Masculinidades (Im)posibles: sobre cómo ponerle rostro humano a la violencia

📚 Doctor en Antropología, Matías de Stéfano Barbero acaba de publicar su libro "Masculinidades (Im)posibles", donde combina teoría feminista con relatos de varones que ejercieron violencia de género.

Foto: Agustina Salinas para Revista Cítrica

“Juan violenta a María. María fue violentada por Juan. María fue violentada. María es víctima de violencia”. Con este ejemplo lingüístico, en la década de los 80 Julia Penelope advertía sobre la peligrosidad de borrar al sujeto de la acción a la hora de hablar de violencia de género. 35 años más tarde, Matias de Stéfano Barbero retomaría la idea, para desandar el camino de Volver a Juan en su libro “Masculinidades (Im)posibles”.

“Masculinidades (Im)posibles” es el primer libro de Stéfano, quien se desempeñó cinco años como coordinador de los grupos de varones que ejercieron violencia de género de la Asociación Pablo Besson. La investigación, realizada en el marco de su doctorado en Antropología de la UBA, está dividida en dos partes y complementa el análisis teórico con las vivencias personales, partiendo de la base de que todo conocimiento es situado.

En primera instancia, el libro recorre los diferentes puntos de vista con los que la historia feminista intentó estudiar la violencia de género, desde el discurso biológico basado en la testosterona hasta el énfasis en las diferencias culturales de la segunda ola, pasando por la patologización de la violencia y su relación con el placer. En el segundo apartado, titulado “Poder, vulnerabilidad, (des)equilibrios y quiebras en la masculinidad de los hombres que han ejercido violencia contra sus parejas”, se recogen las experiencias de los grupos de varones, buscando problematizar los estereotipos que caen sobre aquellos que ejercen violencia.   

Frente a la insistencia en cristalizar un “perfil del maltratador” que tranquilice a la sociedad, Matías postula reflexiones incómodas en las que sostiene la hipótesis de que la violencia de género nunca es un fenómeno individual sino parte de una red. “La violencia masculina contra las mujeres en la pareja no sólo está relacionada con las parejas, sino también con cómo responden familiares, amistades, colegas del espacio de trabajo”, asegura el integrante del  Instituto de Masculinidades y Cambio Social en el escrito que busca “poner rostro humano a los problemas sociales”.

¿Por qué hacés énfasis en que la violencia de género es estructural y no individual?

Si bien en el libro me centro en historias de vida, la construcción de la masculinidad se da en distintos ámbitos: la familia, la escuela, el trabajo, el vínculo con otros varones. Las historias de violencia de género no son experiencias aisladas, están atravesadas por el género como algo estructural y no meramente anecdótico o individual. 

Integrás a tu análisis la teoría interseccional de los feminismos negros que suma a la opresión de género, la raza y clase. ¿Creés que a los estudios de masculinidades les falta esta perspectiva?

El paradigma binario de pensar en esencias está muy arraigado en la sociedad y claramente también en cómo pensamos a las personas que ejercen y sufren violencia de género. Hay una parte del feminismo que construye identidades fijas de la mujer como víctima y el hombre como victimario. Me interesaba el planteo de los feminismos negros porque evidencia que nadie tiene todo el poder en todo momento. Si bien los varones son privilegiados en términos de género, en otros aspectos pueden ser subordinados y esas posiciones interactúan. Eso ayuda a romper la dicotomía bien-mal, no para desresponsabilizar a quienes ejercen violencia sino para trabajar en cómo se articulan las relaciones y que la toma de conciencia sea más profunda.  

¿Considerás que esa noción de mujer víctima puede ser contraproducente? 

Es contraproducente en el sentido de que esencializa las posiciones y construye cierta idea del género que pierde de vista la noción de que el poder no es estático, circula. Para romper eso hay que pensar otras formas de violencia y de poder e incluso la que ejercen mujeres y disidencias. Si bien es cierto que las mujeres sufren más violencia en la pareja y de manera más letal, muchas veces se invisibiliza que hay otras realidades posibles. Esto también contradice la idea de la buena y la mala víctima porque, si una mujer reacciona con violencia a un ataque, se corre del estereotipo de femineidad que tenemos y ya es cuestionada.

