Ese es mi cuerpo

😠 Lo horroroso de la violación se sostiene en la tolerancia a micro violaciones cotidianas. Y eso nos hace pensar en qué medida cualquiera de nosotrxs sostiene algo de esa construcción.

En los últimos días abundan los análisis acerca del suceso que una joven ya no dejará de padecer: el haber sido violada.

Podemos ampliar el enfoque. Hay dos dimensiones que parece necesario abordar. Primero analizar en qué medida cada unx de nosotrxs refuerza la vigencia de discursos que contribuyen a que un grupo de varones puedan apropiarse del cuerpo de una mujer a plena luz del día en un barrio plagado de comercios como Palermo.

Segundo, cómo la víctima de este hecho es revictimizada de manera permanente en el discurso mediático, y luego social, cuando se relatan de forma genérica sucesos sufridos por una persona singular.

Nosotros: el pronombre peligroso[1]

No tardan los discursos en ordenarse en formas polares y la culpabilizacion y los dualismos comienzan a ocupar las primeras planas. Ese aplastamiento de las discusiones parece dejarnos a todxs en los mismos lugares de confort discursivo.

¿Cómo explicar la frecuencia con que mujeres muy jóvenes son violadas en situaciones que carecen del más mínimo artilugio de ocultamiento?

No parece suficiente la existencia de varones violadores, pareciera que eso ocurre porque están dadas las condiciones de posibilidad para ello. Es decir, es necesario también un patrón cultural que sostenga un abanico de niveles de violaciones. Y eso nos hace pensar en qué medida cualquiera de nosotrxs sostiene algo de esa construcción.

Y sí. Puede ser incomodo mirarnos como participes. Pero ese puede ser un camino de transformación. La sola respuesta a algunas preguntas puede ir como ejercicio: ¿pasé alguna vez cerca de un auto y vi una escena de pelea en que un varón le gritaba a una mujer y sentí que podía necesitar ayuda, pero dudé y seguí de largo? ¿Me crucé con alguna pareja de adolescentes en que un varón zamarreaba a una mujer y no intervine?

Solemos ser capaces de ayudar a quien le arrancaron la cartera del brazo pero no a una mujer que creemos puede estar siendo violentada. Y con esto no quiero decir que no haya grados de violencia y diferencias entre ser sometida a gritos, a golpes o a un ataque sexual. Quiero plantear que lo horroroso de la violación se sostiene en la tolerancia a micro violaciones cotidianas. Aquellas con las que convivimos de forma casi imperceptible.

Consultada sobre este episodio, Alicia Stolkiner señala que: “Hay un femicidio, o sea una mujer o víctimas asociadas a ella incluyendo hijos y familiares que quieran defenderla, realizado en general por un varón cercano, cada 30 horas. Una mujer corre más riesgo de ser asesinada de esa manera que por delincuentes comunes. A veces el varón se suicida luego. Si seguimos pensando que son hechos aislados, individuos específicos o que lo hacen bestias o locos (la mayoría de los así considerados locos no hace cosas así) se evita que reflexionemos sobre la implicación de cada uno en esto”.

Communitas[2]

El filósofo francés G.Canguilhem[3] planteó a la salud como un concepto vulgar. Lo que no quiere decir trivial, sino simplemente común. Y con esta controvertida expresión ubicaba a la salud en su dimensión de raíz comunitaria.

No parece suficiente que ocurra la individualización de los abusadores y la posterior investigación judicial que aplique las sanciones previstas para estos delitos, sino que se impone la protección de los derechos de quienes padecen estos abusos. Y eso puede conllevar la necesidad de acordar colectivamente el privarnos de los detalles que hacen a la intimidad de esas personas.

Hay una agenda que se viene construyendo alrededor del enfoque de derechos y de la protección de las víctimas que se impone defender. En ocasiones, el exceso de imágenes y de datos personales de las víctimas redunda en procesos de revictimizacion y más sufrimiento.

Una enorme cantidad de personas con padecimientos de salud mental han visto difundidas sus imágenes de forma descuidada, divulgada información acerca de su vida cotidiana, su domicilio y lugar de trabajo, leído relatos despersonalizados. Estas prácticas profundizan los procesos de estigmatización, avergüenzan y obligan a que la víctima reviva cada vez lo vivido.

Tiempo atrás, una mujer que había sufrido un ataque sexual, relataba con mucho sufrimiento sus vivencias cuando leía en los medios de comunicación la descripción de lo que había padecido. Aunque lo central que se informaba era la detención e imputación de los agresores en tercera persona del plural, lo que ella leía era en primera persona del singular: “el detalle sobre cuándo y dónde, cuántos y por dónde era yo. Era MI bombacha la que cortaron para violar”.

El camino bipolar organiza la discusión en una falsa dicotomía entre los más duros punitivistas y quienes quedan del lado de los denunciados como cómplices del patriarcado[4].

Para Stolkiner: “violar en grupo es una conducta humana, social, inscripta en un patrón cultural que hay que transformar radicalmente. Tampoco sirve dar lugar a las propias pulsiones agresivas y retaliativas convocando a que sufran lo que hicieron una vez que estén presos. Eso convierte a la cárcel en un lugar de entrenamiento en violación y legitima la posesión de los cuerpos por violencia y sometimiento”.

Tomar distancia de ese punto culmine del horror, puede hacernos omitir la imperiosa necesidad de revisar colectivamente nuestras categorías de pensamiento alrededor de los vínculos humanos. Entonces, si ya no solo hay proclama de culpa y castigo a “las bestias”, puede haber una mirada más profunda acerca de nuestros discursos.

Vayan como idea algunas preguntas: ¿qué acciones se pueden realizar para abordar estos hechos desde un enfoque de derechos y de salud mental? ¿Cómo avanzar hacia un enfoque de cuidados que omita potenciales explicaciones que culpabilicen o expongan a las víctimas en su intimidad?

¿Cómo seguimos?


[1] En  La corrosión del carácter Richard Sennet plantea que: “un régimen que no proporciona a los seres humanos ninguna razón profunda para cuidarse entre si no puede preservar por mucho tiempo su legitimidad”. Anagrama, 2006.

[2] Comunidad, colectividad, sociedad.

[3] En Escritos sobre la medicina. Amorrortu, 2004.

[4] Aporte de la Licenciada en Psicología Laura Yacovino.

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