El fin de la pandemia no es todo carnaval

😲 Se cumplen dos años del comienzo del aislamiento en Argentina producto de la pandemia. Hoy estamos en un escenario de pleno regreso a los espacios que no pudimos habitar durante este tiempo. ¿Qué pasa cuando volvemos? ¿Es lo mismo que antes?

El 20 de marzo se cumplen dos años del comienzo del Aislamiento Social Preventivo Obligatorio (ASPO) y la irrupción del escenario pandémico en Argentina. La llegada de este aniversario despierta algunos sentimientos o recuerdos encontrados. El inicio del ASPO y la emergencia sanitaria marcaron el comienzo de un tiempo de postergaciones, un tiempo “muerto” (después veremos por qué esas comillas), de espera e incertidumbres. Podemos concluir que las vidas de todxs cambiaron, con matices, algunas más, otras menos, pero todas se vieron interrumpidas por un agente externo que obligó a modificar planes, postergar proyectos, cambiar trabajo. En fin, reinventar algún aspecto de la vida.

Volviendo al presente inmediato, estamos en un escenario de pleno regreso. Todos los niveles educativos retomaron la presencialidad, espacios lúdicos, talleres, gimnasios, actividades laborales, volvieron a la presencialidad. Comenzamos a transitar aquellos espacios que durante dos años no pudimos habitar, aquellos espacios que contaban una historia en aquel marzo de 2020. ¿Y hoy? ¿Es lo mismo? ¿Se vuelve y ya? ¿Qué pasa cuando volvemos a esos lugares dos años después? ¿Somos las mismas personas?

Por un lado, si bien la pandemia implicó la detención de muchas actividades no impidió que la vida siguiera su curso: un tiempo “muerto” pero no extinto. Nuestras vidas continuaron (como pudieron) en clave pandémica, con modificaciones y nuevos desafíos. La vuelta a estos espacios físicos que marcan un tiempo pasado también implica el reencontrarse con todo aquello que no fue. Encontramos aquí la presencia de una pérdida. Lejos de ser todo alegría por la vuelta, el reencuentro nos recuerda aquello que perdimos en un tiempo no tan lejano. Y como ya sabemos, toda pérdida implica un duelo.

Pero no se espanten ante la palabra duelo; no es más que un proceso que se da ante la pérdida de algo significativo. Lo saludable es que podamos reconocer esto: hubo algo que se perdió (ese curso que ibas a hacer, ese viaje, ese proyecto, ese trabajo). Durante estos dos años no tuvimos la posibilidad de ubicar dicha pérdida porque, en un primer tiempo, esperábamos un pronto retorno y también nos inundaba la incertidumbre. Luego, a ese lugar que dejó esta pérdida llegaron otras cosas. Ahora estamos en el momento en que nos enfrentamos directamente a ese pasado, donde debemos asumir el paso del tiempo, los cambios, y que aquello (tal y como era) no volverá jamás.

Suena fuerte… fuertísimo. Pero ese reconocimiento es un proceso importante para que la pérdida se transforme y no quede allí sólo como fuente de angustia o malestar. La buena noticia es que en este duelo no estamos para nada solxs. Como sociedad nos vimos atravesadxs por esta situación, por lo que nos encontramos frente a un duelo colectivo donde se hace importante que podamos compartir con otrxs nuestras impresiones, que podamos registrar individualmente eso que no fue y ponerlo a jugar en charlas con familia, amigxs, compañerxs de trabajo. No se trata de generar un espacio de terapia en cada lugar que habitamos (aunque algunas personas puedan necesitarlo), sino de poder darse un tiempo para compartir cómo nos sentimos en este encuentro con un pasado que parece lejano pero en realidad es muy reciente y nos vimos obligadxs a modificar.

Los dos años de pandemia implicaron un encuentro con la incertidumbre y la falta de proyección, otra obligación pandémica: no proyectar. Nos acomodamos a vivir el momento y entender que lo posible era el aquí y ahora. En este nuevo escenario vuelve a presentarse (o eso pareciera) la posibilidad de pensar un futuro. La proyección se hace difícil y genera temores: la presencia de una reciente pérdida nos dificulta la posibilidad de pensar un mañana mientras continúan aún abiertas las heridas del ayer.

¿Cómo pensar este reencuentro desde los efectores de Salud?

Resulta necesario que las políticas públicas tiendan a fomentar algunos espacios de encuentro para que en cada territorio las comunidades puedan tramitar sus pérdidas. Encuentros que giren en torno a compartir la experiencia de vida y, a partir de ahí, dejar una marca, un significante que nombre ese tiempo para poder proyectar un futuro.

Este encuentro con otrxs puede estar mediado por diferentes herramientas; el diálogo, el arte, el trabajo. Cualquier herramienta que nos conecte con nuestra capacidad, tan íntimamente humana, de transformar el mundo. En escuelas, en espacios laborales, centros de jubilados y en cualquier lugar que nuclee personas debería haber un dispositivo que contemple esta situación.

Se necesita una política activa en Salud Mental que promueva la participación en estos dispositivos, ya que resulta muy difícil para cada persona dar cuenta de que aquello que lo angustia, lo que se relaciona a esto o simplemente que entienda que esta situación amerita un cierre sanador. No se trata de patologizar, sino todo lo contrario: se trata de prevenir posibles consecuencias de una situación traumática (otra vez una palabra que, como el grupo musical, “suena tremendo”).

No tengamos miedo de angustiarnos, no tengamos miedo de reconocer lo que vivimos, no tengamos miedo de compartirlo, no tengamos miedo de las vueltas. O quizás, en este caso, no tengamos que hablar de vueltas ya que aquello que no fue no será más, entonces no vuelve. Será sí, la raíz, el corazón de aquello que está por venir, el pequeño brote de una transformación, entonces si vamos a crear. Y entonces, que sea con todas las herramientas, de forma saludable y colectivamente.

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