La (a veces) insoportable levedad de estar soltera

💜 Entre el feminismo y el mandato, ¿qué pasa con las amistades cuando une queda soltere?

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“Seamos amables con nosotr*s mism*s y con cada un* de nosotr*s, y feroces cuando combatamos opresiones”. 

“Para amantes y luchadores”, Dean Space.

La semana pasada me enteré de que dos de mis mejores amigas iban a comenzar a convivir con sus parejas. La decisión, aunque repentina, resultó lógica teniendo en cuenta que ambas venían desarrollando relaciones a largo plazo y adecuando, en mayor o menor medida, su rutina a este formato. Mientras las escuchaba, entre felicitaciones, embalajes y libros donados, no pude evitar sentir un sabor amargo en la boca del estómago.  

Durante años habíamos hecho planes comunes. Soñamos con tener múltiples romances o ninguno. Discutimos seriamente por qué la sexualidad transforma los vínculos amistosos y confesamos la presión que supone el reloj biológico cuando une acaricia los treinta. Nos reímos de quienes pensaron que éramos novias cuando volvíamos juntas de una fiesta y proyectamos futuros que no rimaban de a pares. 

Somos la generación que vino a cambiarlo todo: dijimos que la familia sanguínea no era ni iba a ser la única opción, que podíamos ser nuestra propia versión de familia. Crecimos con padres divorciados, vimos la legalización del matrimonio igualitario y no dudamos de que las mujeres tienen derecho a gestionar su sexualidad a su gusto y placer. 

Sin embargo, en sus valijas físicas y simbólicas, tal vez estas últimas las más pesadas, veía la confirmación de que une nunca es totalmente amo de sus palabras y, más a menudo de lo que deseamos, somos contradictories con nuestro discurso.

En su texto Para amantes y luchadores, el abogado trans Dean Spade explica la angustia que le genera sentir celos cuando entabla un vínculo sexo afectivo aún sabiendo racionalmente que no quiere tener relaciones monógamas. En esta tensión entre deconstruir los estereotipos opresivos y convivir con las instituciones, Spade se ve frustrado al sentir que falla respecto a la imagen del activista modelo. “¿Cómo reconozco la insuficiencia del mito romántico mientras me hago consciente de sus profundas raíces en mi vida emocional? ¿Cómo balanceo mis concepciones intelectuales con mis hábitos/expectativas arraigadas?”, se pregunta.

Como a Spade, mi propia reacción frente a la elección de mis amigas me resulta intrusiva. No dejo de amarlas, de admirarlas, de quererlas, incluso tal vez de envidiarlas. No dejo de comprender el alivio que supone haber llegado a esa «meta» implícita. Entiendo la tranquilidad de no tener que responder cuestionarios familiares, lidiar con miradas inquisidoras, dirimir amablemente presentaciones y dar detalles sobre citas. Comparto lo cansador que puede ser dar batallas contracorriente, esas que hacen nuestras vidas desde dolorosas hasta inhumanas. Sé que hay mandatos que son más fáciles de aceptar, causas de las que hay que desistir y momentos para dejarse llevar. No lo digo porque sea una iluminada ni una feminista modelo; por el contrario, creo que lo digo porque ya no me avergüenza aceptar que me gustaría encajar en más de esos mandatos. Tengo la sensación, tal vez idealizada, de que sería harto más fácil entrar en alguna categoría, como si fuera un producto en la góndola del supermercado. 

Tampoco dudo del amor genuino que tienen mis amigas hacia sus parejas, las veo ilusionadas, plenas, desbordantes, llenas de ansiedades. Busco mil maneras de abrazarlas en esa distancia que imponen las restricciones sanitarias. Los recorridos que les vi comenzar, de más chiquitas o más grandes, se van concretando. Sin embargo, en esa nostalgia, no puedo, no debo negar mi tristeza, mi frustración, mi bronca porque no sean ellas mis compañeras en esa utopía que habíamos proyectado como horizonte político. En este rizoma fantasioso de vejeces entrelazadas. Me acuerdo de aquello que leí hace unos años en el libro de Tamara Tenembaum y arde como una llaga dentro de un zapato apretado: en nuestra sociedad la soltería es un estado de transición, un desenfrenado rito de paso, un momento previo, una escala de aeropuerto donde nadie quiere quedarse cuando parte el avión de los 2×1 y las camas dobles.

