«El ambientalismo es la contracara más importante del discurso individualista»

🌱 Tras la presentación de su libro "La generación despierta", Bruno Rodríguez y Eyal Weintraub conversaron con El Grito del Sur sobre la construcción de un nuevo paradigma ambiental que se para desde la interseccionalidad y discute de frente con el discurso neoliberal.

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Los jóvenes Bruno Rodríguez y Eyal Weintraub son dos de los referentes y fundadores de Jóvenes por el Clima, un colectivo ambiental creado por un amplio y diverso grupo de jóvenes en 2019 con el objetivo de poner en agenda las principales problemáticas que afectan a nuestro país y el mundo. A partir de septiembre de ese mismo año, tras la primera gran movilización nacional por la crisis climática y ecológica, la militancia ambiental surgió como un fenómeno -principalmente juvenil- que logró empezar a colar poco a poco su agenda reivindicativa. Así es como Bruno Rodríguez fue invitado al ciclo de charlas TED Río de la Plata (2019), un evento que luego le abriría la puerta a la propuesta de la editorial Penguin Random House: la confección de un libro en el que contase su experiencia militante en el ambientalismo. Tras el ofrecimiento de la editorial, Bruno envió un mensaje a Eyal para proponerle escribir el libro juntos y «la idea viró hacia un buen esbozo de teoría en materia de ecología política y pensamiento latinoamericano del ambientalismo popular». A partir de allí encararon el grato desafío de construir una narrativa que fuera amigable visualmente, fácil de entender en términos conceptuales -sin caer en simplicidades- y con una perspectiva didáctica. Claro que el proceso no fue sencillo. «Si hubiese sido por él (Bruno) escribía un manifiesto teórico-académico de 567 páginas, y yo hubiese hecho algo mucho más light», dice Eyal entre risas buscando la mirada cómplice de su compañero.

«La generación despierta» es el producto final de un largo desarrollo creativo y narrativo, para llegar a un amplio público de la sociedad argentina. «No es un libro que solo pueden disfrutar y leer jóvenes. Lo pensamos como una puerta de entrada al mundillo ambiental, no necesariamente para que quienes lo lean se transformen en militantes socioambientales y se sumen a un colectivo u organización, pero sí que tengan cierto acercamiento y que empiecen a comprender de qué hablamos específicamente cuando nos referimos a la crisis climática y ecológica, por qué es tan grave, cuáles son las consecuencias que van a surgir y cómo fue el surgimiento de este nuevo ambientalismo juvenil en Argentina y el mundo», dice Weintraub en relación a su primer libro, al que define como una suerte de «Manual de Ambientalismo 101».

El escrito cuenta no sólo la historia de Jóvenes por el Clima y la ebullición de la militancia ambiental en nuestro país y en el mundo, sino que describe de manera clara y precisa la crisis climática y ecológica que atravesamos. Para ello eligieron, junto con su editora Daniela Portas, un diseño sencillo, limpio, con mucho aire en la composición que entremezcla texto, ilustraciones y pequeñas anotaciones en la que se describen detalladamente algunos conceptos que se van mencionando en el libro. Su idea al pensar el libro fue, también, poder ofrecer un nuevo aporte para las próximas generaciones en la formación y el cuidado del medio ambiente. «Nuestro máximo objetivo en el corto plazo es que, como ha ocurrido en algunas escuelas, se vuelva bibliografía en las asignaturas que decidan abordar estas temáticas», dicen.

Habiendo tantas corrientes del ambientalismo, ¿por qué desde Jóvenes por el Clima deciden encarar su militancia desde una perspectiva del ambientalismo popular?

EW: Cuando empezamos a armar Jóvenes por el Clima y a pensar cuál era la línea ambiental que queríamos militar y qué era lo que queríamos proponer, nos parecía que había que romper con la lógica más tradicional del ambientalismo urbano que en algunos casos tenía tal vez un tinte más liberal, menos politizado, más involucrado en los cambios de acciones individuales como la necesidad de compostar y reciclar, andar en bicicleta, todas cosas que son necesarias, pero si queremos cambios reales necesitamos cambios sistémicos. Sin que participen activamente del movimiento, sin que sean protagonistas y sin los movimientos sociales no vamos a llegar a ningún lado. No vamos a lograr ninguna transformación si nos mantenemos en las 10 mil personas de clase media de los centros urbanos a lo largo del país. Necesitamos interpelar a la ciudadanía en su totalidad. Y para eso hacía falta construir un ambientalismo que tuviera en cuenta los intereses de la mayoría y saliera de una cuestión meramente conservacionista, relacionada al cuidado de los animales y la naturaleza, sin tener en cuenta cómo esto se relaciona con la calidad de vida de los distintos seres vivos.

¿Y qué es el ambientalismo popular?

