Para dejar atrás los 90

🍄💊🚬 Contamos con las herramientas necesarias para ampliar las discusiones sobre los consumos, que permitan abandonar las proclamas de los años noventa en términos de perseguir a consumidores y demonizar sustancias.

Hace algunas semanas tuve ocasión de ver una microserie que una de las plataformas de entretenimientos[i] tiene disponible para sus usuarios bajo el título “Alt Esc”. La misma está protagonizada por una reconocida youtuber y otros jóvenes actores.

Me resultó novedosa, interesante y sobre todo, disruptiva. En un artículo anterior[ii] reflexionaba sobre el documental “El dilema de las redes sociales” y, en estos días, pensaba en la necesidad de revisar algunas definiciones para ampliar el campo de la discusión sobre los consumos problemáticos.

Clínicas de desvirtualización

Escena 1. En una sala en penumbras y rodeado por varias computadoras, un joven es increpado por un hombre que le dice: “Necesitas ayuda Hernán. ¿Aceptas o te resistís?”

Se suceden imágenes concatenadas en que varios jóvenes son llevados por la fuerza: a uno le sustraen el joystick, a otra le quitan el teléfono celular… Las escenas rememoran otras pasadas en que personas con padecimientos mentales eran llevadas contra su voluntad a instituciones de salud para su internación involuntaria.

Una voz en off dice: “Estás en una clínica de desvirtualización, tuviste una sobredosis de virtualidad. Estás acá para que te reconectemos”. El lugar en que transcurren los micro episodios (duran pocos minutos cada uno) es un hospital. Azulejos blancos y cartelería que merece nuestra atención.

El contenido principal del modelo asistencial recuerda a los dispositivos denominados Comunidades Terapéuticas para Adictos (CTA). Especialmente las llamadas “cerradas”, por el hecho de que las personas no podían decidir irse según sus propios deseos sino que quedaban a disposición de algún esquema terapéutico para su potencial recuperación. No es materia de esta discusión, pero no quiero dejar de aludir a un puñado de instituciones cuya terapéutica no ha quedado demostrada y solo mantenían su existencia para percibir el pago de prestaciones per cápita, más suculento cuanto más extenso fuera el tiempo de internación. Sobre algunos de esos casos pesan denuncias aun en proceso de investigación y sobre otros se ha probado la comisión de delitos.

Lo central es que estos jóvenes son forzados a realizar un tratamiento por su exposición problemática a las pantallas.

La desintoxicación digital

Escena 2. En un recinto del lugar, un grupo de gamers, influencers y hackers se encuentran reunidos para una sesión terapéutica denominada ceremonia de baja.

Las imágenes que se utilizan permiten por momentos meternos de lleno en una institución manicomial. Algunas escenas exponen prácticas en que las personas son sujetadas a una camilla o con chalecos de fuerza.

Jóvenes vestidos de modo uniformado caminan por los pasillos de la institución gesticulando y haciendo movimientos sin sentido al faltarles los objetos de la tecnología: la mano elevada para sacar una selfie sin el teléfono móvil, dos manos representando el teclear sin teclado…

Hace algunos años conocí la obra del fotógrafo americano Eric Pickersgill[iii], su colección Removed muestra fotos de personas en diferentes situaciones de la vida cotidiana a las que se les quitó de la imagen sus teléfonos celulares. Vale revisar esas imágenes.

La ceremonia de baja es una interpelación a responder ¿en qué mundo querés vivir? ¿En la fantasía o en la realidad? Y allí se ofrece la posibilidad de cerrar la cuentadesactivar la red social. Se da un momento de máxima tensión y despliegue de ansiedad hasta que la joven presiona el botón del control remoto que sostiene y aparece una leyenda que reza: su perfil ha sido eliminado. Los episodios siguientes se hilan tras el interés de tres de los jóvenes internados que elaboran diferentes artilugios para escapar del lugar.

Hasta aquí lo que puede servirnos de esta microserie como disparador para una discusión más amplia. Una discusión que ya viene teniendo lugar en otros países del mundo y que pone en cuestión la vigencia de ciertas definiciones ochentosas atadas al modelo de “guerra” o “lucha contra las drogas”, inapropiado para referirnos a posesiones de pequeñas cantidades de sustancias para uso personal o para las problemáticas de sujetos con padecimientos concretos. También quedan vetustas frente a la producción de sufrimientos que devienen de consumos que no tienen como protagonistas a las sustancias. Ya sean legales, de circulación controlada o ilegales.

