“Febrero te deja flotando en una nube de lentejuelas”

🎉 Cachengue y Sudor es una de las pocas murgas que está por fuera del circuito oficial del carnaval porteño. Desde hace al menos dos décadas organizan su corso en la plaza 24 de septiembre, en la Triple Frontera de la Ciudad. Crónica de una noche con la Murga de Arpillera.

Es muy difícil que no termines bailando si vas al corso de la Triple Frontera.

En el centro de la ciudad, donde se juntan los barrios de Caballito, Villa Crespo y La Paternal, no es fácil distinguir al murguero del espectador. ¿No es acaso esa la mejor definición de Carnaval?

Cachengue y Sudor es una de las pocas murgas de la ciudad que está por fuera del circuito oficial del carnaval porteño. Desde hace al menos dos décadas organizan su corso (al que suelen invitar a murgas del conurbano) en la plaza 24 de septiembre, a pocas cuadras del Cid Campeador, sobre la calle Rojas y en la esquina de la avenida San Martín. El pasado fin de semana, 12 y 13 de febrero, volvieron allí a presentar un espectáculo nuevo después de dos años.

La murga surge en 1995 al interior del ISTLyR, Instituto Superior de Tiempo Libre y Recreación, como una actividad de docentes y trabajadores sociales que realizaban ahí su cursada. Veintisiete años después, Cachengue puede presentarse como una de las más originales y convocantes de la ciudad, despliega un gran repertorio musical y teatral, y defiende al carnaval como un acto político que no puede estar ligado al Estado.

Fotos: Florencia Ferioli

“Nosotros tenemos un poco de murga porteña, un poco de teatro, un poco de todo. Medio un híbrido y eso choca mucho. Si vos hablas con un murguero tradicional quizás te dice ‘Cachengue no es una murga’ porque nosotros no estamos dentro del circuito, no hacemos solo canciones y no seguimos la estructura que nos dicen”. Quien habla es Julia, integrante de Cachengue y Sudor desde el 2008. “Pero yo defiendo a capa y espada, por supuesto ¿cómo no va a ser una murga? Vení a ver y te vas a dar cuenta”, desafía.

Es sábado y a las ocho de la noche en la Triple Frontera todavía queda un poco de luz solar. El viento y la baja temperatura hacen al atardecer más otoñal. Julia hoy está como animadora y conductora del corso, presenta a las distintas agrupaciones que llegan para desfilar, pero en un rato va a actuar, cantar y bailar. “Para nosotros no existe la vida sin el carnaval. Estoy todo el año preparando, pensando y militando esto”.

– ¿Perdió terreno el carnaval durante los últimos años?

– Uno lo que se da cuenta, o lo que transmiten los medios, es que la gente no quiere que estemos en las calles. Pero no solamente las murgas, no quieren a nadie en la calle. Nada, ninguna actividad que implique un corte.

Al costado del escenario, Cachengue organiza el buffet y la venta de espuma y remeras. Una por $1500, dos por $2800. Un poco más atrás cuelgan sus trajes sobre el enrejado de la plaza de juegos. Es también ese el espacio en donde se maquillan, juntan los bombos y preparan los instrumentos. Para la murga autogestiva, este fin de semana representa su mayor fuente de ingreso. En el año organizan dos espectáculos más: el festival de la resistencia, en fechas cercanas al 24 de marzo y una presentación el 24 de septiembre, nombre de la plaza en la que ensayan todo el año y que hoy se viste con banderines rojos, verdes y amarillos.

“Al no participar de los circuitos oficiales tenemos muchos problemas, por ejemplo que no nos den los permisos para hacer este festival. Nosotros tuvimos que poner que éramos una Asociación Barrial, porque cuando la comuna recibe la solicitud y ve que somos una murga lo pasa a la Comisión de Carnaval, y lo que nos responden ahí es que tenemos que ser una murga oficial si queremos hacer un corso. O sea, participar de la competencia oficial dentro de las categorías que ellos tienen, con jurados, etc.”.

Cachengue y Sudor es la Murga de Arpillera. Cuando surgió, lo que había a mano fue la bolsa de papá y con eso hicieron sus trajes. “También es un poco una burla a los protocolos y reglamentos de las competencias. Nosotros podemos hacer murga con cualquier cosa, no hace falta que todos tengamos guantes blancos, zapatillas blancas y galera, la murga no tiene que ver con eso, tiene que ver con otra cosa”, continúa Julia.

– ¿Cuál es la respuesta del público?

– La respuesta de las personas es muy buena pero porque es toda gente del palo, vos acá no te encontrás con una persona muy desubicada. Por otro lado, tampoco es el mismo público que va a los corsos oficiales. Hay mucha gente que quizás no le gustan otras murgas y vienen a vernos solo a nosotros.  

Fotos: Florencia Ferioli

“Febrero te deja flotando en una nube de lentejuelas, es difícil bajar después”, dice Camila, integrante de la murga desde 2014. “Es el mes más esperado, me pregunto ¿qué hacía antes de ser murguera?”. Sobre el pasto, Camila termina de ajustar sus zapatillas y su traje con los colores amarillo, verde y rojo. “Lo de la arpillera comenzó como una picardía y siguió como una postura política”, define.

¿Qué cambios notas desde cuando arrancaste?

— Hubo un proceso muy zarpado en cuanto a la revolución feminista que nos llevó a tener muchas discusiones. Lo que yo noto es mucho crecimiento y articulación.

