“Antes de definirme asexual me daba cuenta que cuando salía con gente no me sucedía lo mismo que a mis amigues con sus vínculos. Estuve mucho tiempo mal, cuestionándome a mi mismo, replanteándome la pareja, hasta que empecé a ponerle más atención a lo que me pasaba y entendí que no sentía atracción sexual más allá de que quisiera a le otre y accediera a tener relaciones”, cuenta a El Grito del Sur Notxe, activista trans e integrante de AgruPAs, Agrupación de Pluralidades Asexuales. Es sábado por la mañana, pero está despierto hace rato. La siguiente media hora, el joven de 21 años la pasará reflexionando, riendo y contando pacientemente anécdotas sobre un tema tabú para algunes y desconocido para muches. “Identificarme como grisexual fue un alivio porque me permitió ponerle un nombre y saber dónde estaba ubicado, pero al mismo tiempo es difícil porque la mayoría de las veces que se habla de asexualidad es desde un lado negativo, ya que todo lo que sea contrario al común discurso sobre el sexo y la sexualidad se considera un problema”, afirma.
Tal como Notxe, el 1% de la población mundial se identifica dentro del espectro asexual, un término paraguas utilizado para nombrar a aquellas personas que sienten menor atracción sexual que el “estándar”, es decir la alonorma. La asexualidad engloba tanto a personas que no sienten ninguna atracción sexual, como a aquellas que la sienten en menor grado (grisexuales) o sólo sienten atracción sexual cuando desarrollan un vínculo emocional (demisexuales), entre otras identidades o vivencias subjetivas. Están les que la consideran como parte de su orientación sexual y también hay quienes se nombran arrománticos, ya que no sienten atracción romántica por otres.
Para entender la asexualidad resulta fundamental aclarar que no se trata de un estadio temporal, no se relaciona a cambios hormonales ni resulta de traumas infantiles o confusiones. Además, ser asexual no equivale a ser célibe o no tener actividad sexual, una de las grandes confusiones, ya que muches eligen tener relaciones de común acuerdo con una pareja, tienen fantasías, fetiches, se masturban o practican BDSM.
“Aunque sorprenda, al ser un espacio no atado a la genitalidad, el BDSM ha abierto las puertas a muchas identidades y personas que no sienten atracción sexual”, explica Mel Feld, educadore de Kinky Vybe, cooperativa que se dedica a divulgar sobre salud sexual, placer, fetichismo y teoría interseccional. “Lamentablemente la educación sexual que tenemos sigue siendo muy anti-sexo, reforzando la alonormatividad bajo esa idea de que todes experimentamos o deberíamos experimentar atracción sexual de la misma forma y con la misma frecuencia. Confundir los conceptos como atracción, sexo y prácticas sexuales es problemático porque parece que todos fueran lo mismo. Eso no permite pensar que la experiencia sexual humana es fluida y diversa y en verdad son muy pocas las personas que entran en las condiciones de lo que se considera la heteronorma”.
En ese sentido, les activistas aclaran la diferencia entre atracción sexual, es decir el deseo sexual por alguien específico, excitación sexual que es la respuesta física involuntaria y la líbido o el deseo sexual en general sin que esté dirigida hacia nadie, que puede sentirse con más o menos regularidad e incluso nunca.
“Hablar de las personas que no tienen atracción sexual rompe muchas estructuras del régimen heterosexual, por eso incomoda”, continúa Mel mientras describe cómo las representaciones estereotípicas de la asexualidad reproducen discursos estigmatizantes. “Sobre la asexualidad suceden dos cosas: por un lado, se arman figuras cristalizadas e injustas que varían según el género: por ejemplo, ‘la frígida’ si sos mujer cis o ‘el virgo’ si sos varón cis, y por otro lado se asexualizan otras corporalidades como los cuerpos gordos, los cuerpos discas, con diversidad funcional o intersex”. En resumen, asegura: “Esto funciona porque el sistema biomédico genera una violencia específica y un disciplinamiento hacia los cuerpos que no están reproduciéndose. Cómo lo gestionamos parecería marcar nuestro valor humano”.
