«Las pérdidas escapan a la lógica capitalista de la reapropiación de la energía»

💜 Doctore en Filosofía, profesore, investigadore, activista lesbiana y feminista, Vir Cano habló con El Grito del Sur sobre "Dar (el) duelo. Notas para septiembre", publicado recientemente por Editorial Galerna.

Al comienzo de la pandemia, las fotografías de calles desbordadas de cadáveres marcaron un antes y un después en nuestra relación cotidiana con la muerte. Desde ese momento los parques devenidos en cementerios, los velorios por Zoom, los ataúdes de cartón y las fosas comunes, horadaron el inconsciente colectivo, estallando, como la pelota que rompe el cristal de los anteojos. Un año más tarde, mientras los hospitales luchan contra el colapso y los medios se acostumbran a actualizar el saldo de muertes, nace Dar(el)duelo. Notas para septiembre, el libro donde Vir Cano, Doctore en Filosofía, investigadore del CONICET, docente y activista lesbiana, compila escritos en torno a la muerte de su hermano mayor. Vir tenía 14 años el 10 de septiembre de 1993 cuando Nicolás (20) falleció en un accidente de tránsito. A partir de entonces y durante décadas, sus reflexiones surgen en forma de poemas, relatos o intertextos, con la necesidad de dar letra a lo inenarrable, de materializar la experiencia. Dar (el) duelo reúne textos breves, tiranos, dulces, valientes, chistosos, ásperos, filosóficos. Palabras que, en la misma línea, se punzan y acarician entre sí. Textos que nunca fueron leídos en voz alta y, sin embargo, generan herramientas para hablar sobre la incertidumbre de la pérdida. Sobre el desfasaje temporal de la hermandad revertida y la juventud amputada. 

En un Zoom que intenta acortar las distancias, El Grito del Sur conversó con Vir Cano sobre el dolor colectivo, el psicoanálisis, la pandemia y la muerte.

Decidiste publicar un libro sobre la muerte de tu hermano, que fue en 1993, en un momento donde el mundo está atravesando un gran duelo colectivo. ¿Por qué?

La publicación del libro fue un poco casual. Yo escribo sobre esto hace muchos años y venía pensando en editarlo. Justo tuve un ofrecimiento de Galerna, les mandé el manuscrito y les encantó. Fue un proceso rapidísimo y muy amoroso de acompañamiento por parte de la editora que llevó solo cuatro meses. Respecto al contexto social, pienso que es un texto pertinente, viene a hablar del duelo en un momento de enormes pérdidas personales y colectivas, atravesado por la muerte y en ese sentido por el duelo. En esta coyuntura hay que hablar del duelo, es inevitable, estamos contando las muertes todos los días. Mi hermano falleció hace muchos años; sin embargo, siento que era el momento indicado para compartir estas palabras.

En ese sentido, la pandemia dejó en evidencia que hay cosas de las cuales no se habla lo suficiente. lgo similar sucedió también con la salud mental. ¿Creés que faltan discursos sobre cómo transitar el duelo?

Vivimos en una cultura que nos bombardea con discursos en torno a la alegría, la felicidad, el amor propio, la autosuperación y que hay una enorme necesidad de hablar de las pasiones tristes, de las cosas con las cuales no podemos, porque no nos pasa solo lo bonito y de las cosas difíciles se habla poco. El duelo es eso, una experiencia de desasimiento, de padecimiento, en el sentido de que no tenemos una agencia completa, no dominamos los procesos de duelo, son procesos que nos acontecen, ocurren, nos llevan puestos. Creo que si bien socialmente parece haber un gran discurso en torno a la felicidad, también hay deseo de hablar de lo que lamentamos, no podemos, no elegimos. 

En el libro hablás mucho del paso del tiempo. El hecho de que tu hermano era más grande, pero al haber fallecido vos lo superaste en edad y llegaste a vivir cosas que él no. ¿Cómo fue ese proceso?

Cuando falleció mi hermano yo era una adolescente, así que mi relación con la palabra también era muy distinta. Si bien ya escribía, con los años la palabra se convirtió en una herramienta, un refugio, una trinchera, un lugar que habito. En el proceso de ir escribiendo, a pesar de que el duelo iba quedando más lejos, fui encontrando la manera de transitarlo. No pienso que las palabras por sí solas sanan, las palabras también hieren, también pueden lastimar, ser el remedio y el veneno. Sin embargo, yo tengo un vínculo muy primario con la palabra, muy apegado, por eso creo que mi proceso tuvo que ver con encontrar una posibilidad de poder nombrar, con intentar poner en palabras lo que nunca se agota en ellas y cómo eso permeó el duelo. 

