“Higui, vos decí la verdad”: crónica de la última audiencia de un juicio que terminó en redención

✊ Última audiencia del juicio a Higui, acusada de homicidio por matar a un hombre que intentó violarla y asesinarla en complicidad con otros individuos, en el pasillo de un conjunto de viviendas precarias, ubicado en Lomas de Mariló (Bella Vista, provincia de Buenos Aires).

Son las 9.30 de la mañana del jueves 17 de marzo de 2022. Ingresan a la sala de audiencias Higui, su psicóloga Raquel Elena Disenfeld, y sus abogadas defensoras Gabriela Conder y Claudia Spatocco con su asistente, una militante lesbiana encargada de registrar en un cuaderno las vulneraciones que pudiera sufrir Higui en el Palacio de Tribunales de San Martín, por su condición sexogenérica. Solo pueden entrar a la sala como público cuatro personas allegadas a Higui y cuatro familiares de Cristian Espósito (Pino), el hombre al que mató.

A diferencia de las salas de audiencia del Palacio de Tribunales de la Capital Federal, en San Martín no hay ostentación de crucifijos ni otros símbolos religiosos. Sí existen la disposición y el tipo de mobiliario y símbolos judiciales que generan distancia y amedrentan a quienes nunca tuvieron contacto con el ámbito tribunalicio. También la exhibición de vestimentas caras y ostentosas, que subrayan la diferencia de clase entre magistrados, fiscal, asistente de fiscal, y las personas que asisten en calidad de imputadas y público, que en el Departamento Judicial de San Martín son en su mayoría personas vulneradas en sus derechos sociales y en situación de extrema pobreza.

Entre el público que asiste a presenciar la audiencia para acompañar a Higui se encuentra Viviana Figueroa, una activista de Las Safinas, asociación de reflexión lésbica feminista. Raquel Disenfeld se acerca a la compañera y le cuenta que ella conoció a Safina Newbery (de ella toma el nombre la asociación). Safina (que nació en marzo de 1922 y falleció en 2003) fue una antropóloga, ex monja, lesbiana feminista y sobrina del pionero de la aviación argentina, Jorge Newbery. Higui es juzgada exactamente cuando se cumplen cien años del nacimiento de Safina Newbery, la Gran Madre Lesbiana que muchas feministas pudimos conocer.

Raquel Disenfeld junto a Higui.

“Safina sabía mucho sobre la Difunta Correa”, explica Raquel Disenfeld. Deolinda Correa fue una mujer que falleció andando por los caminos secos de la provincia de San Juan, con su bebé en brazos, y dio su último suspiro bajo un algarrobo con su bebé tomando el pecho. Así la encontraron. El bebé se salvó. Dicen que ese fue el primer milagro de Deolinda, la Difunta Correa, que ocurrió hacia 1840. Sigue teniendo muchos devotos, que le piden milagros acercando botellas con agua a los santuarios que el pueblo erigió en su nombre o en pequeños altares hogareños. (Sobre el tema, Susana Chertudi y Sara Josefina Newbery, La Difunta Correa (1978), editorial Huemul).

“Una vez estaba Safina en San Juan y vio cómo unos policías se robaban las ofrendas de la Difunta Correa. Safina los corrió y les dijo que la Difunta los iba a castigar. Después supo que los policías devolvieron las ofrendas al santuario”, contó Raquelita.

Ese fue el ambiente y las sensaciones previas al inicio de la audiencia.

Así es conocida en los ámbitos feministas la licenciada Disenfeld, con más de 50 años de profesión, en los que atendió y participó en la recuperación de cientos de sobrevivientes de abuso y trata para explotación sexual. Raquel Disenfeld atiende a Higui desde que salió de la cárcel, donde tuvo que estar 9 meses presa de manera injusta. Ya fortalecida y “entera”, mostrando un puño cerrado para ejemplificar este nuevo sentimiento que nunca antes había experimentado, Higui estuvo en condiciones de declarar ante tres jueces y una fiscal empeñada en llevarla nuevamente a prisión.

