Una nota sobre FOMO: ¿Te la vas a perder?

🤖 Cada vez más personas padecen FOMO o ese temor ante la posibilidad de que otras personas estén teniendo experiencias gratificantes que yo me estoy perdiendo. ¿Qué relación tiene con las redes sociales y por qué genera que siempre estemos insatisfechos?

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En un mundo globalizado donde las posibilidades son infinitas y se actualizan al instante, parece que siempre hay un nuevo tren al que subir. La serie de moda, una nueva app de citas, planes vacacionales, fiestas, ropa: aunque la sobreabundancia puede sonar muy emocionante, elegir una opción también implica perderse otras miles y eso tiene un precio en la construcción de nuestras subjetividades. 

El miedo a quedarse afuera o FOMO (Fear of Missing Out – ‘Miedo a perderse de algo’) es un temor asociado a la ansiedad social que se define como el sentimiento de pánico ante la posibilidad de que otras personas estén teniendo experiencias gratificantes que yo me estoy perdiendo. Ese pánico es la reedición del ancestral miedo a la exclusión social. «Antes de las estructuras modernas de la civilización (…) ser expulsado de su grupo significaba una muerte segura por frío, hambre o depredadores”, explica la psicóloga social Naomi I. Eisenberger. Temer quedar fuera de un grupo desemboca así en la constante necesidad de comunicar lo que estamos haciendo, registrando nuestras acciones y diciendo “presente” en lugares. 

Les expertes advierten que es fundamental no pensar al FOMO como una nueva patología individual, sino como parte de conductas ansiógenas producto de la hiperconectividad y aceleración del mundo actual. “Creo que juega mucho la necesidad de estar constantemente hiperconectados. Siempre hay algún pendiente, desde un chat sin leer hasta una meta en la vida como tener éxito en el trabajo o hacer un doctorado, algo que genera un enorme malestar. Esta sensación hace que nos cueste estar sin recibir información. Al momento que me aburro entro a Twitter, a Instagram, a Tik Tok, a Whatsapp.  Además, las redes sociales tienen mecanismos de reforzamiento constante que hacen que nos veamos muy seducidos por estar ahí donde siempre hay una posibilidad de algo más: de leer, de ver, de informarse”, explica Facundo Calvó, psicólogo, especialista en Política Pública y codirector de PsiSalud.

“Hay varias personas que oculté de Instagram porque me hacían sentir muy acelerada pensando en las cosas a las que tenía que hacer para ser parte de una cierta popularidad», dice Carolina, de 28 años, sobre los cambios y sentires en la post pandemia. “Ahora que estamos en la fase más “normal” de la pandemia siento que estos últimos dos años me perdí tanto que siempre corro detrás de algo nuevo. Algo a lo que nunca llego y no me deja terminar de sentirme bien”.

El scrolleo infinito y el consumo incesante de imágenes de personas felices en eventos sociales provoca que, como usuaries, tengamos la impresión de que somos menos populares, menos actives y ciertamente menos exitoses que nuestras amistades virtuales. La trampa es que el mundo donde vivimos pareciera estar prolijamente diseñado para provocarnos permanente insatisfacción, generando así la sensación de que todos estos lugares están al alcance de la mano y estamos siempre en falta. 

“Lo que caracteriza a los comportamientos ansiógenos es que muchas veces vienen acompañados de comportamientos evitativos. Esto genera que cuando sentimos ansiedad por algo busquemos evitarlo, como una respuesta adaptativa e «inteligente». La cuestión con el FOMO, esta sensación de estar perdiéndome de algo, hace que efectivamente me termine perdiendo eventos y algunas cosas que estaría bueno no perderme”, continúa Facundo.

Hay que salir del agujero interior: el regreso post pandemia

El inicio de la pandemia se selló con un canto común: quedate en casa. La narrativa colectiva del “de esta salimos juntos/as” generó una ilusión democratizante: estamos todes en la misma. Todes haciendo pan de masa madre, clases de gimnasia por Zoom y comentando al unísono los anuncios en cadena nacional sobre la gestión de la pandemia. El inigualable confort de ser tribu y saberse igual al resto.

Un día ese pacto implícito se empezó a quebrar. A medida que lo álgido de la pandemia fue mermando, la vida presencial fue ganando terreno y generando, a su vez, nuevos contenidos. ¿Qué es esa fiesta a la que fueron? ¿Se juntaron? ¿Eso es un recital? ¿Dónde fue? Click en la etiqueta. Ah, no sabía, no me enteré.

La ansiedad desencadenada por ver personas haciendo cosas en lugares a donde yo quisiera haber estado, encuentra su contradicción en que, quizás, de igual manera no hubiese ido. Muchas veces, simplemente quiero haber recibido la invitación y haber tenido la posibilidad de rechazarla. Es decir, la trampa del FOMO es que, yendo o no, el miedo a perderse alguna interacción social valiosa sigue ahí. No hay escapatoria a la presencia de la ausencia. 

Hace unas semanas, la UNESCO adelantó el texto de Recomendación sobre la Ética de la Inteligencia Artificial, una suerte de Declaración Universal que busca “afrontar de manera responsable los efectos conocidos y desconocidos de la inteligencia artificial en los seres humanos, las sociedades y el medio ambiente”. En este texto se llama la atención sobre cómo la constante interacción con tecnología de inteligencia artificial, incluyendo los algoritmos sociales, podrían tener consecuencias negativas para la salud mental de las personas. 

Hay entonces un elemento fundante que no hay que perder de vista: somos hijes de este tiempo y el FOMO no es más que un nombre para un malestar colectivo y común que tiene sus raíces en algo más grande que nosotres mismes. En ese sentido, Facundo Calvó advierte que «hay algo que se llama psicologización de la vida cotidiana que es encontrarle un nombre a los eventos que nos suceden desde lo patológico donde de repente, un malestar que estamos todos viviendo por situaciones contextuales políticas e históricas se ubican sólo en la persona: como si fuera ‘tu’ problema. Si bien a veces es cierto que es útil ponerle un nombre a un sentimiento común porque podemos hablarlo y comunicarlo, la otra parte es que de repente a ese problema le pongo una etiqueta, le administro un tratamiento y no reflexiono sobre las condiciones sociales que nos atraviesan para poder pensarlo en términos políticos”. 

La cuenta de Instagram InfluencersInTheWild muestra el detrás de escena de las fotos y videos para redes sociales. Contorsiones imposibles, selfie sticks y risas fingidas dan la sensación contradictoria de algo gracioso y vergonzoso, a la vez dejando en claro que las pantallas siempre mienten. Al final de cuentas, después de la foto un influencer no es más que otra persona con un celu en la mano junto a otras personas con un celu en la mano que acumulan miles de seguidores. Comparar nuestras vidas con una performance virtual mediada por pantallas y algoritmos siempre es un error de cálculo y nos lleva a conclusiones incorrectas. Para poner a salvo nuestra salud mental, hay que repetir como un mantra: por más que así parezca, el mundo entero no cabe en una story. 

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Emilia Pioletti

Cordobesa nacida y criada. A lo que ustedes llaman “libritos”, yo les digo “criollitos”. Comunicadora Social (UNC), Comunicación Política (FLACSO) y parte de La Tinta (Córdoba). Escribo un newsletter, hice mucha radio, amo la merienda y soy aficionada a un montón de cosas.