Los otros ídolos

⚽️ Si la historia la escriben los referentes del éxito y la victoria, quiere decir que hay otros ídolos. El caso de Garrafa Sánchez, Darío Dubois, Estefanía Banini, Daniel Bazán Vera y otros.

Eduardo Galeano indicó en la página 5 de su biblia futbolera (El fútbol a sol y a sombra) que el ídolo tenía un vínculo con la deidad. “Y un buen día la diosa del viento besa el pie del hombre, el maltratado, el despreciado pie y de ese beso sale el ídolo del fútbol”. La idolatría tiene algo de sobrenatural, aunque lo sobrenatural sólo se cita cuando algo no se puede explicar. Entonces, un ídolo es ídolo por algo que no se puede explicar. 

Roberto Fontanarrosa, el “Negro”, nunca desmintió a Galeano (no tenía por qué hacerlo) pero eligió otro ángulo en el famoso cuento “Lo que se dice un ídolo”. “Pero no podés ser ídolo si sos demasiado perfecto, viejo. Si no tenés ninguna fulería, si no te han cazado en ningún renuncio… ¿Cómo mierda la gente se va a sentir identificada con vos?”. La idolatría tiene que tener, obligadamente, puntos de conexión con el cotidiano, con la gente de a pie, con el tablón de la popular. 

Osvaldo Soriano se emocionó cuando su ídolo José Sanfilippo tuvo un acto que no por simpleza perdió brillantez y recreó uno de los mejores goles de su vida en las góndolas del supermercado que construyeron donde antes estaba el Viejo Gasómetro de San Lorenzo, en el barrio de Boedo. Los ídolos crean, entonces, felicidad. Aunque también, mal interpretados, pueden ser productores de melancolía y anhelo a un pasado tan icónico como irrepetible. 

Otro Eduardo, Sacheri, se convenció de este lado del Río de la Plata de que la mejor ilustración de su ídolo Ricardo Bochini no era ni levantando trofeos ni gambeteando rivales que quedaban perplejos ante su talento. Lo que más lo deslumbró fue una foto en la que el talentoso enganche está solo, parado en una cancha vacía. Dijo el escritor que esa imagen era un anhelo suyo porque, en ella, “todo está por suceder”. El ídolo construye, como casi nadie, ilusión y es generador de historias que se consagran un día pero que duran para siempre. 

El fútbol y el deporte están atravesados por la lógica del negocio. Nos acostumbran a íconos adentrados en la mercantilización: cuerpos esbeltos orientados por parámetros lejanos a la media, mansiones, familias tipo cuya felicidad es asegurada a través de publicaciones en redes sociales, automóviles convertibles, publicidades significativas, conflictos enredados y arrogancia permanente.  

Esa construcción coloca a las personas en un campo en el que el éxito es obligatorio. Si no ganás, no podés ser ídolo. Le habría ocurrido a Maradona si Burruchaga no hubiera convertido en la final contra Alemania en 1986. Le ocurrió, durante años, a nuestro gran Lionel Messi. 

Si la historia la escriben preponderantemente los referentes del éxito y la victoria, quiere decir que hay otros ídolos. Esto no implica de manera directa un desprecio a los constructores de hazañas de Copas del Mundo, Libertadores o “Champions League”. Al contrario, los potencia: hacen que su deporte sea grande en cada rincón de cada lugar. 

Los ídolos de atrás

¿Cómo no va a ser ídolo José Luis “Garrafa” Sánchez, por ejemplo? Pie fino y elegante, andar matancero y popular. Ícono de Laferrere, no habrá jugado nunca en el Santiago Bernabéu de Madrid pero ejecutó grandes hazañas. Que le pregunten sino a los hinchas de El Porvenir, que encontraron su ascenso a la B Nacional en una tarde de invierno de 1998. Antes de jugar la final, obligó a un compañero suyo a frenar el auto. Volvió con dos chorizos a la pomarola. “No voy a comer eso antes de jugar”, dijo su acompañante. “¿Quién te dijo que uno es para vos?”, respondió él, con sagacidad. Alguna vez lideró la orquesta de Banfield. En un amistoso, dicen las voces que saben de leyendas, bailó a la Selección Argentina de Daniel Passarella que se preparaba para ir al Mundial de Francia. “No lo podían agarrar”.

Darío Dubois salía a jugar con Midland con la cara pintada de blanco. La mayoría pensó que era por un fanatismo hacia Kiss, aunque en realidad su espíritu metalero lo llevaba a reivindicar la banda noruega Dimmu Borgir. Cada vez que podía peleaba por mejores condiciones laborales para los jugadores de las categorías más bajas. La D y la C. Reivindicaba, como tantos otros, al Che Guevara. 

Abel Soriano es conocido, en parte, por ser hermano gemelo de Andrés. A éste último le ocurre algo similar con su par Abel. Ambos quedaron en la retina de cada hincha de Atlanta que vio el ascenso al Nacional B en la temporada 2010/2011. También porque Carlos Roldán, entre otras cosas, los puso como dupla delantera el día que el club de Villa Crespo venció 1 a 0 a River en cancha de Vélez. 

Si alguien sabe de ascensos es Mariano Campodónico, que nada tiene que ver con Atlanta. El “hombre de los cuatro ascensos” parecía tener una fascinación por ese fútbol que juega por subir. Ayudaba a equipos a llegar a Primera División para luego bajar y ayudar a otros. San Martín de Tucumán (2008), All Boys (2010), Belgrano (2011 y 2006) lo necesitaron para alcanzar el cielo.

Macarena Sánchez fue consagrada en 2019 con justicia y poesía como “la primera ídola”. Megan Rapinoe se transformó hace rato en leyenda. Estefanía Banini, Yamila Rodríguez, Carolina Birizamberri y miles que sueñan a base de pases y goles se transforman, este día y cada día, en íconos.  

Daniel Bazán Vera es una especie de Zlatan Ibrahimovic de Isidro Casanova para los hinchas de Almirante Brown. Otro Daniel, Vega, definía con la camiseta de Platense con la precisión con la que los de su oficio (contadores) hacen números. Vale lo mismo para Wilson Severino con la camiseta de Atlas de General Rodríguez, o para Luis Miguel “Pulga” Rodríguez en tierras tucumanas, aunque su legado llegó a cada club en el que estuvo. Juan Jones jugó hasta llegar al medio siglo en la Liga de fútbol de Concordia (Entre Ríos) y fue ovacionado.

Faltan un montón. Seguramente cualquier rótulo contundente puede incluso ser injusto e incompleto. Pero hay miles de almas que hicieron jugadas con las que todavía soñamos, que construyeron ilusiones que se volvieron sonrisas o llantos, que generaban la expectativa de lo que estaba por venir y que tenían o tienen algún vínculo cercano con cada uno de nosotros. 

En esa esquina o en esa otra puede haber un ídolo presente y futuro. Eso no quiere decir que sea fácil convertirse en uno, sino que ellos pueden salir de cualquier lado. 

A veces ni los vemos. Pero están. Siempre.

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