BR: Somos muy afortunados en Argentina de ser jóvenes y de incursionar en esta temática, pero sobre todo por la riqueza teórica que nos aportaron las generaciones anteriores en la construcción del ambientalismo popular, que no es una vertiente nueva en ese sentido, pero que obviamente se resignifica a partir del protagonismo que empieza a emerger en el sujeto político joven. Evidentemente, la transformación de nuestro paradigma actual en uno que pueda interseccionar a todas las problemáticas sociales con la cuestión ambiental (sin escindir al sujeto de su entorno), es algo que está empezando a permear en la agenda pública en todos sus aspectos. Hoy, por ejemplo, vemos distintos conflictos territoriales que se desatan a partir de la intromisión de multinacionales que quieren implementar proyectos de carácter extractivo y muchísimas poblaciones ahora tienen un amplificador más, que en este caso es la juventud organizada por este tema, y pueden adquirir un mayor nivel de protagonismo en sus agendas reivindicativas. Como movimiento estamos tácticamente en una situación muy virtuosa, muy efervescente, pero debemos salir de alguna manera también de nuestra paralización en términos estratégicos. El ambientalismo, para que adquiera su categoría de masas, necesariamente debe proponer un proyecto de país. Un proyecto de país que no nos incluya históricamente en el lugar en el que siempre se colocó al sujeto ambiental, que es el de evaluar los impactos ambientales de los planes económicos y de los proyectos productivos. En definitiva, tenemos que ser los ambientalistas, desde el ambientalismo popular, quienes definamos las aristas de la economía, de los planes económicos y por supuesto también de las reformas necesarias para transformar nuestro sistema de producción y de consumo.

En los últimos años se ha visto cómo la juventud ha sido protagonista de los principales emergentes sociales, como el feminismo. ¿Por qué vuelve a repetirse el mismo patrón en el caso del ambientalismo?

BR: Para ello hay que incorporar una veta muy importante que es la necesidad de una perspectiva histórica para analizar este movimiento, porque estamos en un período en el que el ambientalismo emerge como una militancia novedosa, resignificada a partir justamente de la juventud. Y si analizamos la historia de las grandes transformaciones sociales, que cambiaron estructuralmente ciertas cuestiones vinculadas a la falta de derechos para determinados sectores de la sociedad, vemos que a la cabeza de esos procesos de transformación, de lucha y de conquista de derechos estuvo precisamente la juventud. Y en Argentina no es menor destacar esto. La intersección entre las agendas reivindicativas de las juventudes que militan en los barrios populares, atendiendo las necesidades básicas de quienes están en los márgenes de la sociedad o la militancia que llevan adelante los movimientos estudiantiles por todas y cada una de sus demandas, son también cuestiones que se entrelazan con lo que propone el ambientalismo, que es un cambio en el modelo económico, en la forma de relacionarnos socialmente con la naturaleza, y es un cambio que incluso pone en crisis la forma en la que históricamente se identificó a la juventud, como un sujeto que sí o sí debe prepararse para liderar procesos del porvenir. En ese sentido, nosotros somos muy claros y contundentes: para que la agenda ambiental progrese no podemos esperar a ser libres de un mañana incierto, que justamente se configura a partir de decisiones que no tomamos. Necesitamos poder ubicarnos en un lugar en el presente que nos asigne esa responsabilidad política de llevar adelante y de protagonizar esas transformaciones. En Argentina y en América Latina, nuevamente, ser joven y ser ambientalista otorga un valor agregado, más allá de que la efervescencia del movimiento originalmente se haya desplegado en Europa y los países centrales.

En el libro definen a la juventud como «acreedora de una deuda impagable en materia ambiental» por decisiones que no tomó. ¿Cómo se termina de cruzar esa barrera para que la juventud deje de ocupar únicamente las calles y pase también a lugares de representación y toma de decisión?

EW: Es complejo porque no lo hemos logrado del todo. Desde Jóvenes por el Clima sí me parece que llegamos a tener cierta incidencia en políticas concretas que otros movimientos juveniles en otros momentos quizás no han podido. Pero saliendo de lo ambiental y hablando de la juventud en general, son contados con una mano los casos como Ofelia Fernández. Y ahí creo que hay que hacer un balance entre la necesidad de empezar a ocupar esos espacios en la actualidad y el hecho de que esto pueda darse con una formación sólida. Digo, no solamente ocupar un espacio por ser joven, sino ser joven y demostrar que eso no significa que no estés formado para tal o cual lugar.

¿Qué pasa ahora con el fenómeno de jóvenes libertarios que se multiplicó durante la pandemia y que empieza a instalar otro perfil político de la juventud?

