Guillermo Saccomanno: “La cultura es un campo de batalla”

📚 Después de su discurso en la apertura de la Feria del Libro, Saccomanno reflexiona sobre el vínculo entre literatura y política y reivindica al escritor como un trabajador.

Guillermo Saccomanno hoy es el rock star de la literatura argentina. De jeans, camisa leñadora y saco, el escritor argentino sacudió redes y estructuras, generó apoyos y ataques casi en igual proporción, al leer un discurso bomba desde el escenario, el jueves 28 de abril, en la inauguración de la 46° Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, en el predio ferial de la Rural de Palermo. Los aplausos interrumpían, a cada rato, su lectura. 

Saccomanno nació 73 años antes de ese discurso, en Mataderos, Ciudad de Buenos Aires, en 1948. Publicó, entre otros libros, el volumen Bajo bandera y la trilogía sobre la violencia compuesta por La lengua del malónEl amor argentino y 77. Con su novela El oficinista (2010) obtuvo el Premio Biblioteca Breve Seix Barral. Su crónica Un maestro (2011) recibió el Premio Rodolfo Walsh. La novela Cámara Gesell (2012) fue premiada con el Dashiell Hammett. Su título más reciente es El sufrimiento de los seres comunes (2019), y en colaboración con Fernanda García Lao, publicó Amor invertido (2015) y Los que vienen de la noche (2018). Recibió el Konex de Platino como el mejor novelista del período 2008-2011. Sus relatos fueron traducidos a varios idiomas. Es colaborador de Página/12.

En esta entrevista para El Grito del Sur habla de los efectos de sus palabras, de por qué defiende con fuerza la idea de escritor como trabajador, de cómo extraña a su colega y amigo Juan Forn, de la escritura a cuatro manos, de su vida en Villa Gesell desde hace treinta años, y cuenta qué está escribiendo (o corrigiendo) hoy. 

La escritora y editora de Planeta, Paula Pérez Alonso, habló de «discurso lanzallamas» al referirse a tu texto en la inauguración de la Feria del Libro. Quedó clara la dirección del fuego. ¿Qué efectos ves que produjo y cómo te afectaron?

Imaginaba que se produciría algún alboroto, pero no tanto. Creo que el escándalo mediático se debió a que en lugar de hablar de cuestiones formales – la belleza, el estilo, la lectura, etc. – me referí a la materialidad del libro y los entresijos de su producción, incluyendo la situación de los escritores, que son el motor esencial de esta industria. Desde la derecha recibí críticas previsibles, se me acusó de marcar la grieta, de setentista, etcétera. Pero nadie hasta ahora me pudo refutar los datos que ofrecí con respecto a la crisis del papel, la herencia de la dictadura, sus efectos, y además cómo inciden  en la enseñanza de la lectura y la situación del escritor. Es evidente que lo que más molesta – como en toda denuncia – son las pruebas.  A un tiempo – y no es casual – muy superior fue la adhesión de lectores y colegas. Eso estuvo y está a la vista en las redes, me dicen. Porque no tengo ni Facebook ni Instagram. También ha sido importante el apoyo de los docentes que hacen circular el texto. 

En una entrevista reciente, dijiste algo interesante, pero por la negativa: «La literatura no es apolítica». ¿En qué sentido la literatura es política según tu concepción?

La escritura, como dije en el texto, no es ajena a las tensiones de lo real. Y en esa relación con lo real es donde se plantea lo político. Desde un haikú hasta un poema de amor están contaminados, se lo quiera o no, por una ideología autoral y por el contexto que determina la escritura. En este sentido, la cultura es un campo de batalla. Y la teoría literaria es teoría política.

En el discurso contraargumentaste ante el concepto del prestigio como moneda de cambio: “Me imaginé en el supermercado tratando de convencer al chino de que iba a pagarle con prestigio”. A veces el canje es por una supuesta publicidad de la obra o del autor. ¿Lo que se ofrece a escritores resulta un trueque, una forma de comercio precapitalista?

Mi planteo fue claro. No hay afuera de la cultura de la plusvalía. Escribir es trabajo. Y como tal debe ser considerado. Si luego la editorial lo publicita y esto estimula la venta, bienvenida sea. Pero que quede claro, si la editorial te hace publicidad es para facturar más y no tiene nada que ver con la calidad de un libro. Por lo general los avisos publicitarios de libros corresponden a autores best sellers, que tienen ya la venta asegurada y con el aviso habrán de reforzarla. Así como no conviene creerse la idea de prestigio, tampoco la de creerse que es medida de la propia obra. 

Leíste los discursos de inauguración de autores en años anteriores. ¿La postura de Claudia Piñeiro en la última Feria presencial pre pandemia en defensa de docentes, podría considerarse un antecedente, o un empujón? 