En la caja del buffet, una tocaya suya se encarga de cobrar a la gente que va llegando. Esta Camila forma parte de Cachengue y Sudor desde hace tan solo cinco meses. “A mi no me gustaban las murgas, no iba al corso,”, cuenta. “Durante la pandemia vi a Cachengue y Sudor con una amiga y me di cuenta que era distinto, esto sí me gustaba. Después me compré un bombo y empecé a venir”, para ella es el primer febrero dentro de Cachegue.

Sobre la calle Rojas desfila La Murga Maestra, formada hace casi cinco años por docentes de todos los niveles y con mucha participación en las distintas manifestaciones en defensa de la educación. Oriundos de Parque Avellaneda, llevan una bandera que dice “Orgullosxs de caer en la pública”: el eje de su crítica es la ministra Soledad Acuña y no faltan comentarios sobre sus últimas declaraciones en relación a los “chicos perdidos” por la pandemia y la eliminación del protocolo y las “palabras raras”.

Fotos: Florencia Ferioli

Sentado, mientras toma una cerveza, José me cuenta que formó parte de Cachengue hace veinte años y que ahora volvió. Hoy no tiene una función asignada, no sabe si va a bailar, pero se entusiasma al recordar la asamblea de la murga en Parque Centenario que en 1999 decidió abrir la participación de murgueros y murgueras por fuera del ISTLyR. “Yo estoy orgulloso de haber sido parte y haber votado para que Cachengue sea lo que hoy es”. Esa votación resultó en nueve votos a favor y seis en contra. “¿Cuántos son ahora?”, le pregunto. “Ni idea, cuando salgamos contanos y después me decís”.

Nadie sabe cuántas personas forman parte de Cachengue y Sudor. El grupo estable es de alrededor 25 personas, pero algunxs me dicen que en total son 40 y otrxs me indican que están cerca de 60. A las nueve de la noche, falta todavía al menos una hora para que Cachengue desfile. A esta hora es todo abrazos, besos, baile y risas. Rodrigo es músico de tango y está entre el público. “¿Qué es el carnaval para vos?”, le pregunto. “Carnaval es ver a los amigos”. En las dos horas que siguen, cada vez que vuelva a levantar la cabeza y ver a Rodrigo, lo veré abrazado a alguien.

“El vecino de la ciudad de Buenos Aires detesta el corso, le parece de negros”, me dice Gonzalo sin tapujo. Es parte de Cachengue desde 2014, lleva el estandarte, toca la guitarra y canta pero durante la presentación también lo voy a ver golpeando el bombo. Al igual que la mayoría de sus compañeros y compañeras, en la murga hace un poco de todo. “La cultura porteña tiene mucho desarraigo, esa postura de que todo lo de afuera es mejor, por eso tenemos que volver a las calles. Acá qué pasa, no te gusta la murga porque es algo que te refleja, algo que no te gusta de vos. Tratamos de estar presente para que se banquen lo que es, porque esta es nuestra cultura popular, nuestro folklore y es en la calle”.

Mientras hablo con Gonzalo —“El Negro”, dentro de la murga—, le encargan ir a llenar dos bidones con nafta a la YPF que está cruzando la avenida. Hay que alimentar a los dos grupos electrógenos que mantienen el sonido y la iluminación del corso. “Es una tarea sencilla pero es la más crucial, de esto depende el resto de la noche”, bromea.

“La diferencia de Cachengue es que ante las adversidades, autogestión. Vos no nos vas a bajar plata, no la necesito, pum, nos organizamos. También convengamos que tenemos una convocatoria de gente joven, progre, clase media con herramientas y profesional. La autogestión se hace más fácil porque si yo estuviera en un barrio popular sería de otra manera. Acá te podes bancar el corso”. Volvemos con el líquido azul y comenzamos a verterlo por un embudo.

Fotos: Florencia Ferioli

“Esto es boca en boca, muchos años que estuvimos acá. Hay aguante de la gente de la cultura alternativa de la ciudad y esa es la diferencia con un corso oficial, en donde quizás la gente va porque está en la esquina de la casa y no sabe qué murgas se presentan. Cachengue tiene mucha convocatoria porque es una murga autónoma, hay gente que quiere venir acá”.

Pasadas las diez de la noche, Cachengue hace una entrada con un repertorio de quince minutos de bombo, platillo y percusión. Los ritmos que pone en juego son de lo más variado con mucha presencia de redoblante y repique. El espectáculo nuevo que presentan esta noche gira en torno a la pandemia y lo que sigue cuando paran los tambores es una puesta teatral en donde no faltan los disfraces alusivos: vacunas, enfermerxs y “olas del Covid”, también hay menciones al cuidado ambiental, al dólar y al FMI.

Luego Cachengue presenta La Matanza, una crítica con la percusión y el baile como protagonistas mientras recuerdan los múltiples casos de gatillo fácil de los últimos años: Lucas González, Facundo Astudillo Castro y Luciano Olivera. Cumbia y Reggaeton, canciones de Sara Hebe, trompeta, bajo y trombón ponen a todo el mundo a bailar. En el corso de Cachengue y Sudor no hay vallado, el público no toma distancia de la murga y se mezcla con ella. Para el cierre quedó armado el fiestón, pero hay que bajar. Al menos hasta mañana.

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