NO Tech-Zone

En 1987, la Asamblea General de las Naciones Unidas estableció el 26 de junio de cada año como el Día Mundial de Lucha contra el Uso Indebido y el Tráfico Ilícito de Drogas. La fecha se acuñó ante la necesidad de dar muestra de la determinación del organismo de fortalecer las actividades necesarias para alcanzar el objetivo de una comunidad “libre del abuso de drogas”.

Dos años después, en nuestro país se crea la secretaría especializada en temas de drogas. Antes llamada Secretaría de Programación para la Prevención de la Drogadicción y la Lucha contra el Narcotráfico y actualmente Secretaría de Políticas Integrales sobre Drogas de la Nación Argentina. La SEDRONAR fue creada mediante el decreto 271 del 17 de julio de 1989 bajo la presidencia de Carlos Menem, reemplazando a la Comisión Nacional Coordinadora para el Control del Narcotráfico y el Abuso de Drogas. Dos meses más tarde se sancionó la aún vigente Ley N° 23.737 Ley Penal de Estupefacientes.

A fines del 2009, la Ley 26.586 crea el Programa Nacional de Educación y Prevención sobre las Adicciones y el Consumo Indebido de Drogas, que tiene como objeto orientar las prácticas educativas para trabajar en la educación y prevención sobre las adicciones y el consumo indebido de drogas, en todas las modalidades y niveles del Sistema Educativo Nacional.

Cambiar las claves: nuevas experiencias y herramientas normativas para la transformación

Desde hace algunos años, la ciudad de Madrid cuenta con un servicio de atención de adolescentes entre 12 y 17 años que hacen un uso excesivo de tecnologías. Un artículo reciente del Diario El País[iv] señala que el número de personas que reciben terapia en dicho Centro ha aumentado exponencialmente desde el inicio de la pandemia.

Puede ser la hora de mirar algunas de estas experiencias a la luz del marco normativo nacional. La Argentina cuenta con dos leyes que pueden operar como una dupla potente para ampliar el marco de la discusión con enfoque de derechos. La Ley Nacional de Salud Mental (Ley 26.657 sancionada en 2010) y la Ley que crea el Plan Integral para el abordaje de los consumos problemáticos (Ley 26.934 sancionada en 2014) ofrecen una ampliación de los márgenes de las discusiones a las que nos han intentado someter las viejas alusiones a la guerra y a la lucha.

La Ley que crea el Plan integral en su artículo 2 expresa que: “se entiende por consumos problemáticos aquellos consumos que –mediando o sin mediar sustancia alguna-afectan negativamente, en forma crónica, la salud física o psíquica del sujeto, y/o las relaciones sociales. Los consumos problemáticos pueden manifestarse como adicciones o abusos al alcohol, tabaco, drogas psicotrópicas –legales o ilegales- o producidas por ciertas conductas compulsivas de los sujetos hacia el juego, las nuevas tecnologías, la alimentación, las compras o cualquier otro consumo que sea diagnosticado compulsivo por un profesional de la salud”.

En este escenario es posible sostener que contamos con las herramientas necesarias para llevar adelante una ampliación de las discusiones acerca de los consumos que lleven a abandonar las proclamas de los años noventa en términos de perseguir a consumidores y demonizar sustancias.

Es un debate abierto que es necesario profundizar.

Agrego a lo que decía en otra ocasión: a la tensión entre pertenecer-no pertenecer, especialmente padeciente en momentos de la vida en que las identidades se encuentran en pleno armado, se suma la de las experiencias virtuales-experiencias presenciales. Acuñada recientemente en el contexto de la pandemia por COVID-19.

No creo que debamos institucionalizar estos sufrimientos. Pero sí que necesitaremos nuevas anteojeras para describir y analizar estos fenómenos. También para darle algún tipo de atención que puede no ser sanitaria, pero que merecerá visibilización.

Estamos ante el desafío de descifrar los modos en que se construyen las nuevas formas de escape (Esc) para encontrar alternativas (Alt) que nos acerquen a los modos contemporáneos de producción de padecimientos subjetivos.


[i] Flow

[ii] https://www.pagina12.com.ar/295929-adolescentes-uso-de-las-redes-sociales-y-consumos-problemati

[iii] Eric Pickersgill Studio. https://www.removed.social/collect

[iv] https://elpais.com/mamas-papas/2021-05-17/generacion-de-huerfanos-digitales-como-saber-si-tu-hijo-es-adicto-a-la-tecnologia.html

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