Tenía 19 años, vivía en Villa Celina y trabajaba en Pico Dulce.
Iba a ver a Callejeros con la gente del barrio y esa noche, como casi siempre, fuimos juntos en un micro desde donde parábamos: «La colmena de los pibes», kiosko que quedaba frente a la sala, lugar de encuentros y sonrisas.
Era verano, fin de año, hacía muchísimo calor y todo era alegría. Llegué y, antes de subir al VIP, pasé a saludar a la chica que cuidaba el baño. Dos días antes me había bajado la presión y ella, en respuesta al corte de agua que se hacía siempre en el boliche, había llenado muchas botellas en su mesa de propinas. Ese día me recibió al grito de «Mirá Cele». Nos abrazamos y le dije «en un ratito nos vemos».
Subimos con amigas. Se sentía pesado el aire, lo charlamos. Nos miramos. Lo dijimos. El show empezó. Media canción y la oscuridad infinita. Bajar corriendo y no poder moverse más. Sentí cómo el miedo más inmenso me corría en las venas, el peso en el cuerpo. Y de repente no sentir.
De los gritos al silencio interior y la muerte acariciando todo. Unos ojos que me ven y dos brazos que me tiran más de una vez. Un alma que me salva. De la oscuridad a la luz. Y volver a mirar… La chica del baño nunca salió.
No volvimos todos al barrio, pero de aquel momento a hoy, todo vale doble para mí. Me salvó la vida alguien que no conocía y que nunca pude recordar. Y como no se quién me sacó esa noche los multipliqué y los transformé en todxs.