Las personas asexuales deben enfrentarse constantemente a cuestionamientos y violencias tanto por parte de otras personas como del sistema médico hegemónico. Esto trae consecuencias que van desde la medicalización de sus cuerpos hasta suponer que sufrieron abusos o que les digan que se identifican de esa manera porque no tuvieron las suficientes experiencias previas. A esto se suma la curiosidad morbosa, los comentarios incómodos o incluso el prejuicio de que son aburrides o solitaries. Además, a la hora de entablar relaciones deben dar largas explicaciones, desde personales hasta teóricas, a cambio de las cuales muchas veces sólo reciben maltrato y reacciones hostiles.
“Como todo está encarado hacia lo sexual, cuando conocés a alguien tengo que contarle que soy asexual. Además, tengo que explicar cómo lo vivo, lo que genera una confusión, porque yo soy una persona asexual que tiene relaciones sexuales. A veces las personas reaccionan mal, me cuestionan o empiezan a dudar de mis intenciones, igualando no tener atracción sexual con que no te guste alguien”, describe Notxe. “Cuando termina el tema no importa si después hablás del clima o de tu infancia, la incomodidad queda. Es como si para tener una conversación sobre sexualidad hubiera todo un protocolo y se debería abrir un telón en vez de tomarlo con naturalidad”.
La cultura hipersexualizada que reproducen las publicidades, la televisión y las revistas, lejos de informar, aplana la diversidad de prácticas, atracciones y placeres que existen reivindicando un modelo único de sexualidad hegemónico (cis sexista, alonormativo y falogocentrista) ligado al consumo constante, reproducido inclusive en los discursos progresistas. La lógica capitalista compulsiva e insaciable, donde el placer está totalmente ligado a la posesión, invisibiliza otras identidades, corporalidades y trayectorias que en muchos casos deben pasar desapercibidas o amoldarse para sobrevivir. “Me han dicho ‘no parecés asexual’, como si hubiera una cara de asexual o tuvieras que llevarlo en tu DNI. Les asexuales tenemos que salir del closet cada vez que hablamos con alguien”, suma el activista que apunta a la importancia de seguir cuestionando la genitalidad y la penetración como única manera de tener relaciones sexuales.
La organización AgruPAs surge en el 2018 a partir de la página de Facebook «Yo también soy asexual Argentina», abierta en 2010 y que actualmente cuenta con más de 1300 seguidores. Además de subir contenido a todas las redes, antes de la pandemia organizaron talleres con madres, padres, parientes y psicólogues para hablar de activismo y despatologización.
Si bien desde 2017 en la Marcha del Orgullo se leen discursos sobre asexualidad y desde 2019 AgruPAs forma parte de la Comisión Organizadora de la Marcha en CABA, en el Mes del Orgullo les entrevistades coinciden en la dificultad para hablar de las experiencias asexuales hacia adentro del propio movimiento LGBTIAP+, donde la manera en la que se gestionan las prácticas sexuales resulta fundamental para identificarse.
“Pareciera que el activismo LGBTQIA+ deja por fuera algunas identidades o interseccionalidades, especialmente los cuerpos intersex o la asexualidad, y eso también genera mucha invisibilización”, señala Mel como cuenta pendiente. “La misma idea de atracción parece quedar reducida y no se tiene en cuenta lo compleja que es y la cantidad de capas y posibilidades que tiene. Los cuerpos y los discursos de la asexualidad demuestran que, a pesar del esfuerzo, la experiencia humana fue disciplinada hasta cierto punto y hay muchísimas otras cosas que escapan, dejando en evidencia la violencia estructural. En nuestro sistema, especialmente en las metrópolis, hay un requerimiento constante de ser deseables y deseantes todo el tiempo, de sentir excitación sexual constante porque sino estás mal y sos patologizado. En ese sentido, hablar de asexualidad tanto dentro como fuera del movimiento LGBTIAP+ es una necesidad y una manera de hacer esas vidas más presentes y vivibles”.