El argentino racializado es una contramemoria en la consciencia de la modernidad

😳 Tras las polémicas declaraciones del presidente Alberto Fernández, quien mezcló una cita de Octavio Paz con una canción de Lito Nebbia, el joven militante antirracista y referente de Jóvenes por el Clima, Bruno Rodríguez, escribe algunas líneas para reflexionar al respecto.

Fotos: Catalina Distefano

Alberto Fernández no es un adherente al Ku Klux Klan por haber declarado las barbaridades racistas que declaró. Si bien merecen el repudio generalizado de la población, es necesario abordar el episodio desde una mirada integradora. Los dichos de Alberto develan, una vez más, que Argentina es un país profundamente racista. Desde el primer mandatario hasta el último de los más de cuarenta y cuatro millones de habitantes. Entender el carácter estructural de este fenómeno es imprescindible, despojarnos de la necesidad de debatir en términos morales y apostar a la politización de nuestro análisis respecto al racismo local, es un primer paso que nos debemos dar. 

¿Quién es argentino? ¿Cómo es un argentino? Responder a estos interrogantes fue la principal motivación de los procesos de construcción del actual imaginario dominante durante los periodos post independentistas. Las figuras de la fundación del pensamiento cultural argentino respondieron las preguntas con una receta que tiñó el sentido común regurgitado por Alberto el día de ayer: Una estricta crianza bajo el relato de que Argentina es un exiliado europeo en América Latina, un relato que nos ubica en el podio regional por el «mérito» de ser más «blancos».  La frase «Los mexicanos vienen de los indios, los brasileños de la selva y nosotros, los argentinos, de los barcos europeos» cristaliza la vigencia del relato. Seguramente para muchos, este tipo de declaraciones no levantarían sorpresa si Macri fuese el emisor, en este caso fue el representante de un gobierno asimilado al ideario popular y progresista. El baldazo de agua fría es mucho más doloroso. 

Históricamente, las profundas raíces culturales reaccionarias de las derechas afloran bajo la forma del racismo, el clasismo y los nacionalismos extremos. Son el caldo de cultivo de gobiernos que sistematizan el desprecio a quienes integran el subsuelo de la patria. Pero lo sucedido ayer devino de un Presidente cercano a las experiencias latinoamericanistas, por lo tanto ya no hablamos de propiedades discursivas de un determinado sector de la política… La eminencia de este discurso se debe a un proceso mucho más grave, la derechización cultural de fondo que atraviesa a la sociedad argentina. Los comentarios de Alberto frente a su par español constituyeron una oda al colonialismo y una profunda reivindicación, en palabras del presidente, europeísta, a la Argentina reservada para el criollo blanco. A partir de este análisis surge un desafío superlativo. Reconocer que incluso durante las décadas progresistas, las clases y los grupos dominantes en la producción cultural y el ejercicio del poder en el pensamiento argentino no dejaron de ocupar un lugar dominante. 

El argentino racializado no tiene identidad nacional, no tiene código postal, es una contramemoria en la consciencia de la modernidad

Hace falta voluntad política para resignificar nuestras agendas reivindicativas en función de los paradigmas sociales emergentes. Al igual que el feminismo, el antirracismo debe irrumpir con virulencia en la escena pública. Debe saberse movimiento y tejer la fusión de nuestros lazos colectivos en vistas a romper con el legado sarmientiniano que le asigna el lugar del otro y de barbarie al argentino morocho y con rasgos indígenas. Para eso es crucial no creer ciegamente en la narrativa que reduce el racismo a un prejuicio o una simple práctica discriminatoria, eliminar la discriminación racial como práctica cívica, no configura políticas de justicia racial. Necesitamos apuntar a la raíz del fenómeno. Desarticular los discursos que reproducen la idea de Argentina como «la París» de América y gestar un movimiento antirracista popular es un imperativo histórico. Cómo dice un referente personal de Alberto, cambio es el nombre del futuro.

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