Las infancias y la vuelta a la normalidad

🙇‍♀️ Este domingo volvemos a hablar de las infancias, de todas ellas, en plural. El balance no es positivo, pero las condiciones empiezan a mejorar y la energía en la calle invita a la esperanza.

Hace un año, el 16 de agosto de 2020, la Secretaría de Niñez, Adolescencia y Familia (Senaf) proponía llamar “Día de las Infancias” al festejo de conocido como “Día del Niño”. Así se ponían de relevancia las diversas realidades y experiencias de la niñez. En palabras de Gabriel Lerner, titular de la Senaf, “decir niño no alcanza para representar las experiencias heterogéneas y múltiples de la niñez”. De esta manera, se ponía el eje en el  enfoque de derechos con perspectiva de géneros y diversidad.

Era un momento muy complejo para que este hecho cobrara relevancia. Con parte del año en aislamiento hermético y recién con las primeras noticias acerca de las vacunas, el continente era el epicentro de la pandemia, víctima de un virus que todavía era difícil de comprender y predecir. Es útil recordar donde estábamos para pensar donde estamos ahora.

Este domingo volvemos a hablar de las infancias, de todas ellas, en plural. El balance no es positivo. Fue un año muy difícil, con un Estado presente, que puso énfasis en las políticas públicas para paliar desigualdades, que fortaleció la tarjeta Alimentar, invirtió en infraestructura y en programas de acompañamiento. Pero, para finales de 2020, las estadísticas demostraban que los indicadores económicos de los hogares con niños, niñas y adolescentes habían empeorado.

Hacia comienzos de 2021, hubo un descanso en medio de la tormenta que nos permitió salir al sol. Con el eje puesto en las actividades al aire libre y con bimodalidad escolar, las propuestas para niños y niñas fueron en plazas y áreas recreativas del país. Para que corran, caminen, jueguen y se encuentren con sus amistades y familiares que la pandemia había alejado.

Pero la segunda ola golpeó con fuerza. Y las infancias volvieron a sus casas, a sus veredas, a sus barrios. Aunque se contaba con mayor cantidad de información y sabíamos que al aire libre era menos peligroso, había que evitar los traslados, reducir el uso de transporte público y cuidar a la gente de riesgo. El tiempo había traído aprendizajes pero también cansancio, relajación y dificultad para sostener las rutinas de cuidados en medio de las exigencias laborales y económicas de las familias.

La heterogeneidad de experiencias y trayectorias de aprendizaje visibilizó las desigualdades económicas y educativas, y reflejó la fragilidad de la infraestructura que sostiene a un sistema educativo cuyas condiciones materiales debían ser revisadas aún sin pandemia. Que el aprendizaje remoto representara algún tipo de continuidad pedagógica y que la presencialidad fuera parte de una normalidad cuidada fueron procesos sostenidos en los esfuerzos de docentes y no docentes, estudiantes, y familias de todes elles.

En términos de cuidado colectivo, los niños y las niñas demostraron su capacidad de agentes de cambio social: “Lavate las manos antes de saludarme”, recordar el alcohol a algún familiar que salía a hacer compras o indicar que usara bien el barbijo al adulto que les acompañaba (y a veces, con desparpajo, a algún desconocido que cruzaba por la calle). Incluso se les escuchó pedir su barbijo ilustrado con la Granja de Zenón o de Paw Patrol porque cuidarse no implicaba dejar de lado a sus personajes preferidos.

Los cuidados y los protocolos sirven, las primeras vacunas comenzaron a ser aplicadas en la población de riesgo, y la escuela empezó a retomar la presencialidad. En las comunidades educativas que pudieron continuar con la virtualidad se organizaron los recursos y las herramientas recopilados en ese proceso y en las que no, se celebró el reencuentro, se sorprendieron de cuánto habían crecido los chicos, y reclamaron por la falta de conectividad y de recursos para llevar adelante la bimodalidad.

Con el invierno, la ventilación cruzada fue un desafío, y las aulas se llenaron de dobles camperas y algunas mantitas. Las vacaciones de invierno no se adelantaron ni se extendieron. Las plazas y los parques se llenaron, de gente y de expectativas, y mostraron que los cuidados podían ser incorporados a la nueva normalidad por la mayoría, más allá de la relajación de las medidas personales y también la flexibilización de las actividades sociales, necesarias para la reactivación económica. El temor por las nuevas variantes y el nuevo aumento de los casos en los países del primer mundo no dejaron de llamar a la prudencia.

Sin embargo, las condiciones continuaron mejorando. La campaña de vacunación se aceleró y en pocas semanas alcanzó a toda la población mayor de 18 años, e incluso a los y las adolescentes de entre 12 y 17 años con factores de riesgo. Los cuidados siguieron dando resultado y agosto comenzó con días casi primaverales y espacios públicos llenos de vida. La energía en la calle invita a la esperanza y a imaginar colectivamente un futuro distinto, cada vez más cercano. 

Las infancias sonriendo, jugando, compartiendo, todavía asimilando los aprendizajes y crecimientos incorporados tras un año y medio muy duros. Con nuevos proyectos, deseos y sueños. Con las expectativas de vivir en un país en el que la alimentación para crecer, los espacios verdes para jugar, la vacante en la escuela para aprender, la computadora para estudiar e investigar (y conectividad, claro), sean la nueva normalidad y alcance a todos y todas. Porque para los niñas y niñas de nuestro país, no hay normalidad deseable a la cual volver. La salida de la pandemia es hacia un horizonte de derechos garantizados, de reconocimiento y celebración de la diversidad de las infancias, con prioridad en las políticas de cuidados, y también con juegos y abrazos.

*Florencia Penen y Ezequiel Pérez integran la Comisión de Infancias y Adolescencias de Agenda Argentina.

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