A Higui no la prepararon sus abogadas defensoras para que declare. Gabriela Conder le recomendó todo el tiempo: “Higui, vos decí la verdad”. No había nada que agregar. La preparación la hizo Raquel Disenfeld, para que Higui pierda el miedo, pueda enfrentar las pesadillas y los flashbacks que le revivían el ataque feroz que sufrió a manos de aquellos hombres, supere los calambres en el estómago que le provocaban la situación de tener que enfrentar un juicio. Todo con ejercicios de relajación. En los momentos de cuarto intermedio en la sala, podía verse a la licenciada Disenfeld pasar sus manos cerca de Higui y hablándole para que esté tranquila y entera. Higui siempre estuvo durante el juicio con su pelota de fútbol, debajo del escritorio de la defensa o entre sus manos.

Foto: Télam.

El fin de semana previo se realizó la única reunión del equipo de defensa de Higui. No fue necesario urdir nada, sencillamente porque Higui iba a contar lo que le hicieron esos hombres. Los testigos de Higui eran solamente de concepto y para contextualizar su estado psíquico. En la reunión, Higui cocinó para todas junto con otra compañera, y luego se fue a dormir la siesta para no estresarse escuchando cómo sus abogadas, Gabriela Conder y Claudia Spatocco, preparaban los últimos detalles de la defensa.

Como cierre de la jornada, Raquel Disenfeld aplicó una de sus técnicas de trabajo colectivo, que consiste en la organización de un aquelarre en un espacio verde y abierto. Esto es, formar una ronda entrelazándose de los hombros, para luego soltarse y arrojar simbólicamente en el centro todo aquello que se quiere alejar. El aquelarre es la antigua práctica de organización de las brujas que las feministas retomaron en el siglo XX. Ya lo hacían las feministas anarquistas durante la Revolución Española en 1936.

Aquel aquelarre fue todo lo contrario al ataque feroz que tuvo que padecer Higui y que le habría costado la vida de no atinar a defenderse con su cuchillo de jardinera. Fue un aquelarre de amor, de lucha y de compañerismo. Fue una fuerza de amor colectivo la que liberó a Higui. La asamblea lesbifeminista y transfeminista Absolución para Higui en las calles de San Martín, alentando a Higui con cantos amorosos, compartiendo la comida en forma comunitaria, la música, la posibilidad de hablar y expresarse libremente a través de una radio abierta. En un clima de amistad y compañerismo que jamás se ve en los espacios donde se disputa poder.

Por las ventanas abiertas del Palacio de Tribunales de San Martín entran los cantos de las pibas, los pibes y les pibis:

… y vas a ver, las brujas que vos quemaste van a volver.

La psicóloga Raquel Elena Disenfeld fue llamada como testigo por la fiscalía, para aclarar algunos puntos de la pericia que presentó.

“Conocí a Analía Eva De Jesús el 30 de junio de 2017, soy su psicóloga, la atiendo desde entonces. El tratamiento consiste en perspectiva de género. Trabajo con psicotrauma y técnicas de recuperación de trauma, a nivel de la autoestima”.

La fiscal Tricarico le pregunta si la imputada le habló sobre el hecho por el que se la juzga.

“Higui comunicó la escena que vivió. Después de los abusos que sufrió se dijo ‘nunca más voy a sufrir abusos’. Higui decía ‘nunca tuve intención de dejar a un pibe sin padre’”.

La abogada defensora Claudia Spatocco le pregunta a Raquel Disenfeld si Higui fue discriminada por lesbiana.

“Se sentía muy culpable en la iglesia. En un momento buscó tener novio porque se sentía mal. La psiquiatra que la peritó le preguntó si la llamaba señora o señorita. Higui contestó que nunca la habían llamado así, que siempre la llamaban ‘lesbiana de mierda’”.

Movilización en el exterior del juzgado. Foto: Télam.

Por videoconferencia desde Madrid, el perito psiquiatra de parte, Enrique Stola, explicó al tribunal que Higui sufría estrés postraumático por este último ataque sexual grupal que padeció. Y soportó las preguntas que en mal tono le formuló la fiscal Tricarico, y que toda la sala pudo escuchar, intentando forzarlo para que declare que el estrés postraumático se debía únicamente a los abusos anteriores que padeció.