En ese sentido mencionás de dos nociones de duelo, la de Jacques Derrida que dice que «la muerte nos regala el don amargo de un tiempo infinito» y la de Sigmund Freud que afirma que el duelo termina cuando el sujeto logra aceptar la realidad de que lx otrx está muertx. ¿Qué sucede con esa discusión?

Esa es una teoría por la cual Derrida discute con el duelo freudiano, pero esas ideas circulan en la sociedad. La idea de que el duelo debería llegar a su fin y eso es un duelo sano es una idea extendida, no es solo una tesis del psicoanálisis. A mí me sirvió un montón leer a Derrida porque mi sensación era que el duelo no llegaba a un fin, que a lo sumo cambiaba, mutaba, pero que mi hermano volvía y me seguía generando cosas y el hecho de querer que llegue ese fin era una escena muy frustrante. Algo que dice Derrida es que hay una idea muy capitalista en pensar que el duelo es algo se clausura y vos te rearmás de vuelta y podés salir a otras aventuras. Los afectos no son así. Las pérdidas se escapan a la lógica capitalista de la reapropiación de la energía, del tiempo, se escapan al cálculo. En ese sentido me resultó muy aliviador pensar qué había de interesante en la posibilidad de que capaz el duelo no se cerrara nunca, que quizás no encontrara un final, que sea un proceso que siga a lo largo de mi vida. Encontrar la idea de Derrida para mí fue una buena compañera para pensar lo que está pasando, con suerte lo que yo escribí en el libro sea una buena compañía para quienes atraviesan sus propias pérdidas.

Claro, está la idea de las «etapas del duelo» que incluso terminan siendo un mandato. Como si quedara establecido socialmente cuánto tiempo podés estar mal y después de eso es patologizado. Algo que en una pandemia donde cada día hay nuevas muertes se volvió terrible…

Es una expectativa tiránica porque sostiene la idea de que un duelo normal es un duelo que termina y esa es una exigencia muy alta para muchas personas que no llegamos a eso. Me parece que hay algo de aceptar, que hay cosas con las que vivimos y encontrar la manera de acompañar sin que la expectativa sea que la herida deje de doler o que no nos expropie tanto. Estamos en un momento de enorme duelo. Tener el conteo de muertes diarias es la evidencia de la presencia de la muerte. Hay que tener paciencia con esas pérdidas y transitarlas de una manera más amorosa y menos normalizadora respecto a ‘que debería pasar’. Quizás sean procesos relativamente singulares y no haya manera de clausurarlos en las etapas del duelo ‘normal’ porque los números no dan cuenta de lo que nos pasan. Esos números son parte de trayectos afectivos que ninguna estadística puede acercar. De índices que solo nos hablan de ese momento del duelo congelado.

En el texto aparecen los roles de género respecto al duelo, el femenino en tu madre, más afectado y contenedor, y el masculino, que tiene más que ver con soportar en silencio, representado en tu hermano Hernán. Vos te desmarcás de los dos polos constantemente,  incluso cambiás el uso de pronombres a lo largo del texto. ¿Cómo influyen los roles de género en el proceso de duelo en ese sentido?

Sin duda, las pedagogías afectivas son pedagogías generizadas y no nos enseñan a sentir de la misma manera. Yo me describo como una masculinidad lésbica no binaria, pero fui educada como una niña. Durante el libro varío mi pronombre, de ahí la inscripción autoral con la barra Vir/Virginia, ya que si bien actualmente uso el nombre Vir, la que pasó por ese proceso también fue Virginia, LA hermana menor, y quise dejar una inscripción de ese recorrido. Es difícil responder esa pregunta porque ahora no me considero una femineidad y no por eso el texto no está cargado de afecto. Respecto a mi familia, creo que hay algo muy diferente en cómo vivieron el duelo mi viejo, mi vieja y mi hermano Hernán. A lo largo de mi vida, yo a mi padre solo lo vi llorar por esto. En ese sentido es interesante que los duelos desarman un poco la idea fría de la masculinidad hegemónica, nadie espera que un padre sea insensible frente a la muerte de su hije. Después sí, hay diferentes maneras de expresar las afecciones tanto en masculinidades como en femineidades.

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Dalia Cybel

Historiadora del arte y periodista feminista. Fanática de los libros y la siesta. En Instagram es @orquidiarios