Entre la habitación propia y el canon afectivo

📚 Mientras la impresión y venta de libros baja, la literatura feminista local gana adeptos y es premiada internacionalmente. En la semana del libro argentino, El Grito del Sur habló con tres libreras sobre las tensiones entre literatura y género.

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Bajo la consigna «compartí un libro», esta semana se realizó por cuarta vez consecutiva la Semana del Libro Argentino. Luego de un año y medio de reclusión, periodo en el que muches se reencontraron con la lectura, la celebración llegó con un panorama extraño: mientras las estadísticas muestran que 2020 fue el año con menos libros impresos desde 2012 (26 millones frente al récord de 129 millones de 2014), la literatura feminista no dejó de crecer en fanátiques y fue multipremiada a nivel internacional. ¿El boom feminista generó una ruptura en la industria editorial? ¿Tener anaqueles de género alcanza para remover el machismo del ambiente? ¿Todo lo que se considera de género es disruptivo? ¿La literatura feminista solo puede ser escrita por mujeres o disidencias? El Grito del Sur habló con tres libreras feministas para desandar éstas y otras tensiones.

Cecilia Di Giogia tiene 45 años y es librera desde 2002, cuando llegó de Rosario a Buenos Aires por la crisis económica. Al comienzo trabajó en ferias independientes y estuvo encargada de la librería del Centro Cultural de la Cooperación, pero su proyecto terminó de concretarse cuando pudo abrir Kokoro, la que definió como una “pequeña librería de bellezas varias”.

“Siempre hice hincapié en las mujeres y diversidades, aún cuando hace unos años había mucho menos editado. Antes, la única escritora travesti era Naty Menstrual. Después de la marea verde, las editoriales dieron un giro por el cual hasta los sellos más mainstream quisieron publicar feminismo, lo que también implica que dentro de eso hay cosas que valen la pena y otras que no”, aseguró la librera, que explicó que frente a las modas le interesa rescatar aquello que aún no tiene tanta visibilidad, como el feminismo negro o las pioneras anarquistas. “Igualmente celebro que el boom sea ese y se esté dando visibilidad a lo postergado, incluso en términos federales”.

Cecilia Di Giogia

“La decisión de abrir una librería independiente fue un cambio rotundo en mi vida, que tuvo que ver con dedicarme a algo que coincidiera con mi forma de ver el mundo”, contó Carolina Silbergleit mientras atendía Mandrágora Libros y Cultura, un espacio de techos altísimos y ventanales a la calle en pleno Villa Crespo. “Las mujeres y disidencias escriben desde siempre, pero en el último tiempo la masificación del feminismo generó un avance que se percibe en la edición y visibilización de ciertos temas. A su vez, aparecen nuevas voces, estilos y problemáticas que demuestran un gran crecimiento en ese sentido”. Si bien el catálogo de Mandrágora no es exclusivamente de género, Carolina aseguró que la perspectiva feminista está implicada en todo lo que hace porque es su manera de concebir la realidad y queda plasmada a la hora de elegir los textos, armar las mesas y usar las redes sociales.

“El sexismo es solo una parte del machismo del ambiente porque, si bien las situaciones de acoso han mermado ante la sensibilización del feminismo, la estructura de desigualdad sigue casi intacta”, explicó Melina Alexia Varnavoglou, poeta y trabajadora de la librería Otras Orillas, sobre las estructuras patriarcales que aún perviven. “Los dueños o encargados siguen siendo en su gran mayoría varones y, a pesar de tener menor o nulo conocimiento del oficio, se los reconoce más que a las mujeres. También podemos verlo en la división sexual del trabajo al interior de la librería: por lo general las mujeres se abocan a tareas de atención, comunicación y difusión, y ordenamiento del espacio; mientras que la toma de decisiones sobre la compra del material o la negociación con los proveedores suele quedar en manos de varones”, continuó la autora de Por mano propia. “Pienso que la figura de la librera sigue despertando cierta misoginia por encarnar juntas las tres cosas que más le molestan al patriarcado: estar formadas, hacer uso de la palabra y generar dinero”.

