¿Por qué debemos seguir hablando de salud mental con perspectiva de género a dos años de comenzada la pandemia? La pregunta o su respuesta, el esbozo de esta, está marcada por una infinidad de posibilidades, determinada por su inexactitud. Como una bola de papel que se arruga y vuelve a alisarse.
Más allá de los números y las estadísticas, volver, revolver o nunca descansar de hablar de salud mental desde una perspectiva de género -mientras seguimos teniendo ataques de pánico, chuchos de ansiedad y espaldas fatigadas-, es la posibilidad de recordar que las cuestiones subjetivas impactan de otra manera cuando se transita el mundo como mujer o disidencia.
Volver a hablar de salud mental con perspectiva de género en un mundo donde la pobreza continúa feminizada y la locura sigue siendo una manera de jerarquizar ciertas voces sobre otras, es ideológicamente necesario y subjetivamente imprescindible.
Ya sea como una manera de aclarar que son siglos de cavar la zanja del estigma, ya sea como manera de reivindicar el margen, seguir hablando de salud mental con perspectiva de género, recolectar voces, reproducir escuchas, sonorizar ecos, rodar la palabra para no caer en monosilábicos idiosincráticos es una elección y una postura ética. Una manera de reivindicarse frágil en un capitalismo aguerrido y averiade en un sistema corrosivamente rabioso.
La bola de papel puede volver a arrugarse y volverse a alisar al infinito. Tal vez escribir siempre sea la posibilidad de naufragar en el intento. Escribir es siempre la posibilidad de hacer del mundo algo no menor.
