San Telmo no duerme: vecinos denuncian descontrol en el uso del espacio público

🌪️🔊 Al calor de la reactivación del sector gastronómico, San Telmo se convirtió en un polo nocturno inédito. Vecinos del barrio denuncian ruidos molestos a cualquier hora, todos los días. El Gobierno porteño les da la espalda y se niega a realizar controles.

Las mesas de los restaurantes desplegadas sobre la calle ya están a tope. Cervecerías, bares y boliches desbordan el espacio físico de las veredas, y el barrio parece haberse transformado en una gran feria nocturna. Los visitantes, turistas pero también locales, van y vienen, entran y salen. Hay música al aire libre, amplificada y a la gorra. Hay murga, batucada, encuentros en las esquinas. Todo en simultáneo. La marea de gente a esa altura de la noche es insólita para un día de semana, pero el griterío y el baile va a durar hasta bien tarde. Un vecino que vive en San Telmo desde hace más de 18 años y durante cinco gerenció un bar él mismo, y que prefiere mantenerse a resguardo, dice que nunca se vivió algo así: el ruido y la invasión “se fue de las manos” y transformó al barrio en un “territorio hostil” para sus vecinos históricos, que denuncian que ya no pueden dormir.  

“Hace ya más de un año que la contaminación sonora está haciendo insoportable la vida en nuestro barrio, que de noche, cualquier día de la semana, se convierte en un infierno en el que es imposible descansar. Somos víctimas de una desregulación que afecta nuestra calidad de vida, mientras las autoridades porteñas nos dan la espalda”, relata. Desde que empezó a denunciar la situación junto a un grupo de vecinos, dice, vive amenazado.

El ruido y la furia se desataron con las primeras flexibilizaciones que concedió el Gobierno porteño respecto al aforo de bares y boliches, a fines de 2020. Las primeras reaperturas de locales gastronómicos vinieron acompañadas de la ampliación en la capacidad de atención a las veredas, para reemplazar la cantidad de mesas de los interiores que todavía no se podían ocupar en su totalidad. Cuando en el verano pasado se habilitó el 100 por ciento de aforo, el espacio público ya estaba ocupado y no hubo vuelta atrás. Como resultado, varios bares y boliches ampliaron considerablemente la cantidad de gente que podían atender. 

San Telmo, que ya venía convirtiéndose de a poco en un polo gastronómico, repuntó a tal punto que vivió una suerte de reconversión comercial: los locales polirrubro cerrados por la primera ola de la pandemia reabrieron como bares y la oferta se disparó. “Ahora no nos quedó ni un súper chino, no hay un sólo comercio que no sea un bar. Es insólito”, se queja. La reconversión del tradicional Mercado de San Telmo para el turismo y el consumo chick también modificó la fisonomía del barrio, que llegó a ver cómo una de sus calles principales, Bolívar, se convertía en peatonal. 

“La llegada de turistas creció como nunca, nunca vino tanta gente a pasear como en las primeras aperturas de la pandemia. Pero el barrio no estaba preparado para tanto: acá estamos en el caso histórico de la ciudad, los edificios están muy pegados entre sí y las calles son muy angostas, es una gran caja de resonancia. Nos están expulsando”, describe otro vecino. 

A fines del año pasado, la situación se volvió tan insoportable que unos 60 vecinos del barrio decidieron organizarse y denunciar la situación. Filmaron y sacaron fotos durante varias noches sin dormir y juntaron la evidencia suficiente (pueden verse en “Vecinxs x un barrio habitable», en redes) para poder presentar un reclamo colectivo ante el Gobierno porteño. Ya hay varias denuncias judiciales, tuvieron alguna que otra reunión en la sede comunal de la Comuna 1, pero la última palabra la tiene la ministra de Espacio Público, Clara Muzzio, que todavía se niega a recibirlos. “Lo único que pedimos es que nos dejen participar en el diseño del barrio”, reclama la fuente. 

El conflicto de intereses está planteado: el sector gastronómico, uno de los más golpeados, aprovecha las nuevas condiciones del negocio para recuperar terreno, incluidos los metros ganados al espacio público durante la etapa de las restricciones; los vecinos piden una oportunidad de descanso y exigen regulaciones: de la mano de la “nueva normalidad” el barrio acrecentó su imán hacia vendedores ambulantes, músicos itinerantes, conjuntos de baile y otras disciplinas que lo habían adoptado desde siempre, aunque la masividad ahora es tal que hace muy áspera la convivencia con los vecinos tradicionales. 

Los vecinos, además, están desprotegidos por el Código Urbanístico vigente. Sancionado en 2018, prevé que cualquier barrio puede ser a la vez residencial o comercial: la Ciudad dejó de estar “loteada” en zonas específicas y cualquier barrio es plausible de sufrir transformaciones que sus vecinos no desean. No hay, además, regulación: salvo que exista una oposición vecinal, nadie controla si un barrio residencial se ve abarrotado de bares y vida nocturna repentinamente.  

“Así, el barrio va a quedar vacío. Nos están expulsando. Todo el mundo está vendiendo, porque así no se puede vivir. Hay que encontrar un equilibrio antes de que no quede nada”, agrega una vecina.

“La vida acá empieza a ser muy hostil, hemos recibido amenazas de comerciantes y hasta nos tiran bombas molotov cuando nos quejamos”, asegura. “Sólo pedimos que nos dejen dar nuestra posición sobre cómo entendemos que debe diseñarse un barrio con la tradición que tiene San Telmo, donde todos podamos disfrutarlo, los que vienen y los que vivimos en él, como antes de la pandemia”.

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Matias Ferrari

Periodista, comunicador y militante social. Trabajó en Página/12 y colaboró en la investigación del libro "Macristocracia" publicado por Editorial Planeta.