“El ambiente del libro es muy snob y misógino”, aseguró la «señora Kokoro», como la llaman sus amigues. “Me ha pasado un montón de veces que entren a la librería y crean que soy la empleada o me pidan hablar con el encargado porque no conciben que pueda ser la responsable. Esas cosas que ahora son repudiables, hace quince años no eran tenidas en cuenta. Yo siempre seguí adelante porque estaba segura de que era lo que quería hacer, eso me llevó a rechazar propuestas que no me gustaban y acercarme a lugares con los que puedo armar una red porque concuerdo”.

Hace unos meses por la suba en los alquileres, Cecilia decidió cerrar el histórico local de la calle Pringles y hacer de Kokoro un showroom con envíos a domicilio, tanto en Capital Federal como al interior del país. En ese sentido, si bien fomenta el intercambio, la librera entiende que la circulación de textos pirateados por Internet puede ser muy perjudicial, especialmente para las mujeres y disidencias, a las que siempre les costó más tener autonomía económica. “Vale prestarse libros, vale intercambiar, hacer circular, pero si hay gente que está atravesando una situación compleja y vive de las regalías, que le armen un PDF y lo circulen en redes sociales no está bueno, es una cuestión de respeto por el laburo del otro”, enfatizó la creadora de “precios sororos”, una política por la cual todo el material de género y diversidades de la librería se vende con promociones o descuentos.

Carolina Silbergleit

UNA HABITACIÓN PROPIA DESDE DONDE ESCRIBIR

En 1929, Virginia Wolf utilizó la metáfora del cuarto propio para referirse al espacio que una mujer necesitaba para escribir. Casi un siglo después, cuando la potencia del feminismo derribó paredes y llenó de glitter las calles, queda preguntarse si bajo la categoría literatura feminista no terminó convirtiéndose en un reduccionismo esencialista o una estrategia de marketing.

“Es una gran dicotomía”, respondió Carolina sobre la cuestión. “Por un lado está bueno darle lugar a voces relegadas, pero por otro no podemos decir que todo libro escrito por una mujer es libro feminista porque sería muy esencialista -agregó la dueña de Mandrágora-. Creo que la literatura de ficción puede tratar todas las temáticas, pero personalmente me parece mucho más interesante una novela sobre personas trans escrita por una persona trans que por un varón cis. Sin embargo, tampoco es la idea limitar a una persona trans a escribir sólo de género, porque eso no contribuye a su arte”.

“Hoy por hoy, el 90 por ciento de la mesa de novedades editoriales de literatura son libros escritos por autoras que de un modo u otro se nombran feministas. La mesa de novedades de ensayo anda por la mitad. Sin embargo, muy cada tanto me encuentro con un libro que me parece un ‘libro feminista’”, sumó Melina, quien nombra a Sara Gallardo entre sus referentas.

¿El rol de le librere es solitario? “El rol del librero no es solitario, sino todo lo contrario. Es un rol social y permite hacer cosas visibles. Hay un librero snob que te dice lo que hay que leer, pero yo estoy en las antípodas de eso, siempre pido una referencia y me guío por eso. Las imposiciones no me gustan. En Kokoro hay un canon afectivo, pero el canon intelectual es repudiado”, aseguró Cecilia.

“Obviamente la lectura es una instancia de introspección solitaria, pero nuestro trabajo tiene que ver con intermediar esas lecturas socializándolas. Hay que conocer los intereses de las personas para sugerir en función de eso y obviamente conociendo el material que ofrecemos, la curaduría que se hace del catálogo, la librería, las redes, nada de eso es ingenuo. En ese sentido, lejos de lo solitario nos pone en diálogo con otras personas”, afirmó Carolina. Mandrágora fue uno de los 12 finalistas al premio de Librería del Año, que entrega la Feria de Editores. 

Melina Varnavoglou

Pero Melina no coincidió. Para ella se trata de una actividad solitaria. “Sólo en una oportunidad pude trabajar con un buen equipo de libreres. Pero en la mayoría de las librerías que he trabajado era la única atendiendo o dividíamos turno con un compañero o encargado. Tampoco hay espacios de organización dentro del oficio donde une pueda consultar algo, compartir experiencias o aliarse. Es una tarea pendiente. Pero claro, ¡están los clientes y visitantes de la librería! Elles pueblan nuestro día, compartimos lecturas y en más de una oportunidad surge la amistad o la complicidad”, concluyó, como si supiera exactamente dónde poner el punto final.

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Dalia Cybel

Historiadora del arte y periodista feminista. Fanática de los libros y la siesta. En Instagram es @orquidiarios