Luego de que terminaran de declarar los testigos, la defensa de Higui pidió cuarto intermedio hasta el martes 22, cuando estaba anunciada la última audiencia. La fiscal Liliana Tricarico presionó para que los alegatos fueran presentados esa misma tarde. La defensora Claudia Spatocco pidió tres horas al menos para preparar el alegato en defensa de Higui. El Tribunal concedió solamente dos. Así fue como en dos horas, las Gabriela Conder y Claudia Spatocco prepararon el alegato, que fue brillante tanto en cuanto a la argumentación sobre la legítima defensa de Higui como de la necesidad de aplicar perspectiva de género estructural a la hora de juzgar a una lesbiana masculina, pobre y estructuralmente vulnerada, como lo es Higui.

TORQUEMADA MODELO 2016

La persecución del fiscal de San Martín Germán Weigel Muñoz, que inició la causa contra Eva Analía de Jesús, “Higui”, no puede sino traernos el recuerdo de los inquisidores dominicos que sometían a proceso a mujeres campesinas. La pesadilla de Higui en manos de este Torquemada laico comenzó el Día de la Madre de 2016. A las 22.30 de aquel día, una muchacha lesbiana apodada Higui mató a uno de los cuatro hombres que intentaron violarla y asesinarla a patadas contra el tejido de alambre de un pasillo tenebroso. Detrás de estos hombres, venían otros anunciando a gritos “te vamos a hacer mujer, forra, lesbiana”.

Higui De Jesús no tuvo el final de Fernando Báez Sosa porque atinó a sacar su cuchillo de jardinera del corpiño deportivo y le hizo un puntazo en el pecho, no muy profundo, a uno de sus agresores, al que tenía encima de ella. Higui se defendió cuando le bajaron el pantalón, le rompieron el bóxer y escuchó que “me iban a hacer algo con un palo”.

Pero para la mirada inquisitorial de Germán Weigel Muñoz, Higui era una asesina a sangre fría que, sin mediar palabra ni hecho, salió de la casa de Yrurtía 1136 y le clavó un puntazo mortal recto a corazón a Cristian Espósito. Higui, quien mide 1,50 de estatura, era un demonio capaz de dar una puñalada recta al pecho a un hombre de más de 1,70 porque sí, solo porque se le ocurrió ir a pasar allí el Día de la Madre para matarlo. Para cualquier mortal es claro que a cualquier persona de 1,50 le resulta imposible clavarle un puntazo que recto al corazón a un hombre de más de 1,70, estando parados uno frente a otro. El puntazo habría dado al otro lado del hígado. Y tendría que haber estado inconsciente el hombre, para no defenderse con los antebrazos.

Weigel Muñoz urdió una maquinaria de mentiras tomando los testimonios de hombres y mujeres de la familia Recalde-Espósito. Fueron hombres de esa familia quienes atacaron a Higui. Y no ordenó peritar el pasillo y el patiecito contiguo a ese pasillo, ni la remera ensangrentada de Higui. Con lo cual le resultó sencillo a la familia Recalde-Espósito ubicar el ataque en la calle, adonde movieron el cuerpo del hombre al que mató Higui para defenderse. La calle Yrurtía a esa altura es muy transitada porque es la primera cuadra, en una perpendicular a la ruta del golf de Bella Vista. Hay muchos kioscos, que en una noche festiva habilitaban mucho movimiento. La fiscal no pudo conseguir un solo testigo fuera de la familia Recalde-Espósito, que declarase que Higui había matado a un hombre en la calle a la vista de todos.

En la última audiencia, durante su extensa declaración, los jueces del Tribunal le preguntaron a Higui por qué pensaba que el cuerpo de Cristian Espósito quedó en la calle. “Creo que al pibe lo sacaron de esa situación. Pasó donde le dije, adentro, y estoy re segura. Ellos no me arrastraron, si no hubiera sentido que me arrastraban. Recuerdo que el tejido del pasillo estaba en mi cara. Lo sacaron a la calle porque no querían tener problemas”, respondió Higui.

Foto: Télam.

El juicio comenzó el martes 15 pasado en el Palacio de Tribunales de San Martín. Duró tres días. Higui debió soportar los intentos de la fiscal Liliana Tricarico para desestabilizarla emocionalmente y que no declare. La fiscal sabía que tenía un caso armado con mentiras que ni un niño de 8 que entrena artes marciales podría creer. Su único testigo presencial dijo que Higui le pasó el cuchillo por sobre el hombro y le clavó dos puntazos mortales a su amigo Cristian Espósito. Y que amigo Cristian reaccionó y le pegó un gancho de derecha a la mandíbula a Higui. La médica autopsiante Alejandra Sartor declaró que se trató una única puñalada recta que ingresó apenas tres centímetros y dio justo en el miocardio. Y que un hombre con semejante herida es incapaz de realizar cualquier actividad porque entra de inmediato en shock hipovolémico.

