«No tengo tiempo»: teatro sobre la infertilidad y el envejecimiento femenino

🤰 “No tengo tiempo” es una obra de teatro que analiza el paso del tiempo, las mujeres burguesas, el envejecimiento femenino y la pérdida del esplendor de la juventud. El Grito del Sur habló con la socióloga María Pía López, quien escribió la novela que dio origen al espectáculo.

“No hay futuro o el futuro llegó y nos cagó”, ironizan dos espadachinas íntegramente vestidas de blanco sobre el escenario mientras desenvuelven una coreografía con filos que chocan entre sí. Durante la obra de teatro, todo estará al borde de lo incorrecto.

“No tengo tiempo” está basada en la novela homónima de María Pía López, dirigida por Cintia Miraglia y adaptada por ambas junto a la actriz Carolina Guevara. La misma habla sobre el paso del tiempo, las mujeres burguesas, el envejecimiento femenino y la pérdida del esplendor de la juventud.

Mientras se preguntan si el tiempo es tirano u oro, el espectáculo aborda los mandatos de la maternidad, la pérdida de fertilidad, el deseo de reproducirse en pos de la realización económica y profesional y otros temas que aún son tabú para gran parte de la sociedad. 

Con localidades agotadas desde que empezaron las funciones, a comienzos de mayo, la obra puesta en el teatro El Extranjero cuestiona la moral de la clase media, la infertilidad, el instinto maternal y la necesidad de guardar las apariencias. La cercanía de la muerte como aviso constante de nuestra posible desaparición estará latente a lo largo del espectáculo. La voz de una experiencia individual se convierte en una narración colectiva que engloba lo que le pasa a muchas personas gestantes.

“Mujeres que se desvelan por ese paso cotidiano y existencial, por el cuerpo que envejece, los años que pasan, los hijos que no llegan. ¿Cómo se conjura el paso del tiempo?”, se pregunta la crítica. 

Para seguir indagando al respecto, El Grito del Sur habló con María Pía López -socióloga, Doctora en Literatura y docente- sobre la adaptación de su obra y cómo es ser mujer después de los 40.

¿Cómo se te ocurrió escribir sobre ser mujer después de los 40?

La novela es casi autobiográfica. Comencé a escribirla a los 39 años y empezó como un juego con las distintas dimensiones del paso del tiempo. En la novela está más presente la cuestión del miedo a la enfermedad y la presencia de la posibilidad de la muerte. Cuando iba escribiendo empezó a aparecer con más énfasis el tema que después va a ser el central en la obra de teatro, que es la cuestión de ser madre después de los 40 y la pérdida de la fertilidad. 

¿Cómo fue hacer la adaptación? 

En principio, la adaptación fue un trabajo conjunto con Cintia Miraglia y con Carolina Guevara, donde lo que hicimos fue leer la novela e ir tachando lo que no iba en el texto, las partes que están quedaron tal como eran. Sobre esa base, ellas empezaron un proceso de adaptación al teatro. Ahí hay un salto enorme entre lo que pensás que funciona en la letra y lo que resuena o no en los cuerpos, en el cual fui casi una espectadora. Después está lo que sale en los ensayos, que es propio del trabajo de las compañeras.

¿Por qué la puesta es un combate de esgrima? 

Eso fue una decisión de la directora. A mi me parece que es muy interesante el esgrima porque es una situación de duelo y, al mismo tiempo, coreográfica. Por momentos parece que los personajes son dos amigas que se juntaron a practicar y por otros parece que es una misma persona desdoblada que está jugando con su conciencia. En ese sentido, la esgrima tiene que ver con los momentos en que uno habla consigo mismo y tiene contradicciones, representa todas estas instancias duelísticas que se puede tener con una misma o con la otra.

¿Por qué creés que cuesta tanto que se hable de cómo cambia la sexualidad femenina cuando se acerca la menopausia?