BR: El capítulo que se está abriendo, en la forma en que se apropian de ciertas banderas que pertenecían a generaciones que en su momento se volcaron a la política, movilizadas por un discurso de transformación estructural, de organización colectiva y de fusión de nuestros lazos, y la desintegración cultural de esa matriz que movilizó en su momento a esas generaciones, deviene de distintos procesos que hay que analizar en clave un poco más holística. Por un lado, la rebeldía juvenil de aquel que milita no pensando en la necesidad del otro, sino en la indignación que genera lo actual -como los libertarios, por ejemplo- transforma muchos paradigmas, porque bajo una categoría que se apropia de un valor que forma parte de las matrices discursivas revolucionarias, lo que se genera es una inversión de valores. La juventud libertaria y los sectores más reaccionarios, el año pasado y durante el período más importante de cuarentena que vivimos, se apropiaron de una bandera fundamental para cualquier movimiento popular: la rebeldía manifestada en el plano de las calles. Y en ese sentido, hoy lamentablemente hablamos de un fenómeno que incluso encuentra sus raíces populares. Es un movimiento que permea en las juventudes del interior, es un movimiento que se organiza en el plano de las redes sociales a partir de distintas referencias que se comunican viabilizando un lenguaje de fácil acceso, despertando y sobre todo enriqueciéndose en función de la agonía colectiva. Es un movimiento que crece en crisis, en períodos infernales para la población del país. Y el contraste, la contracara más importante, es el ambientalismo.

¿Por qué?

BR: Porque a diferencia de estos movimientos, que se alimentan del sufrimiento popular y que crecen utilizando el instrumento de la indignación y el odio como primera bandera, el ambientalismo lo que propone es un sendero y una posibilidad de horizonte. Y esto se debe a que el ambientalismo deviene de evitar un escenario de cataclismo social sin precedentes, un escenario de colapso y de infierno, similar al salvajismo neoliberal que sufrimos al inicio de la década de los 2000. Y ahí creo que la construcción de utopías basadas en la propuesta material de un proyecto de país, puede llegar a movilizar a muchísimas personas e incluso también a reapropiarse de banderas que se privatizaron por estos sectores. No podemos resignar de ninguna manera nuestra lucha por defender la bandera de la libertad, tanto individual como colectiva y, en ese sentido, no existe libertad individual si no hay una predominancia de la libertad colectiva: no vamos a ser libres hasta que todos seamos libres.

¿Qué alcance tiene esta liberalización entre la juventud? ¿Llegó para quedarse?

EW: No me parece que todo el piberío libertario sea gente perdida en el individualismo ni que se vaya a quedar eternamente en ese flash. Una cosa serán sus referentes y distintos influencers, pero después tenemos que disputar y recuperar a toda esa juventud, que tiene que entender que lo revolucionario no es salvarse a uno mismo. Eso es lo que venimos haciendo los últimos cientos de años a lo largo de la historia de la humanidad. Lo revolucionario justamente es encontrar la forma de salvarnos en conjunto, no irse cada uno en una lancha mientras el Titanic se hunde.

¿Cómo se construye, entonces, la representación de la juventud?

BR: Es necesario no pensar la representación como una simulación de justicia. El hecho de que pensemos únicamente que la juventud tiene que incidir en espacios institucionales para llevar su voz en el presente frente a un porvenir que está condenado a partir de decisiones que nosotros no tomamos también se ve atravesado por lógicas de representación que necesitamos implementar en nuestras agendas. La representación de la juventud no puede seguir siendo blanca y la representación de la juventud en el ambientalismo tampoco debe de ninguna manera adquirir un protagonismo en los centros urbanos. Los primeros ambientalistas fueron los luchadores de los pueblos originarios y de las asambleas del interior, que en primera persona sufren el atropello constante del extractivismo.

En medio de la batalla cultural y la disputa por el sentido, que se centró fuertemente en las redes sociales durante el último año, ¿es posible pensar en resignificar algunos símbolos del progresismo? ¿Se podría imaginar, por ejemplo, reemplazar el celeste por el verde, que aglutina simbólicamente la lucha feminista, la lucha ambiental, entre otras?

EW: Como ocurre con cualquier símbolo, no es que la decisión se toma en algún cuarto y después se comunica, sino que va surgiendo espontáneamente. Es interesante pensar cierta bandera o cierto símbolo que pueda aglutinar a todos estos movimientos emergentes, siempre teniendo cuidado de no apropiarse de símbolos ajenos. Sería medio extraño si ahora en el ambientalismo se empezaran a usar pañuelos verdes, por ejemplo. Se tiene que ver la forma de que se haga con cierto respeto y cuidado, entendiendo la interseccionalidad de las luchas, pero también sus individualidades.

