La limosna no va más

🤦‍♂️ El famoso influencer volvió a encender la polémica luego de comenzar una colecta benéfica para el colectivo travesti trans. ¿Qué vínculo tiene la derecha con la lógica de la caridad en el siglo XXI?

Hace unos días Santiago Maratea, influencer e incansable trendic topic nacional, volvió a desatar una polémica en redes a partir de una nueva campaña solidaria. Esta vez la revuelta comenzó luego de que “Trans argentinxs”, una organización apartidaria dentro de la Federación LGBTIQ+, realizara un vivo de Instagram contando las problemáticas que atraviesa del colectivo travesti-trans, con énfasis en las infancias. A partir de la noticia, el influencer decidió recoger la posta con el objetivo de juntar 30 millones de pesos para crear una fundación que ampare a las personas trans, algo que -según él- hasta el momento no existía.

Ésta no es la primera colecta organizada por Maratea. El joven, que desde sus inicios donaba parlantes, entradas a recitales y vouchers, fue conductor de Vorterix y ahora recauda plata para las personas que, a su criterio, más lo necesitan. En su lista de logros ya viajó a Miami para conseguirle el medicamento más caro del mundo a una bebé, compró la casa de la organización Madres de la Trata y donó dos camionetas a la comunidad Wichi. Amado y odiado por etapas, el rubio de clase alta encarna un perfil deconstruido y rebelde sin esconder sus ostentosos gustos y siempre dejando en claro su propósito de fundar una ONG más grande que Google.

Más allá de todas las críticas, posiciones o encontronazos que unx pueda tener ante cualquier accionar de las personas mediáticas, el debate sobre si está bien lo que hace el influencer tiene un gran trasfondo histórico y político. ¿Cuál es el fin de conseguir dinero -de otrxs- una sola vez para algún sector que lo necesita? ¿Qué es lo que efectivamente nace desde la concepción de solidaridad a través de la colecta?

A partir de los dichos del influencer, parte de las organizaciones políticas y sociales que militan en la comunidad LGTBIQ+ se sintieron invisibilizadas y desplazadas. Entre ellas Infancias Libres, encabezada por Gabriela Mansilla, mamá de Lulú, la primera niña en obtener su DNI a través de la ley de Identidad de Género, que trabaja todos los días para que las niñeces trans tengan un presente y futuro digno. La diferencia es que en ese caso la caridad, el victimismo y la pobreza no son los protagonistas de la historia.

Pero, ¿cómo dirimimos el conflicto más allá de las posturas de héroes y villanos? No se trata del propio Maratea, ni es una discusión personal. El nudo tiene que ver con una concepción de ayuda muy errada ligada a la beneficencia y la indefensión. La a-política y la lógica de salvación heroica (masculina) remiten a un solo significado: depende de mí, yo te salvo, pero sin articulación con nadie, o sea que es aún más personalizado e individual. 

En un país donde la historia de adquisición de derechos humanos y políticos se dio a nivel colectivo, en la misma semana donde se logró sancionar la ley de Cupo Laboral Trans, reapropiarse de manera individual y superficial de una causa que ya está encabezada por una comunidad, recae en una visión chata y estereotipada del pobre que debe ser salvado

No sirve con levantar un edificio en Palermo, San Isidro o Martínez brindando información que ya es accesible gracias a las organizaciones, no sirven la ecología de campañas verdes ni las oficinas de género super modernas que le dan la espalda al grupo minoritario o violentado. Es errado seguir pensando que lo único que le brinda legitimidad a las minorías son instituciones administrativas, incluso cuando esto muchas veces reduce su potencia a una administración de cartón. La ayuda más ligada a la lástima que a la empatía no hace más que replicar los discursos de la política liberal que empapa a nuevas generaciones de culpa de clase y limosna disfrazada de solidaridad.

Es peligroso tener que aclarar que las políticas públicas articuladas con la educación, la salud y la economía son lo necesario para garantizar los derechos adquiridos y efectivizarlos en la práctica. No se necesita un pabellón de pediatría únicamente para infancias trans (idea retomada de Santi Maratea), sino que se necesita el efectivo y estricto cumplimiento de la ley de Identidad de Género. No se necesita un vagón pintado de rosa exclusivo para mujeres, sino políticas públicas que protejan, autonomía económica y prevención de las violencias. No sirve una oficina únicamente para personas trans si no se va a cumplir la ley de Inclusión Laboral. No necesitamos generar más espacios “solidarios” que repliquen lógicas re-victimizantes y discriminatorias ante la falta de escucha, información y de articulación. 

El problema es la subestimación. Es la nueva era de solidaridad a la que Eva Duarte le cerró la puerta. Es una culpa de clase que genera más diferencia, es más brecha, es más asimetría, más violencia y más exclusión.

La limosna no va más.

Es la lástima y no el influencer lo que queda por desarmar.

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