Narrar lo imperdonable, convertir la herida en letra

✍️ El próximo 2 de septiembre, la escritora Virginia Feinmann inaugurará la primera edición de “Narrar lo imperdonable”, un taller-lectura que aborda ocho cuentos sobre abuso sexual infantil.

Escritora, traductora y profesora, recién a los 23 años Virginia Feinmann pudo hablar del abuso que había sufrido en su infancia. Si bien en ese momento las palabras llegaron a través del diván del psicoanalista, fue la lectura del cuento “El pecado mortal” de Silvina Ocampo lo que generó un quiebre en el modo de narrar su biografía. “Cuando lo leí sentí que ese cuento me prestaba la posibilidad de hablar, que estaba diciendo algo que nadie sabía definir. Como si la literatura tuviera permiso de ir más allá y canalizar el dolor, como si con la literatura pudiera hablar de algo que nadie de mi entorno se animaba a nombrar”, relata.

A partir de ese momento Virginia decidió incluir ese texto en sus talleres literarios y recolectar, como si se tratara de un rompecabezas de voces, otros relatos de abusos. Pero con el correr de los años, en el diálogo con sus alumnes, entendió que el tema iba ganando terreno, exigiéndole una habitación propia. “Siempre que leíamos ‘El pecado mortal’ más allá de las cuestiones formales, alguien se conmovía o terminaba contando que era sobreviviente de abuso sexual infantil. Yo me quedé muy apegada a ese texto y a lo largo del tiempo cada vez que encontraba un cuento sobre el tema lo iba guardando. Este año tuve la oportunidad y decidí abrir un espacio enfocado especialmente en la temática”, cuenta Virginia que, en conjunto con la Facultad de Psicología de la Universidad de Rosario, el próximo 2 septiembre inaugurará la primera edición de “Narrar lo imperdonable”, un taller lectura que aborda ocho cuentos sobre abuso sexual infantil.

A diferencia de otras propuestas, “Narrar lo imperdonable” trabaja con literatura hecha por y para adultos, tanto varones como mujeres, a partir de experiencias reales o ficticias. En ese sentido, Feinmann distingue dos registros en el corpus seleccionado: el que recrea la voz infantil, apelando al lenguaje llano, y el que genera un diálogo interno, en el cual se inscribe ella misma junto a Ocampo. “Cuando el lector se encuentra con esta forma entiende que el diálogo está ahí porque no se pudo tener con nadie hasta el momento. Son discursos mascullatorios que demuestran que toda tu vida estuviste rumiando, que nunca paraste de hablar con vos misma. Es un diálogo que no cesa, empapado de mucha culpa”.

“Cuando Ocampo le habla a la niña que fue en segunda persona parece que estuviera interpelando al lector”, explica la autora, que marca como denominador común la ironía en los títulos. “Esto es muy conmovedor porque incluso se acusa a ella misma, se cuestiona la noción del placer, indagando en todas las aristas que pone en juego un abuso”, explica la coordinadora, cuyas intervenciones alternan entre la voz de la sobreviviente, la escritora y la profesora.

Cuando se trata de escribir sobre sucesos desgarradores, Virginia entiende que no se trata del contenido, sino de la forma y que la clave está en los recursos estilísticos del autor. En ese sentido, el corpus del taller engloba desde el detallismo descarnado de Aurora Venturini hasta el relato minimalista del israelí Etgar Keret. “Del todo a la nada hay una paleta super atractiva que permite narrar el horror desde otro lugar. El placer estético suaviza un poco la historia. Cuando lees una obra de arte hay algo como endorfinas artísticas que permiten que eso llegue de otro modo y te permiten abrir tu cabeza”. 

Cuando se le consulta si es legítimo narrar una experiencia de abuso sin haberla vivido, Virginia contesta: “Los matices más delicados del abuso sólo los puede saber el que lo vivió. Eso se ve en ‘Un hombre en la casa’, de Bernardo Kordon que tiene más lugares comunes, cuenta directamente el acto y no capta la sutilezas del momento previo. En el abuso hay muchas aristas, no es sólo la violencia, hay algo de la seducción, del cariño, de la recompensa que genera que no te vayas”. 

“En general el agresor es el mejor vecino, el mejor familiar, en el que confías y al que querés y eso es un tiro psíquico para un niño, porque hay una mezcla entre el cariño y el daño que a veces cuesta toda la vida desarmar. Son dimensiones que te siguen resonando de grande, cuando el placer queda ligado a la agresión. Esta cuestión compleja del abuso la encuentro en muchos de los cuentos”.  Cuenta la artista que en su relato “Para que te sientas más cómoda en el auto” escribe: “Me reclinaba el asiento y me daba besos como de comer comida (…) Otras chicas del colegio también tenían novio. Pero ninguna había contado que tuvieran auto, ni que vivieran solos o que trabajaran de camarógrafos, así que no conté nada del mío”.

Luego de años de lectura, Virginia entiende que la literatura permite correrse del lenguaje policial y del amarillismo de los medios de comunicación para tomar el camino más incómodo: retratar al abusador como un sujeto lleno de contradicciones, miedos, sueños y virtudes, más humano de lo que querríamos. En ese sentido, asegura que la posibilidad de traducir en palabras las experiencias puede generar un nuevo procesamiento del hecho, como si cada letra fuera una gasa puesta sobre la hemorragia, que permite elaborarlo más allá de los límites legales, la revictimización social y el fantasma de la prescripción como mordaza. “El abuso en la infancia no termina ahí. Es algo que te acompaña, porque el trauma a veces define tu vida, tus elecciones, tu valoración de vos misma, por eso toda palabra que pueda entrar es muy importante. A veces la mejor respuesta no es la venganza, sino construir algo nuevo con una misma”. 

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Dalia Cybel

Historiadora del arte y periodista feminista. Fanática de los libros y la siesta. En Instagram es @orquidiarios