio, del que no quedaron más que escombros.

En la “Parcela 26” se vive en comunidad, se comparte todo y se resiste: la municipalidad pretende recuperar esos terrenos, a la vera de la ruta 40, que fueron ocupados hace varios años ya. En Lago Puelo se los nombra como “la gente de la toma”. Pero, aún después de sufrir el incendio, la respuesta de las familias que habitan el lugar sigue siendo la misma: “acá nos quedamos”.

Esa tensión le da forma al principal conflicto político de esta zona de la comarca. Un sector del pueblo, el de mayores recursos económicos, le reclama a Sánchez que los desaloje a la fuerza, con el apoyo de la oposición, que controla el Concejo Deliberante; el intendente propone una reubicación –un camino intermedio– que por ahora es rechazada. Sánchez logró que Parques Nacionales le ceda a Lago Puelo otros terrenos fiscales para reubicar a las familias, pero la solución está trabada en la Legislatura de Chubut y tampoco convence demasiado a la gente de El Pinar, que denuncia que perdería metros cuadrados en relación a lo que tienen ahora.  

El incendió le agregó aún más dramatismo a esa discusión: los vecinos de la toma denuncian que el gobierno local los abandonó a su suerte. “Si tenemos agua potable es por las donaciones, acá no se acerca nadie de ningún gobierno”, denunciaron en la conferencia de prensa. La tarea de reconstrucción del lugar avanza a todo trapo: se trabaja día y noche en reparar el terreno, barrer los escombros y, tímidamente, empezar a poner algunos ladrillos encima de otros. Pero la tarea por delante es enorme, y se va a necesitar mucho más que los brazos solidarios que se acercan a ayudar para que el barrio vuelva a recuperar el brillo que tuvo antes del desastre. Los Estados (nacional, provincial y local) tendrán que revertir la imagen de “abandono” que se ha generalizado.     

La escuela, el gimnasio, la biblioteca popular y la secretaría de cultura de pueblo se convirtieron mientras tanto en centros de acopio de todo tipo de donaciones, que a veces “son más un problema que una bendición”, como explica Mechi, de la biblioteca, porque mucha gente se saca encima cosas que no le sirven a nadie. Los Boy Scouts coparon el gimnasio municipal y el ritmo de trabajo con el que despachan comida, ropa y artículos de higiene y limpieza es digno de compararse con la forma automática que trabaja un algoritmo. Algunos sindicatos, como los petroleros de Santa Cruz, ya reconstruyen algunos de los complejos de cabañas propios y en el ínterin también reparten materiales de construcción a los vecinos.

Si hay una persona que no sería bienvenida en medio de este desastre, sólo podría ser un ejecutivo de alguna multinacional minera. Más allá de sus diferencias políticas cotidianas, en lo que acuerda la mayoría de los habitantes de la Comarca es en su rechazo rotundo a la instalación de la megaminería. Unos y otros, a ambos lados de la grieta, coinciden con esa negativa. Casi no hay mural en Puelo o el Hoyo que no diga “el agua vale más que el oro”. El problema es que el gobernador de Chubut, Mario Arcioni, no piensa lo mismo.

En Lago Puelo hay dos suspicacias que apuntan, como se dice, “a los intereses mineros”: que estuvieron detrás de los incendios y que también algo de eso terció en los piedrazos con que el presidente Alberto Fernández fue recibido cuando llegó para visitar la zona.

De Pedro culpó sin tapujos a “la mala imagen” del gobernador por los piedrazos. Traducido: eran para Arcioni. El gobernador había hecho compaña con la promesa de no dejar entrar a la megaminería a la provincia, promesa que le duró cinco minutos una vez electo, lo que dañó enseguida su imagen, también golpeada por las dificultades que tiene para pagar los sueldos de los trabajadores y las trabajadoras estatales.

Esa situación hace que el gobierno nacional busque despegarse lo más posible, sobre todo en un año electoral, en el que Chubut renueva dos senadores nacionales. “En lugar de reconocer su responsabilidad en los hechos de violencia contra la comitiva presidencial, el gobernador elige atacar al intendente de Lago Puelo, que está trabajando junto al Presidente para asistir a la comunidad”, disparó De Pedro vía Twitter.

El ministro recibió a Sánchez y al resto de los intendentes de la comarca para anunciar el reparto de 150 millones en concepto de Aportes del Tesoro Nacional (ATN) para la reparación. También, de alguna manera, se puso al frente de la coordinación de los operativos. Pero en la foto no estuvo Arcioni: los ATN, generalmente, se transfieren de Nación a las provincias, y de las provincias a los municipios. Haberse saltado al gobernador fue todo un gesto político. La reunión entre ambos fue, finalmente, sobre el fin de esa semana.

Los intendentes de Pueblo y El Hoyo consiguieron además un convenio para 250 viviendas prefabricadas como solución urgente para empezar la recuperación. También otra línea de crédito para reparaciones posibles en casas que sufrieron daños menores. No sólo faltan otras 250 soluciones, sino acelerar las que están: el traslado hasta la Patagonia de los materiales y la mano de obra que construirá las prefabricadas todavía es un trastorno de ingeniería para municipios que no están preparados en estructura para una tragedia de semejante tamaño.

Las zonas afectadas, un mes después, siguen sin luz ni agua. Más allá de quienes perdieron todo, casa incluida, hay cientos de personas y familias a las que el fuego les quitó otras cosas.  Años de trabajo, por ejemplo. Es el caso de Rogelio, un Luthier de casi 70 años, y de Damián, un artesano 20 años más joven que también es docente y se dedica a la orfebrería y la escultura. Ambos salvaron sus casas de milagro: es inexplicable, pero las llamas se detuvieron metros antes y el viento las desvió. Ambos también perdieron sus talleres, con todas sus herramientas y su materia prima.

Damián cree que le costará un millón de pesos volver a tener todo lo que tenía: martillos, soldadoras, pinceles, químicos. Algunas de las herramientas eran de su padre, que lo instruyó en el oficio. “Si no hago lo mío, siento que no estoy vivo”, dice.

Rogelio hacía una, dos guitarras por año. Su filosofía era la de trabajar cuando haya ganas. “Así es como las cosas salen bien”, dice. El resto del tiempo lo pasaba en el lago. O manteniendo un manzanar, sobre la entrada de su terreno. El fuego le quemó maderas traídas de Suiza, todas sus herramientas.

–Lo que pasa es que yo ya no tengo ganas de volver a levantar mi taller, a mi edad. No tengo fuerzas. Y si no tengo mi taller, no puedo hacer guitarras. Y sin hacer guitarras, que es lo único para lo que sirvo, no sirvo para nada. No tengo más ganas de vivir acá, ya no– dice.   

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Matias Ferrari

Periodista, comunicador y militante social. Trabajó en Página/12 y colaboró en la investigación del libro "Macristocracia" publicado por Editorial Planeta.