Yo creo que lo que cuesta hablar, y en los últimos años los feminismos hemos logrado tratar de una forma mucho más vital, es del cuerpo ligado no a la plenitud, a sus caídas, a sus ausencias, a su vejez. A veces todavía nos resulta más fácil hablarlo como militantes, pero la manera en la que transitamos nuestra experiencia personal sigue estando poblada de esas exigencias de un cuerpo siempre sano, siempre dispuesto y siempre gozoso. La obra habla del cuerpo a los 40, antes de la menopausia, pero gira en torno a la infertilidad y ahí se abren otros problemas que tienen que ver con la pérdida del deseo con el amenguamiento del régimen hormonal.

La novela tiene más de 10 años. ¿Creés que cambió la situación social al respecto de la maternidad obligatoria? ¿Cómo sigue pesando ese tabú?

Yo creo que ha cambiado muchísimo. Socialmente, desde que escribí la novela hasta ahora, se sancionó la ley de Fertilización Asistida y estuvo el debate y la posterior ley de aborto. Hablo de ambas normas juntas porque las dos vienen a plantear la maternidad como algo deseado y no del orden del hacer biológico. Sin embargo, hay algo que sabemos después de tanto psicoanálisis y es que el deseo no deja de estar habitado por mandatos y por coerciones. Muchas veces, eso que llamamos deseo está regulado por maneras de entender las trayectorias de vida y aún cuesta mucho deslindar la realización personal de la experiencia de la maternidad. 

En la obra aparece la situación de las mujeres que prefieren la realización laboral o económica por sobre la maternidad. ¿Creés que hay un prejuicio ahí que el feminismo no pudo desarmar?

Creo que vivimos en una sociedad que tiene la desigualdad de género muy marcada. Esto es claro en el tiempo que las mujeres y personas gestantes deben pasar lejos de su desarrollo laboral para ser madres. Eso sucede en el sistema científico técnico, en la universidad y en muchos ámbitos más donde las mujeres que se dedican a maternar relegan su desempeño laboral. Hoy la maternidad, los cuidados y la crianza siguen siendo un problema para las mujeres en sus otros planos de vida.

En la obra hablás de la inseminación artificial. ¿Qué pasa con eso? 

Entre la escritura de la novela hasta ahora, estuvo el reconocimiento de todos estos tratamientos por la ley pero también aparecieron otras cosas como la apertura de la subrogación de vientres, un tema que no se trata en la obra, que hoy es un modo de resolución de la maternidad bastante más extendido. Lo pongo como ejemplo para pensar cuántas cuestiones exigen una nueva discusión ético política respecto a qué es la filiación, cómo se considera una experiencia de adopción. En muchos casos estas fórmulas tienen algo mercantil y algo del orden de la propiedad. Esa es la discusión que queríamos plantear en la obra, la noción de un hijito para mí misma que puedo comprar cuando yo quiera. 

También abordás la adopción ilegal…

Ahí hay un problema que tiene que ver con el borramiento de la identidad. Son discusiones ético políticas muy profundas que chocan con todo lo que hemos acumulado de la experiencia de la apropiación de hijes de desaparecides durante la última dictadura y el trabajo que hicieron los organismos de Derechos Humanos. En el caso de las adopciones ilegales hay un borramiento del origen que nos pone en un problema de responsabilidad, de cómo se funda lo común en base a una distorsión que implica una apropiación.

Todo el tiempo está la inminencia del paso del tiempo como cercanía con la muerte. ¿Sentís que eso está más presente en tu vida conforme pasan los años?

Creo que fue tomando otras tonalidades, que fui pensando de manera menos lineal la cuestión de la muerte. También se trata de ir pensando otros modos de ligarnos a ese proceso por el cual envejecemos y morimos, que tiene que ver con formas más descentradas. Coexistimos en tramas donde circulan afectos y vidas que nacen y mueren. Creo que hay que tratar de desdramatizar la situación y para eso también sirve charlarlo con nuestros muertos.

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Dalia Cybel

Historiadora del arte y periodista feminista. Fanática de los libros y la siesta. En Instagram es @orquidiarios