Una muestra virtual retrata a las víctimas sobrevivientes del atentado a la AMIA

📷 A 27 años del ataque terrorista contra la mutual israelita, presentan una exhibición con retratos y testimonios de vecinos, comerciantes y empleados de la Asociación que fueron alcanzados por la explosión.

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Organizada por el área de Arte y Producción de la AMIA, con curaduría de Elio Kapszuk y fotografías de Alejandra López, la muestra “Ese día” propone un ejercicio de memoria desde la imagen: “Ellas y ellos son el testimonio de lo que pasó, nos pueden transportar a ese momento y a ese lugar, son el reservorio de la memoria y su visibilización es la prueba fehaciente del horror”, apunta el texto de la presentación.

A los 26 retratos que conforman la exhibición interactiva, junto con los testimonios audiovisuales, se puede acceder a través del sitio web http://esedia.amia.org.ar/. “Ese día” será también (más adelante, aseguran desde la organización) una exposición que podrá verse de manera presencial con la peculiaridad de que las fotografías serán impresas sobre un papel artesanal hecho a base de diarios y fotocopias con las noticias posteriores a la fecha del atentado.

María Elsa Cena

“Conciso y contundente, el nombre de la exposición corrobora el momento bisagra que representó la explosión de la bomba, en cada persona que, el 18 de julio de 1994, logró salir con vida de la masacre”.

Ana María tenía 49 años y era auditora de la AMIA. Ese día fue a trabajar con su hija Paola, estudiante de abogacía, para que la ayude con unos papeles. Su hija bajó al subsuelo por un café y Ana María subió al segundo piso. Ella logró salir, Paola fue hallada bajo los escombros tres días después. María Elsa tenía 38 años y ese día comenzaba a trabajar como cocinera en el bar de la esquina. Temprano pasó por la puerta de la AMIA, cuando el coche bomba detonó ella se desmayó en la cocina y la sacaron sus compañeros. “No tiene sentido lo que vi, parecía una película de terror”, dice.

Rafael tenía 37 años y trabajaba para Edesur. Ese día fue a reparar una instalación con dos compañeros frente al edificio de la AMIA, un colectivero le pidió que muevan la camioneta y así quedó más alejado de la onda expansiva, pensaron que la explosión era por una sobrecarga de electricidad. Tenían que volver a Constitución y manejaron en sentido contrario, hasta avenida Libertador, sin darse cuenta.

Daniel Pomerantz

“Es muy complejo realizar este tipo de retrato porque uno puede conectar con sentimientos totalmente contradictorios: con el dolor, con el trauma, pero también con la esperanza y la fuerza para seguir adelante”, contó Alejandra López a AMIA. “En el retrato de estudio, todos los detalles pequeños cuentan mucho porque es una imagen totalmente despojada. No hay apoyo en el entorno, no hay más narración que la mirada, la pose, el gesto”.

Miradas al frente, fuertes y penetrantes, o miradas a los costados, como desorientadas y afligidas; rostros apesadumbrados, con resquemor, pero también rostros que denotan paz o búsqueda de armonía. “Todo está guardado en la memoria”, canta León Gieco y es imposible no remitir a eso al ver los ojos que capturó con maestría Alejandra López. La esencia de la muestra pasa por esa mirada, por esos ojos que vieron el horror y que no encuentran palabras para describir, que guardan algo de lo que es imposible huir y que les cambió el rumbo de la vida a partir de ese lunes 18 de julio de 1994.

Juan Canale

Daniel, de 31 años, era empleado de AMIA y recuerda que hacía poco se había instalado en una oficina nueva que “estaba empezando a disfrutar”. Ese día lo llamó un compañero del segundo piso, con quien se quedó hablando hasta que sucedió la detonación, “un momento fatídico, totalmente desestructurante. Recuerdo una lluvia de vidrios, no podía ver y escuchaba gritos. Lo recuerdo como un momento muy largo, un momento suspendido en el que AMIA no existió”. Daniel posa de pie y con las manos en los bolsillos, mira al frente para la cámara de Alejandra López. “Cada uno va buscando sus tablas en el naufragio sobre la cual flotar y aferrarse”, dice en el video.

Juan tenía 29 años y ese día manejaba el colectivo de la línea 75 que a las 9 y 53 —momento de detonación del coche bomba en la mutual— estaba en la esquina de Pasteur y Tucumán, esperando que corte el semáforo para avanzar. La explosión lo dejó aturdido y en estado de shock. “Es cómo si me hubieran puesto una sábana blanca”, contó para la producción de AMIA. Desconcertado, manejó perdido hasta el barrio de Núñez hasta que en el televisor de un bar pudo ver lo que había pasado. En la foto se lo ve sentado, con el uniforme de la empresa para la cual trabaja, tiene las manos en las rodillas y mira al frente. Él dice que no se considera víctima pero durante años no pudo soportar los fuegos artificiales de las fiestas: “Un chasqui bum me hacía meter adentro”.

Andriana Sibila

Adriana Sibilla tenía 32 años y acababa de mudarse a Pasteur 632, frente a la mutual. En 1992, cuando fue el atentado a la embajada de Israel, vivía en Arroyo y Suipacha, en la cuadra de la sede que fue atacada y en donde murieron 29 personas. El día del atentado a la AMIA estaba en la cocina preparando el desayuno para su dos hijos, cuando sintió la explosión fue a buscarlos y bajó por la escalera hasta la calle. Estando los tres en bata, una persona les dio $100 para que tomaran un taxi. Adriana es católica y dice que esa noche habló con Jesús y que ahora se siente adoptada por la comunidad judía, hermanada en el dolor. “Te queda sensibilidad hacia el dolor ajeno”. Ella está sentada y con los brazos cruzados, tiene la mirada perdida hacia un costado.
Las historias de los sobrevivientes se entretejen y permiten reconstruir cómo fue ese día en el que Argentina sufrió el mayor atentado de su historia, en donde hubo 85 muertos y 300 heridos. 27 años después, y sin condenas ni justicia, la muestra de AMIA es un esfuerzo más para interpelar a la sociedad y evitar ceder hacia el olvido, buscando construir memoria colectiva. “No se trata de representar la tragedia, sino de cómo modificó las vidas de las personas que la atravesaron”. “Cómo somos atravesados por lo que nos toca vivir y por cómo elegimos continuar. Eso lo sabe un sobreviviente más que nadie”.

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