Con tu modo de amar

🐒 · Jiménez es un mundo difícil de codificar para los amantes de las etiquetas. Laburante y caravanero, negro con derecho a vivir en un castillo y vacacionar en un yate. Peronista que nadie sabe a quién vota, cordobés que llena un Luna Park y copa River.

por Matilde Bustos para El Resaltador

Cuando terminaba de armar este artículo (empiezo por el final) noté que mis últimos escritos compartían una inconformidad: la condena perpetua y el moralismo salvaje de época que son, a mi entender, dos síntomas de la misma patología. Quizás esta patología es la razón que conduce muchas veces a no expresarse sobre determinados temas: el linchamiento es siempre voraz.

Hay algo de este salvajismo que es, en palabras de Fisher, un resentimiento altivo. Ese resentimiento lo percibí en innumerables señalamientos frente a quien es uno de los artistas populares más importantes de nuestra Córdoba: La Mona Jiménez.

Esta nota puede parecer entonces un intento de defensa contra todas las veces que algunos, me ahorro los adjetivos, señalan la admiración y adoración hacia La Mona. Con la facilidad con la que se sentencia en esta época que vivimos no falta el que te dice “ah, pero se hace el pobre y vive en urca”. “Se hace el popular, pero te llena de cana los bailes”, “se hace el compañero y le milita a De La Sota”. “Vos que sos feminista, cómo vas a bancar al viejo machista ese”.

Una y otra vez se ataca al corazón, ese que tiene sus propias razones como dice un gran poeta argentino. Pero aún más en esas acusaciones, supuestamente libres de prejuicios, se esconde una buena cuota de racismo, clasismo e incluso machismo. Tal como dice Barbara Pistoia en una de las notas más brillantes que se escribió en estos tiempos “gran reflejo del machismo considerar a las mujeres de acuerdo con sus consumos, hábitos, formas, elecciones y efectos que atraviesan las ideas y emergen de lo corporal como algo inevitable, como algo que es, que sucede y punto.”

Esta nota es entonces, más que un acto narcisista de defensa propia contra las imposturas, un intento de decir algo más sobre ese resentimiento. Pero también sobre el amor que emerge frente a este ídolo popular. Para el pueblo cordobés el más honorable servidor, amo de nuestras alegrías, rey de nuestras caderas, LA MONA nuestro prócer vivo.

Tú no comprendes, amor pecador

Carlitos “La Mona” Jiménez nació el 11 de enero de 1951 en Alta Córdoba, ciudad de Córdoba. De madre salteña, padre tucumano, y abuelos catamarqueños, debuto como bailarín y cantante de folclore. A los 15 años participó en un casting para ser cantante en el Cuarteto Berna.

Jugaba de chiquito a ser Tarzán, sus vecinos se reían y decían que se parecía más bien a la mona chita, el apodo que se apropia para erigir esta leyenda que sigue más en pie que nunca.

Jiménez fue, es y será condenado por ‘ignorante’, por ‘salvaje’, por popular. Por ‘maleducado’, por ‘malhablado’ y por encima de todo atreverse a vivir como un rey. Los militantes a ultranza de la meritocracia defienden que uno se esfuerce y luego disfrute de los frutos de su trabajo. Salvo cuando el que labura es un negro, que construyo para él y su familia un reino de comodidades.

Ninguno de ellos dirá nunca que Jiménez es el primer trabajador, que labura desde los 16 años. Que por más de 5 décadas brindó más de 4 shows por semana de más de 3 horas. Quien escribió más de 80 discos, que al día de hoy nunca dejó de trabajar. Que le brindo oportunidades a toda su familia al tiempo que esa familia lo protegió.

Como casi todo en esta época las condenas omiten su condición de clase, sus orígenes, y juzgan su actual posición económica. Parecieran, en palabras de Fisher “estar fundamentalmente de acuerdo con el trasfondo de la pregunta de Paxman: “¿Qué le da a esta persona de clase trabajadora la autoridad para hablar?”. Es también alarmante, es más,
angustiante, que parezcan pensar que la clase trabajadora tendría que permanecer en la pobreza, la oscuridad y la impotencia so pena de perder su “autenticidad”.

“Me llaman el renegado porque yo tengo mi propia ley”

Otros, los que se creen libre de prejuicios clasistas y raciales, lo condenan por no construir más relato que el suyo propio, el de un pibito con ganas de triunfar en los escenarios, por no apropiarse de las “causas nobles”, por ser amigo de la yuta, por delasotista, por convertirse en un cheto que vive en urca, allá ellos los que se erigen como los portadores de la verdad y la justicia. Unos y otros protegiendo el status quo, el deber ser, siempre moralista y
disciplinante con el pueblo trabajador.

