«No nos podían echar de un lugar que le pertenece al pueblo»

💜 Sandra Santos, militante feminista y peronista, víctima de la represión estatal en diciembre de 2001, recuerda las jornadas del 19 y 20 bajo la lupa del feminismo, veinte años después.

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El 19 de diciembre de 2001 fue un miércoles. Sandra Santos, militante peronista feminista y kirchnerista “por adopción”, trabajaba como pintora. “Pintaba casas”, señala. Recuerda que llegó a su departamento temprano, prendió la televisión, vio “el desastre que había” y le dijo a la amiga con la que convivía que se bañaba y se iba al Congreso. “Me preguntó qué iba a hacer y le dije ‘qué sé yo, voy a comprar un velón y me paro ahí’”, cuenta a El Grito del Sur. Pero unas horas después, parada en las escalinatas del palacio legislativo (que en ese entonces no tenía vallas), empezó el tronar de las cacerolas. “Yo no entendía qué pasaba que empezaba a caer cada vez más gente y ahí uno me dice que De la Rúa declaró el Estado de Sitio”.

Aunque el NiUnaMenos todavía estaba lejos y no había pañuelos verdes atados en las mochilas de les piqueteres, Marta Vasallo, periodista y militante feminista peronista, asegura que el estallido social del 2001 marcó una bisagra, un hito en el feminismo popular. “En las asambleas de vecinos y en lugares de trabajo hubo una participación de mujeres de los sectores más empobrecidos que se apoderaron de ciertos reclamos del feminismo que son muy visibles en movimientos sociales de hoy”, afirma.

“En el Congreso se juntaba una marea de gente y se iba para Plaza de Mayo”, relata Sandra. Y hacia ahí también fue ella. “Estábamos tranquilos y en un momento empiezan a volar los gases lacrimógenos. Entramos a correr para el lado del Congreso, del Congreso nos sacaban cagando y así hasta la una de la mañana que empezaron con los tiros. Estaba en el Congreso cuando empezaron con las balas de verdad. Todavía me acuerdo de un hombre que quedó tendido en la escalinata”.

Foto NA

El jueves 20, Madres de Plaza de Mayo fue a la Plaza para pedir la liberación de las personas que habían sido arrestadas el día anterior. “Los largaron. Y nos quedamos en la Plaza, era un día de lucha –recordaba Mercedes de Meroño-. Vino después la caballería, entonces las Madres nos pusimos todas agarradas del brazo y los caballos se nos tiraban encima, no importaba”. Además de los animales, los policías tiraron con balas de goma.

Cuando Sandra vio eso en la televisión no dudó un segundo y volvió a la Plaza. 

“Nos reunimos en la Pirámide varias personas, habremos sido 30 mujeres, 10 hombres, periodistas por todos lados y policía de civil. Nos pedían bien que nos fuéramos, pero les decíamos que no, que no nos podían echar de un lugar que le pertenece al pueblo. Pero en un momento vemos unas caras que ponen y salen corriendo. Era la Montada que venía con todo y nos tiramos al piso, que es algo que no hay que hacer. Nos pasaron por encima, nos tiraban balas de goma y nos golpeaban con el palito de abollar ideologías”, agrega Sandra.

La Policía comenzó a arrojar gases lacrimógenos. “A gatas, a ciegas, me fui arrastrando. En un momento siento que me levantan y pensé que me llevaban a una ambulancia y no, me metieron a un celular detenida. Al rato meten a otra chica y nos llevan a la Comisaría Tercera”, cuenta. Dieciséis horas después las largaron a ellas y al resto de los detenidos, todos con las marcas de la represión en el cuerpo.

“Fuimos sumándonos a ese grito rebelde que se juntaba en la esquina, en la calle, en las avenidas”

En esa efervescencia, con cinco presidentes -De la Rúa, Ramón Puerta, Adolfo Rodríguez Saá, Eduardo Camaño y Eduardo Duhalde- en apenas once días, las asambleas de vecinos en las que se mezclaban piquete y cacerola proliferaban, borrando por un momento las diferencias sociales.

En “Un itinerario político del travestismo”, Lohana Berkins relató cómo en las jornadas del 19 y el 20 “fuimos sumándonos a ese grito rebelde que se juntaba en la esquina, en la calle, en las avenidas”. “Fue una sorpresa advertir que por una vez las exageradas siliconas, los pudorosos genitales, las indecorosas pinturas y corpiños se desvanecían tras la protesta social, se ocultaban en ella. Curiosamente, o no tan curiosamente, cuando no nos miraban fue cuando mejor miradas nos sentimos. Allí éramos una vecina más”, escribió la referente.

Vasallo, que en ese entonces trabajaba en Le Monde Diplomatique y se dedicó a cubrir al movimiento piquetero, explica a este medio que las asambleas fueron un lugar de encuentro para las mujeres que estaban confinadas al hogar donde “se introdujo el problema de la desigualdad original en la familia y llevada a todos los ámbitos”. Incluso recuerda una asamblea masiva que se hizo sobre la legalización del aborto en la avenida Entre Ríos.

Postal clasica de la represion del 19

“Cuando (las mujeres) se sintieron capaces de pelear, porque se enfrentaban con la Policía al igual que los hombres, hubo un cambio respecto a la percepción de sí mismas -afirma-. Después, cuando el hombre conseguía un empleo, que era más frecuente que lo consiguiera primero él, la mujer tenía que volver a la casa, a su lugar tradicional, y le costaba mucho. Las mujeres sufrían al no poder estar en la ruta y haber perdido el contexto de estar con sus compañeras, de personas que atravesaban su misma situación”.

Para Sandra, las asambleas no fueron ese lugar de horizontalidad. O lo fueron por un momento hasta que “empezamos a no tener voz las mujeres”. “Los chabones que venían de agrupaciones… o por costumbre. Si había que hacer banderas, ahí sí estábamos las mujeres para coser. Yo les decía que podían aprender ellos también”, afirma.

No se olvida de cuando salió de la Comisaría, de la desolación, de llorar las veinte cuadras que caminó hasta su casa entre el olor a la goma quemada, al resto de humo. Pero asegura que haría exactamente lo mismo, incluído pararse sola con un velón frente al Congreso.

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Ludmila Ferrer

Periodista y Licenciada en Comunicación Social (UBA). Escribe también en Página/12 y sigue más podcasts de los que puede escuchar.