BR: Yo ahí quiero tensionar con algo. Más allá de la simbología propia de las luchas sociales, y en este caso el paralelismo que se hace con el verde del movimiento de mujeres y disidencias, y también la apropiación en ese sentido en términos culturales que hace el ambientalismo, yo creo que le hace falta una buena dosis de argentinidad al ambientalismo. No hablo del nacionalismo per se como concepto, sino de argentinidad en términos identitarios. Más allá de encontrar originalmente referencias en figuras norcéntricas en su primer momento, ahora estamos desatando un período en el que la definición identitaria del ambientalismo debe tender hacia las estructuras culturales que sedimentaron a los movimientos populares en su momento. El ambientalismo tiene que interpelar a las grandes mayorías, al movimiento obrero organizado, al movimiento estudiantil. Y para eso debemos evitar que se perpetúe el prejuicio que muchas veces se motoriza desde distintos sectores, ligados principalmente al neodesarrollismo y al productivismo, que colocan al ambientalismo como un agente foráneo. Y para eso hay un trabajo muy fuerte desde nuestro lado, que tiene que ver con, por ejemplo, reivindicar al pensamiento latinoamericano en materia de ecología política.

¿Y cómo se logra eso?

EW: Para poder generar ese movimiento de masas y llegar a todos los sectores que necesitamos que se involucren y tomen la causa socioambiental como propia hace falta mística, también. Si hay algo que el ambientalismo no ha logrado construir aún, o tal vez empiece a surgir un poco pero falta muchísimo, es mística. Y para generar movimiento, comunidad organizada, colectivo y masa militante necesitás mística, necesitás que las personas se estén sumando a un proyecto en el que creen no sólo en términos racionales, sino que los hace sentir parte de algo más grande que ellos mismos.

En su libro hacen un repaso histórico sobre cómo se fue consolidando el escenario de crisis climática y ecológica que vivimos actualmente, y ustedes armaron su organización durante el último tramo del gobierno de Cambiemos. ¿Eligieron ese momento por algo en particular?

BR: El surgimiento de Jóvenes por el Clima en el último período de gobierno de Mauricio Macri abre la puerta también a una afirmación que necesitamos relanzar con mayor fuerza en este momento y es que existe una incompatibilidad absoluta entre los valores que se esbozan desde la teoría política y económica del neoliberalismo y ser ambientalista. No se puede ser neoliberal y ambientalista. No se puede de ninguna manera tampoco cargar con este título desde cualquier sector de la derecha organizada que lucha contra la conquista de derechos. En ese sentido, fue un caldo de cultivo muy fuerte haber surgido en ese momento porque el avance sobre nuestros territorios a partir de un gobierno que directamente reivindicaba la mercantilización de la naturaleza, se dio con una virulencia extremadamente fuerte y realmente ese período tiene que estar sepultado en una nueva categoría del Nunca Más.

A casi dos años de la asunción de la nueva administración nacional, ¿cuál es su balance?

BR: Lamentablemente no podemos afirmar desde ninguna arista que, en términos ambientales, este gobierno haya sido positivo para la Argentina. Los casos de conflictividad que surgieron en distintos territorios demarcan también un incremento muy importante en el nivel de violencia ambiental que están sufriendo las comunidades que se organizaron en sus respectivos lugares para luchar contra la intromisión de multinacionales, que justamente cargaron con estas comunidades a partir de proyectos extractivos. De todas formas, es importante destacar también que se abren nuevos frentes y terrenos fértiles a partir de la diversidad política que compone actualmente al gobierno nacional. Porque hubo sectores que forman parte del oficialismo que se pronunciaron ante estos casos y que aportan muchísimo a partir de esas declaraciones. Fue el caso del Frente Patria Grande y también de referentes como el actual presidente de la Comisión de Recursos Naturales, Leo Grosso.

EW: Falta muchísima consulta y participación ciudadana, y esto no es algo del gobierno sino más bien una cuestión sistémica. Falta el diálogo con las comunidades y generar más confianza para después poder charlar sobre procesos productivos específicos, actividades y cómo se pueden realizar de una forma que generen divisas, que generen trabajo y que a la vez sean compatibles con el ambiente. Y como de parte del Estado no se da este acercamiento, el ambientalismo suele tomar una posición más reaccionaria, no en el sentido de derecha de la palabra, sino en el sentido de que nos oponemos por una cuestión de que no da la correlación de fuerzas como para proponer algo más pragmático. Y también muchas veces desde el ambientalismo -siento autocríticos- es más cómodo, más sencillo y más marketinero, entendiendo cómo funcionan las redes sociales, qué se difunde más en los medios de comunicación. En un momento donde lo que se busca es la masividad, muchas veces somos demasiado consignistas. Entonces creo que cabe una crítica de ambos lados: falta un acercamiento por parte del Estado y también hay que ser menos consignistas por parte del movimiento socioambiental para empezar a proponer.

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Christopher Loyola

Estudiante de Edición (FFyL-UBA), Presidente del Centro de Estudiantes de Filosofía y Letras (CEFyL).