Esa postura condescendiente también olvida, además de su pertenencia clasista, que años atrás en la introducción de “Raza Negra”, uno de esos discos inolvidables para los «jimeneros», se escucha al gran percusionista peruano BAM BAM Miranda, recitando de fondo “este trabajo va orientado a difundir a un continente olvidado, menospreciado, tildado injustamente de salvaje e inmoral, por la relación vital que la música entra por la piel. Dicho continente es el África. El africano representa a nivel mundial y a nuestra modesta opinión, el mayor aporte a la música, por la influencia ejercida por aquellos que emigraron al resto del planeta”.

En ese pasaje se expresa y se visibiliza mucho más sobre el racismo que lo que ha expuesto no solo esa izquierda aleccionadora, sino la clase política en su conjunto en esta tierra siempre negada a reconocer sus raíces. Y hay también una respuesta a todas esas condenas racistas, clasistas y morales.

Es necesario entonces, otra vez Fisher perdón, “identificar las características de los discursos y los deseos que nos han llevado a este paso desmoralizante y siniestro, donde la clase ha desaparecido pero el moralismo impera, donde la solidaridad es imposible, pero el miedo y la culpa son omnipresentes, y no porque estemos aterrorizados por la derecha, sino porque hemos permitido que modos burgueses de subjetividad contaminen nuestro movimiento”.

“Yo soy usted, ese que un día salió de abajo y quiso cantar”

Jiménez es un mundo difícil de codificar para los amantes de las etiquetas: laburante y caravanero, marginal que vive en Urca, negro con derecho a vivir en un castillo y vacacionar en un yate, peronista que nadie sabe a quién vota, cordobés que te llena un Luna Park, que te copa River, cuartetero que te monta un museo en el Johnny B. Good.

Jiménez el que hizo bailar a Susana Giménez, a Marcelo Tinelli, a Julio Boca, el amigo de Goyeneche y de
Leonardo Favio, el que regala motos, casas y departamentos en sus shows, Jiménez puro cambalache, nuestro cambalache.

Aquel qué, cuando le preguntan porque cree que tiene éxito si desafina, dice con total descaro “será porque soy bello”. Porque comprende más que nadie que el periodismo es parte de ese poder al que él incomoda con su simple presencia, casi sin quererlo. Y en ese entender no se victimiza, sino que se ríe, se le ríe al status quo.

Lo que nunca podrá entender el poder imperante es su capacidad de convocar todos los fines de semanas a cientos de miles de fans. Es que justamente la Mona creó un lenguaje, con señas propias, sólo entendible para el pueblo cordobés, para los barrios olvidados.

Invento una forma de nombrar, de bailar, de hacer cuarteto y de gozar. Nunca le interesó vender un relato, más que el suyo propio. No se acomodo a ningún status quo: para la élite será siempre un salvaje. “La Mona” el apodo del que se apropio dice mucho de lo que eligió ser. Para el progresismo siempre será un vendido, para el pueblo cordobés, el REY.

Los bailes de cuarteto que brinda hace más de 50 años de su vida serán siempre el carnaval en el que desfilan laburantes que van a gastar su jornada semanal, pibes de barrio, jóvenes clase media derribando sus propios prejuicios clasistas, palos de yuta, peleas, felicidad, bardo y disfrute. A Jiménez se lo acusa de ser el portador de algo que lo excede, la marginalidad, las desigualdades, la represión, el clasismo, el racismo y todos los males de esta tierra.

Frente a las ofensivas siempre están y estarán los que le van a agradecer la vida eterna por poner en sus letras todas las caras de la marginalidad. Por el carnaval montado en cada baile, por la alegría, por las señas creadas para cada barrio, por su humildad y su sencillez.

Un pueblo siempre dispuesto a adorarlo, defenderlo, disfrutarlo y homenajearlo. “La mona es un sentimiento” “so lo más grande que hay” “te amo mona” “me hiciste feliz desde que nací”. “Aguante Jiménez”, “la mona una institución” (Pity Álvarez); “lo que al pueblo le hace bien pareciera que a muchos les cae mal” (Mono de Kapanga) y cientos de miles de declaraciones de amor.

Frente a todos los pronósticos (que casi obligan a que los ídolos populares y exitosos decanten en finales triste o trágicos) hoy nuestro rey está más vital que nunca. Rebuscando maneras de encontrarse con su gente, siempre fiel, leal y autentico al pueblo al que se debe. MONITA, acá va mi pequeño homenaje, gracias por hacernos felices, y cuarteteros. DE CORAZÓN A CORAZÓN.

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