Todos los discursos anteriores, con mayor o menor intensidad, fueron políticos, no hubo ninguno que no lo fuera, cada uno recurriendo a una ideología personal de la cultura. Los hubo, por citar sólo dos ejemplos inteligentes como el de (Ricardo) Piglia y también valientes como el de Piñeiro. En lo que a mí respecta, aprovechar el envión que me dieron los anteriores y entonces puse el acento en la materialidad del libro, la cuestión del dinero. 

El diario La Nación publicó el monto cobrado: 250.000, quería chequear si está bien. Entiendo que en caso de que no te pagaran, ibas a declinar la propuesta. Y pensaba en David Viñas rechazando la beca Fullbright o en algunos intelectuales que no quisieron viajar a Cuba porque iba a estar Neruda en los 60s. ¿Se te ocurrió decir no antes de pedir que te pagaran o tenías muy clara la importancia de sentar un precedente, ese gesto político?

Desde La Nación me preguntaron cuánto había cobrado. Y lo dije. 250.000 pesos más retenciones. No entiendo cuál es el problema. Aprendí de Andrés Rivera a declarar cuánto uno percibe por su trabajo. No se trata sólo de honestidad. Se trata de una posición política. 

Sin embargo, en 2019, en una contratapa en Página/12, escribiste que no te convencía el subtítulo del libro Andrés Rivera, obrero de la literatura, de Martín Latorraca y Juan Ignacio Orúe, porque te resultaba demagógico. Ahí defendías la idea del escritor artista. Esta vez fuiste con fuerza a defender el concepto de escritor trabajador. ¿Algo cambió estos años? ¿O la línea es la misma y no encontrás contradicción en los dos planteos?

El escritor es un trabajador intelectual pero no un proletario. Lo sigo sosteniendo. Por lo general pertenece a la clase media. Casi siempre vive modestamente y sus recursos son limitados, alcanzan a veces para llegar a fin de mes. Pero estos recursos provienen no precisamente de sus libros sino de otros trabajos: coordinar un taller, escribir en un diario, ser redactor en publicidad, etc. Lo que me importa defender es la noción de trabajo. 

En el discurso mencionaste a Juan Forn. ¿Hay algo que quieras transmitir sobre el hecho de que ya no esté más?

Juan fue mi editor, mi lector y también un ejemplo de obsesión en la escritura. Su obra lo prueba. Además era un amigo central en mi vida cotidiana en Gesell. A pesar de su ausencia lo siento cerca. Cuando leo, cuando escribo creo escuchar su voz. Teníamos un diálogo constante, un ida y vuelta de lecturas. En la biblioteca encuentro libros subrayados por él y me detengo. Y si voy a su biblioteca, la escena se repite simétrica. No hay día que no lo recuerde, que el extrañar duela.

Vivir en Villa Gesell te permitió escribir un libro premiado como Cámara Gesell, y suena a paraíso para un escritor. ¿Es así? ¿Se produce mejor en un contexto más aislado? 

Hace más de treinta años que me afinqué en Gesell. La soledad y el contacto con la naturaleza, el mar, me permitieron una concentración intensa en la escritura. Pero de ahí a pensar que la Villa es un paraíso es una ilusión del alienado sujeto urbano. Lo narré en esa novela. Las tensiones sociales se respiran en todas partes. Y aunque pueda estar escribiendo un artículo sobre el fulgor poético y/o la búsqueda de belleza, lo que escribo siempre está afectado por las contradicciones de lo real, la incidencia del afuera en el adentro. A ver cómo lo explico, de modo zen: la relación entre el uno y el todo. Y viceversa.

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Escribiste dos libros a cuatro manos con Fernanda García Lao. ¿Fue una experiencia enriquecedora? ¿Reincidirías?

Antes de escribir a medias con Lao, lo había hecho hace cuarenta años con Carlos Trillo. Escribíamos tanto guiones como novelas policiales con seudónimo. La escritura a cuatro manos tiene la virtud de que uno se desprende del ego. La experiencia con Lao fue intensa porque éramos pareja, y además de las coincidencias en pensar la literatura como una estrategia de incomodar, había algo del orden del conocimiento recíproco, y por supuesto, una investigación de otro siempre en tránsito. 

¿Estás escribiendo algo ahora? ¿Se puede contar?

Estoy escribiendo cuentos y artículos de contratapa en Página/12. Con respecto a lo nuevo, no me animo a contar porque, en esta situación, uno no sabe si seguirá en lo mismo o mañana se desistirá y pasará a otra cosa. Beckett: “Fracasa otra vez, fracasa mejor”. En este momento sigo revisando el libro de relatos breves Esperar una ola, que aparecerá en septiembre. Y todavía, aunque ya lo entregué a Planeta, sigo corrigiendo. Nunca se termina de corregir. Es la parte más fascinante de este oficio. 

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