La fiscal Liliana Tricarico, más allá de haber presentado un único testigo que relató que Higui puede realizar el prodigio de estirar su brazo derecho a una distancia de casi el triple de su alcance de brazos, y doblarlo sinuosamente hacia abajo para acertar dos veces al corazón de Cristian Espósito, advirtió que su caso se hundía irremediablemente si declaraba Higui. Para derrumbar emocionalmente a Higui pidió que en la última audiencia declare la policía que la llevó detenida y la hizo relatar con todos los detalles las condiciones de higiene y el grado de embriaguez en que se encontraba Higui cuando la subió al patrullero. Cualquiera se sentiría avergonzado si se expusieran sus debilidades fisiológicas ante todo el público. Imagínese si la persona expuesta es una lesbiana masculina, de condición humilde y con estrés postraumático por el intento de violación grupal y la golpiza a patadas que casi le cuesta la vida. Y no solamente eso, Liliana Tricarico intencionalmente se paró casi junto a Higui y levantó con sus manos sin guantes el pantalón de Boca que Higui llevaba aquella noche, y que sacó del revoltijo de una bolsa celeste de residuos donde estaba guardada -toda mezclada y medio envuelta con papeles-, cada ropa de la imputada, que en realidad era la víctima de un ataque sexual brutal y no la victimaria. 

Higui se quebró en llanto cuando la psicóloga Claudia Echeverría, que le realizó la pericia oficial, dijo “ella no miente”. En realidad no fue la exposición de la psicóloga lo que la desestabilizó. Fueron la exposición de la policía y la exhibición del pantalón que la fiscal preparó para que Higui no declare. Podría pensarse que no fue intencional. Pero la fiscal Tricarico no tuvo mejor idea que acercarse a la abogada defensora Gabriela Conder, para pedirle que “no revictimice a su defendida” (haciéndola declarar). “Chiqui” Conder le respondió: “La que victimiza a mi defendida es usted”.

Con la presencia de la psicóloga Raquel Disenfeld en la sala, Higui pudo declarar y explicarles a los jueces, mientras sostenía su pelota de fútbol, como al menos cuatro hombres la rodearon por la espalda y la tiraron al piso contra el alambrado del pasillo de la vivienda de la calle Yrurtía, la molieron a patadas en todo el cuerpo, especialmente en la cabeza, y le tiraron del pantalón “mientras decían de hacerme algo con un palo”.

“No me siento incómoda con ustedes (se refiere Higui a los jueces del Tribunal). Porque ustedes no me hicieron nada. Les explicó cómo fue: patadas patadas patadas, manotazo, agarre de pantalón, yo saqué (el cuchillo) para hacer hacer así para alejarlos (muestra tres barridas hacia un lado y hacia el otro con el cuchillo). Sentí muchos golpes y quería salir de esa situación. Yo estaba en (el Destacamento) de San Martín cuando me enteré de que el pibito murió. Ahí empecé a contar. Nosotras no hablamos con la policía porque siempre sufrimos violencia mi hermana travesti y yo. En la comisaría me decían ‘¿quién te va a querer violar a vos, gorda?’. Los policías iban y me pateaban las rejas. Me trajeron un papel para que firme. Es mentira que me cuidaban”.

Los jueces Julián Descalzo, Gustavo Alfredo Varvello y Germán Adolfo Saint Martin (Tribunal Oral en lo Criminal Nº 7 de San Martín) escucharon el testimonio de Higui y la absolvieron. Se terminaron los tiempos de la Inquisición. Ahora falta que expulsen del Poder Judicial a los fiscales que actuaron como los “perros de Dios” del siglo XX. “Perros de Dios” era el apodo con el que se conocía a los inquisidores dominicos dentro de la Iglesia católica. Y también sería necesario que los calabozos bonaerenses dejaran de parecerse a las mazmorras de la Inquisición.

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