La maternidad deseada

🤰🏼 Agustina tenía 37 años cuando ella y su pareja comenzaron a buscar un embarazo, hasta que decidieron ir a una clínica de fertilidad. El camino a la maternidad.

Agustina probó de todo para quedar embarazada. “Sí, googlié ‘métodos para quedar embarazada’, los probé todos, incluso los que son un chamuyo”, dice. Acupuntura a dos mil pesos cada sesión para preparar el cuerpo, batidos con macca, lo que sea. “Todas las religiones que te decían, yo las hacía”, afirma.

Cuando Agustina y su pareja decidieron empezar a buscar una familia, ella tenía 37. “Era grande para ser madre, pero el problema es que no quedaba y llegando a los 38 el ginecólogo me recomendó optar por la reproducción asistida”, cuenta a El Grito del Sur.

Desde 2013, Argentina cuenta con la Ley 26.862 de Reproducción Asistida, que estipula que “toda persona mayor de edad, cualquiera sea su orientación sexual o estado civil, tenga obra social, prepaga o se atienda en el sistema público de salud, puede acceder de forma gratuita a las técnicas y procedimientos realizados con asistencia médica para lograr el embarazo”.

Las técnicas contempladas son diversas, pero incluyen la inducción de ovulación; la estimulación ovárica controlada; las técnicas de reproducción asistida (TRA); y la inseminación, además del congelamiento de gametos o tejidos reproductivos. Pero esto último, dice la ley, es solo para quienes deban postergar la gestación por “problemas de salud o por tratamientos médicos o intervenciones quirúrgicas” que dificulten la “capacidad de procrear en el futuro”.

Agustina y su pareja empezaron el tratamiento con la obra social de ella, IOMA. “Es todo muy burocrático, tenés que llenar un montón de papeles. Y después están los análisis, que algunos te los tenés que hacer en momentos especiales, como en el día equis de tu ciclo. Además, los turnos están muy espaciados y entre que te vas haciendo todo se te puede vencer alguno de los estudios y que te lo pidan de vuelta”, recuerda. A ella, señala, la corría el tiempo.

“Los análisis son tediosos. Hay uno muy doloroso que es la histerosalpingografía, que es como si fuera un papanicolau pero te hacen una especie de radiografía para ver cómo están las trompas de falopio, si hay algo que está obstruyendo y por esa razón no quedás embarazada”, explica. La pareja de Agustina también se hacía análisis y en algún caso decidieron saltarse la burocracia y pagar por los estudios para agilizar el proceso.

Al quinto mes desistieron y eligieron hacer el tratamiento en una clínica privada. El veredicto médico fue que Agustina tenía pocos óvulos, de modo que le administraron medicamentos para estimular sus ovarios. “Me tenía que dar unas inyecciones en la panza. Me las daba yo, al principio me daba impresión. Eso lo tenés que pagar aparte. La clínica tenía una especie de banco de donación donde quienes decidían abandonar el tratamiento podían dejar las inyecciones que no fueran a usar. Así zafamos de pagar varias”, dice.

Pero después de todo eso, pasó algo que la desanimó: al momento de extraer los óvulos, solo pudieron sacarle cuatro y fecundaron dos. “No sabía si iba a quedar. Como mi problema era la baja fertilidad, nunca había perdido un embarazo. Mi miedo era perder los dos y tener que pasar de vuelta por el proceso que es muy doloroso y desgastante”, afirma. Finalmente, ambos embriones prendieron y Agustina quedó embarazada de mellizas.

“Mi pareja, cuando vio que eran dos, reaccionó medio como Apu en Los Simpsons cuando se entera de que va a tener óctuples”, se ríe.

Aunque durante el embarazo no tuvo ningún problema, Agustina asegura que el proceso es difícil, que a partir de la fecundación todo se volvió “muy despersonalizado” y que le hubiera gustado tener contención psicológica. “Pero alguien especializado en esto, que conozca el proceso y tenga noción. Vi amigas que intentaron y dejaron, yo también lo pensé, le dije a mi pareja ‘si no quedamos ya fue’ porque es muy desgastante en todo sentido. Gente en la sala de espera me decía que estaba hace 12 años intentando, escuchás historias tremendas. Preferí no hablar con nadie para que no me generara más miedo”, cuenta.

Quizás eso es lo que le recomienda a alguien que quiera iniciar el proceso, tener acompañamiento profesional. “Me parece que mucha gente abandona en el camino por eso. Es una carrera de obstáculos que yo fui salteando sin nada grave, pero si te llega a salir mal un examen, si tenés que ir a donación de óvulos o esperma…”, reflexiona.

Ella no sabe si hubiera optado por la donación, le parece que no. Tampoco consideró la adopción. “Si no quedaba no me lo tomaba a la tremenda, no me iba a sentir menos realizada ni menos mujer si no tenía hijos -dice-. Yo quería un hijo mío, hay algo que uno siente y no sé cómo explicarlo”.

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Ludmila Ferrer

Periodista y Licenciada en Comunicación Social (UBA). Escribe también en Página/12 y sigue más podcasts de los que puede escuchar.