De hecho vos le dedicas un capítulo entero a la violencia femenina. ¿Por qué?

La idea era dialogar con este backlash antifeminista que contesta “las mujeres también ejercen violencia” como forma de clausurar cualquier discusión. En un momento donde vemos que está creciendo el movimiento reaccionario, me parecía importante convencer en vez de cerrar la discusión. Debería ser de sentido común que los varones no son los únicos propietarios de la violencia, de hecho existen muchos estudios sobre violencias entre mujeres o lesbianas. Me parecía una apuesta epistemológica y política interesante en ese sentido.

Ya que planteás esto, me interesaba preguntarte sobre la necesidad de que los estudios de masculinidades aborden identidades no-cis

Eso lo nombra muy bien en el prólogo del libro Moira Pérez, cuando se cuestionan las posibilidades y limitaciones de estudiar la relación de la violencia de género en término de mujer-varón. Estudiar la violencia en masculinidades trans es una deuda pendiente y puede ser muy disruptivo. 

Como describís en el libro, durante mucho tiempo se patologizó al hombre que ejercía violencia pero luego esta figura quedó más asociada a las clases populares. ¿Cómo influye esto en la manera en que concebimos la violencia? ¿Y en la criminalización?

La criminalización tiene que ver con cómo nuestra sociedad piensa a quienes transgreden las normas, que suele ser a partir de la estigmatización y la caricaturización, algo que de por sí es problemático. Un reflejo de esto es que la población carcelaria en su mayoría sean personas pobres, migrantes, racializadas. Es un fenómeno complejo porque, si bien hay más denuncias de violencia de género en las clases populares, no sabemos si es porque hay más violencia en esos sectores o por la relación que tienen con la denuncia, por la impunidad que hay en otras clases u otros dispositivos de poder que se juegan, por ejemplo, en los ámbitos laborales entre un jefe y una empleada. 

Empezaste con tu trabajo de campo en 2015. Desde ese momento el feminismo avanzó tanto y obtuvo un Ministerio, que, dicho sea de paso, acaba de realizar un mapeo de los espacios de masculinidades, del que vos participaste. ¿Cómo afecta la institucionalización de las políticas al feminismo?

Creo que es necesaria, pero no la única respuesta que podemos dar como sociedad. Es importante que el Estado tome su responsabilidad y compromiso, pero no podemos esperar que el Estado solo transforme las relaciones de género. Todes tenemos que responder como sociedad sobre la cuestión. La institucionalización tiene sus dilemas y sus conflictos que tendremos que ir sorteando. 

Sobre el final del libro mencionás la necesidad de contar con estudios que comprueben la efectividad de los grupos. ¿Considerás que realmente una persona que ejerció violencia puede dejar de hacerlo?

Los estudios que hicimos en espacios de masculinidades demuestran que la transformación es posible. Es un proceso largo, complejo, profundo, pero da resultado. Muchas veces los grupos ayudan a poder construir el conflicto en la pareja, porque -a diferencia de la idea de que la violencia es la máxima expresión de conflicto- nosotros sostenemos que la violencia surge cuando no se puede construir un conflicto. Cuando una de las partes no ve a la otra como una adversaria a la hora de negociar. Finalmente, pensar que la transformación es posible implica un posicionamiento político. Si no creyéramos en ella solo nos quedaría la exclusión y el punitivismo y eso podría ser muy dañino. Las personas que ejercieron violencia de género deberían poder reparar el daño y encontrar un lugar en la sociedad para terminar con la idea de buenos y malos.

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Dalia Cybel

Historiadora del arte y periodista feminista. Fanática de los libros y la siesta. En Instagram es @orquidiarios