*

La pandemia sólo agudizó lo que ya existía y escucho respecto a la economía. Pienso que es verdad, que la pandemia sólo dejó en claro que en la vida existen jerarquías en los afectos, cánones, prioridades. Que funcionan como ordenadores sociales e incluso, en situaciones como la actual, son condición para conservar la especie. Hace más de un año que cada une sostiene una burbuja de contactos estrechos orquestada a partir de un casting mental, priorizando generalmente lazos sanguíneos o filiales. Estas tuvieron tal vigencia que muchas veces incluso fueron instituidas por el Estado. Les demás sujetes no dejan de ser seres querides, apreciades, extrañades. Todes anhelamos volver a la masividad, pero sin duda ante la catástrofe se convierten en organismos satelitales.

Les solteres somos sujetes satelitales en este mundo de burbujas pinchadas y doble barbijo. Lo somos aunque nos duela, aunque muchas veces queramos cambiarlo, lo somos incluso cuando lo convertimos en una causa política, aunque usemos Tinder y listemos los beneficios de tener más tiempo libre. Les solteres somos el chat que queda en espera. Somos un plan divertido pero efímero de un sábado a la noche. Somos extranjeres en casas que nos acogen con las mejores intenciones y reclamados en nichos xaternos como cuidadores. Somos infantilizades. Recibimos abrazos sinceros y tenemos seres querides, sin duda, pero tampoco podemos negar que resulta más fácil citar a Brigitte Vasallo y vaticinar el fin de la monogamia cuando alguien te espera el domingo por la tarde para ver Netflix. 

En ese paisaje oscilamos entre la prisa y la lástima por un terreno donde nadie se quiere quedar. Desde allí desplegamos todas las estrategias posibles para huir sin develarlo: la mera posibilidad de demostrar el descontento con nuestra soltería puede enterrarnos para siempre en ella. 

Tampoco contamos con modelos a seguir: las representaciones culturales de les solteres constan de pocos estereotipos caricaturescos, inmaduros y sumamente binarios donde los varones se convierten en gigolós y las mujeres en madres frustradas. Entre el estigma y la risa nos convertimos en equilibristas de una sociedad diagramada para familiares nucleares.  

Más adelante en el texto, cuya potencia es no ser concluyente, Spade se propone, ante la contradicción, continuar la militancia siendo más compasivos con nosotres mismes, previendo que vamos a cometer errores y sabiendo que por ser activistes no tenemos nada resuelto. Además, advierte que romper la norma no debe convertirse en otra norma más a riesgo de perder su potencia política. “A menudo me he visto avergonzado de contarle siquiera a mis amig*s qué tan mal me siento cuando me siento sobrepasado por los celos, y me vuelvo crecientemente distante de mis compañer*s cuando intento ocultar estos vergonzosos y abrumadores sentimientos. Esto no pareciera ser la práctica radical y revolucionaria que había esperado”, dice. 

Hoy considero que esas estructuras que queremos cambiar siguen totalmente vigentes, cimentadas por nosotres mismes, incluso tal vez en este texto. Les solteres no contamos con las tan ansiadas redes, a veces porque no las pedimos, a veces porque hacemos agua, a veces porque tememos producir lástima. 

El presente pandémico nos invita a habitar el camino ríspido de desesperanza y a hacer trinchera en los afectos negativos, tan bloqueados en la era del algoritmo de Instagram. Tal vez es hora de ahondar en la mierda. Atravesar la incertidumbre, la bronca de saber, entre tanta loa y pañuelo verde, que las batallas que queremos dar no siempre llegan a buen puerto o que el puerto aún es lejano. 

Tal vez nuestras consignas sean menos firmes de lo que querríamos o requieren muchos más sismos para desandarse. Falta más teoría y más práctica, más conversación y sinceridad, más ternura. Falta resignarse al vértigo incómodo de estar echando raíces en lo indeseable, ese terruño que muchas veces militamos pero muchas otras, en el fondo, no queremos habitar, porque todo lugar deshabitado es un lugar incómodo.

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Dalia Cybel

Historiadora del arte y periodista feminista. Fanática de los libros y la siesta. En Instagram es @orquidiarios