Maternidad: ¿no me arrepiento de este amor?

🤱🏽 Carolina Justo Von Lurzer, comunicadora social y autora de “Mamá mala. Crónicas de una maternidad inesperada”, escribe sobre el lugar que ocupa el arrepentimiento en su trayectoria como madre.

El arrepentimiento es una emoción ráfaga. No una emoción fugaz sino potente, arrasadora y -sin embargo- circunstancial. Pienso que es como una contracción; duele muchísimo durante su ocurrencia pero después se va sin dejar rastros. Cuando te golpeás un codo te queda un residuo de dolor que las contracciones no tienen hasta que llega la siguiente. Ahí, en ese intervalo, hay calma, no hay dolor, no hay residuo. Hay cansancio. Dejarse atravesar por la ráfaga cansa y el intervalo nos permite respirar para seguir. Cuando ya casi no hay intervalo hay que expulsar esa vida que duele, que agota. El arrepentimiento es esa ráfaga cuyos intervalos de ocurrencia nos esforzamos por alargar todo lo posible. 

Pero, ¿de qué me arrepiento cuando se me vuela la cabeza en la tormenta de emoción materna? No me arrepiento de mis hijos. Ni de haberlos deseado, ni de haberlos tenido, ni de ellos, de lo que son. Me arrepiento de haberme convertido en madre, que no es lo mismo. La maternidad es una condición irreversible. Se puede decidir no ser madre pero si se es madre, si una adquiere esa condición peculiar de la existencia, no hay posibilidad de abandonarla excepto a un altísimo costo social y personal. Las madres maternan, punto. De haber adquirido esa condición, me arrepiento. 

El arrepentimiento es el aliado indispensable de la culpa. ¿Cómo me voy a arrepentir? Esa pregunta tiene dos caras, acabo de verlo, no lo había pensado hasta ahora que la escribí. (¡¡Escriban madres!! Expulsen el malestar como a la vida que duele y agota). Hay una cara que es la que me culpa de un sentimiento aberrante, que me juzga, que me interroga condenando. Que asume que el arrepentimiento tiene que ver con el desamor o que se traducirá en desidia. Pero acabo de notar esa otra cara, la que me abre un mundo de alternativas, en la que ese cómo se transforma en la puerta de entrada a estrategias posibles: ¿de qué modo me voy a arrepentir? Voy a volver a esto después, si me acuerdo, las madres tenemos muchas cosas en la cabeza.  

El arrepentimiento es fuente de autocuidado. Hace muchos años tuve una epifanía en un avión: nunca había reparado en que una de las reglas de seguridad en las aeronaves es que para cuidar a otrxs hay que primero cuidarse a sí mismx. Viajaba puérpera con mi segundo hijo de apenas diez meses. Entendí que si me ahogo la máscara la necesito yo primero, si no, no hay resto para nadie. 

Cuando me arrepiento, cuando me toma la ráfaga y quiero que el viento se lo lleve todo, puedo ver lo que me agobia. Hay vientos que levantan polvareda y vientos que despejan el horizonte. Cuando me arrepiento sé lo que odio de maternar: odio que el tiempo, el espacio, la energía, el pensamiento tengan una parte siempre ocupada. Odio que ocuparse sea una obligación y odio que además tenga unas reglas -cambiantes- pero siempre bastante ajenas: las reglas sociales del cuidado y la buena maternidad. De haber quedado alcanzada por esas reglas como por un toldo que se me cayó encima en el tornado, me arrepiento. Y cuando me arrepiento puedo poner las reglas que odio en una lista: número uno, que ellos sean prioridad. 

Anoche fuimos a cenar: dos parejas, dos madres, dos padres. En total contábamos seis hijxs pero ninguno en común. Comenté que iba a averiguar por una escuelita de fútbol del barrio para el año que viene porque este ya no hay vacantes y mi hijo más chico quiere empezar a jugar. Aclaré que iba a esperar porque me gustaba esa que es relajada y no tiene el esquema de mil torneos por fin de semana. Que no estaba dispuesta a “clavarme” (SIC) yendo y viniendo a partidos sábados y domingos. Mi compañero me miró raro. Hizo alguna alusión a su infancia y a lo mucho que había disfrutado eso a lo que yo no estaba dispuesta. Le dije “me estás juzgando, ¿no?” y sonrió reconociendo que “un poco”. Si imaginan una pelea como corolario tengo que desilusionarlxs, pudimos sostener el disenso a fuerza de vino, convicción y respeto.

Entonces, ¿de qué modo me arrepiento? Así. Haciéndome lugar en ese terreno que ahora comparto para siempre con mis hijos. Diciendo en voz alta que no estoy dispuesta. Y no, si se preguntan si esto es un consejo o una consigna o incluso un manifiesto -“El manifiesto de las madres indispuestas”- no, no lo es porque de consejos y consignas incumplibles está pavimentado el camino al arrepentimiento. Es simplemente un ejemplo más de lo que permitirme estar arrepentida de mi condición de madre me ha habilitado hacer, decir y ser. 

Anoche, cuando ya habíamos decidido que cenábamos afuera le mandé un mensaje a mi hijo mayor. La apertura de este estado de excepción que fue la pandemia lo llevó donde corresponde a sus casi dieciséis años: a salir, juntarse, dormir varias noches fuera de casa con amigxs y extraño ser una adolescente nómade. La maternidad implica arraigarse. Pero esta vez él iba a cenar en casa y nos reclamó que no lo íbamos a acompañar, le pregunté si él creía que era el único que puede estar de gira y se rió. Cuando llegamos a la noche le di un beso en la frente antes de apagarle la luz que se había olvidado prendida. La conciencia exasperada de lo que una desea o no, puede o no como madre es también una escuela para lxs hijxs. 

Me gustan mis hijos. Me gusta pasar tiempo con mis hijos. También me gusta que se cuelguen con la tablet y no me demanden. Me gusta que ellos sepan que me pasa eso. Saben cuándo disfruto de no prestarles atención y saben qué cosas me encantan con ellos. También yo sé lo que les gusta y lo que no. Mi hijo más chico me acompañó el jueves a una cena con amigxs. Se “portó” súper, en lenguaje de madre indispuesta: no demandó. Cuando nos estábamos yendo me llamó y me dijo al oído: otro día no quiero que estemos en otra casa y con otra gente. Me enorgullece que pueda decir lo que no quiere. 

Mom reading for kid. Family sitting on the chair with book. Cute vector illustration in flat style

En octubre suele haber una circulación enorme de opciones para mamá en su día. Las empresas saben lo que mamá quiere y lo ofrecen con descuentos. Las mamás hace algunos años venimos pensando, escribiendo, ilustrando, filmando, conversando con otras, también sobre lo que no queremos. Este domingo nos deseo que el viento nos siga amontonando y aloje el eco de un pedido urgente: tiempo de calidad para maternar. Si lo vamos a hacer, que sea en condiciones que no nos extingan. 

Levanto una copa para que en esta intemperie que es la maternidad encontremos las ráfagas que despejen el horizonte de mandatos, reglas, culpas y condenas. ¡Salud!

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