Día de la Amistad: esas conexiones profundas que no se explican

🙃 Lenù y Lila. Lila y Lenù. Un relato que retrata la complejidad y la ambivalencia de los vínculos de amistad, sus vaivenes, sus sostenes y la importancia de hablar de y con amigues. Una trilogía de libros que nos hacen sentido para este 20 de julio.

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El primer año de la pandemia, Elena Ferrante apareció entre les autores de los libros más leídos. De boca en boca, en el encierro y después de eso, la trilogía de Mi amiga perfecta, Mi amiga brillante o La amiga estupenda (tiene diferentes traducciones) era recomendado en terapias, talleres de lectura, amigues que nos prestábamos libros o bibliotecas ambulantes. 

Lo que pasa es que Lenù y Lila somos todes, y todes a la vez. O intercaladamente, cada una de las dos nos pega donde más nos duele y nos abraza donde más lo necesitamos. Una amistad que las mantiene unidas con los vaivenes de la vida es narrada desde la perspectiva de Lenù, en una tríada de libros que arranca en el 2011 y que tuvo su versión en una serie televisiva, que también vale la pena ver.


Hoy, 20 de julio, celebramos la amistad y, más allá del día, es de las cosas más valoradas en la vida: “Mis amigues son mi casa”, “son mi familia elegida” y un largo etcétera que nos hace vivir mejores. Pero sucede que también hay duelos, rupturas en la amistad y para eso no tenemos protocolos ni lo hablamos mucho. Cambiamos, mutamos de pieles y, por lo tanto, muchas veces, de amigues. O simplemente los vínculos habitan polaridades o desencuentros. 


En una sobremesa y hablando sobre la amistad, Marina Tomasini, psicóloga e investigadora de la UNC, menciona esta nota de Página/12, en la cual se piensa sobre las jerarquías sociales en los vínculos, con la familia en la cúspide, pero que profundiza sobre la falta de relevancia que se le da a las rupturas en la amistad, que muchas veces duelen más que los romances, “sobre todo en este tiempo de precariedad e intemperie social”. 

Para ella, el libro La amiga estupenda es una gran síntesis: “Relata la construcción y el devenir de una amistad entre la niñez y la adolescencia, y, al mismo tiempo, es mucho más que eso. Habla de los anhelos, de los temores, de los amores y los desamores, de las tensas redes de interdependencia vecinal, de los vínculos intergeneracionales, de las desigualdades sociales y de la toma de conciencia que hace una niña de esas desigualdades a medida que el mundo citadino se va ensanchando. Dos niñas que se van convirtiendo en adolescentes en un mundo patriarcal y un entorno machista, ante cuyas hostilidades su relación es un refugio. Es un libro también de la memoria biográfica y de cómo revisitamos la infancia. Y de muchas cosas más”, afirma la psicóloga.

Marina nos cuenta que leyó el libro en una circunstancia vital muy particular: a pocos días de la muerte de una amiga entrañable, su amiga de toda la vida, de su pueblo. “Aun desconociendo la trama, el título ya me hacía sentido, porque acababa de perder a mi amiga estupenda. Es muy difícil, entonces, disociar los comentarios y reflexiones sobre la lectura de esa resonancia afectiva. Esas dos niñas que van tejiendo una amistad en un barrio pobre napolitano me traían escenas de infancia a las que yo necesitaba volver para encontrar un ratito a ‘la Fer’. Por momentos me deslizaba entre esos alrededores del edificio donde se encontraban Lenù y Lila, y una calle de Sampacho en un día de lluvia –quizás en una siesta– donde, a pesar de toda prohibición adulta, caminábamos descalzas contra la corriente del agua que circulaba con fuerza por la banquina”. 

Ferrante retrata muy bien la complejidad y ambivalencia del vínculo de amistad. “Así como la maternidad está altamente idealizada y rodeada de tabúes, y algunas emociones que suscita poco ingresan en el discurso público, también lo está la amistad. Ciertas representaciones edulcoradas no dejan mucho espacio para reflexionar sobre algunas afectaciones que le son constitutivas”, explica la investigadora y agrega: “Esa amiga estupenda es para Lenù disfrute, deseo de compartir y contarle todo, o la espera ansiosa de verla asomarse por la puerta. También es enigma –y enigma de sí misma en ese vínculo con la otra-, es temor a contarlo todo y exponer la propia fragilidad, es miedo al abandono, es motivo de angustia porque la enfrenta a sus imposibilidades. Lila es, para Lenù, seductora, atractiva, atrapante y, al mismo tiempo –o por eso mismo-, fuente de sus inseguridades. Esa complejidad del vínculo está retratada con gran maestría”.

Coincidimos con Marina: el tejido de la relación no es lineal, hay intensidades variables, hay momentos de cercanías que hacen a Lenù pensar que la vida no se concibe sin la presencia de Lila, a los que siguen de momentos de distancia, de enfriamiento de esa relación otrora tan febril como los veranos compartidos. “Y acá un gran tema: el devenir de un vínculo de amistad con el paso del tiempo; una y otra van cambiando, en parte porque el crecimiento lleva a la acentuación de algunos rasgos de personalidad, pero también porque el mundo de posibilidades se presenta de manera diferente: una puede seguir estudiando -no sin la resistencia materna– y la otra se pone a trabajar en la zapatería con su papá y su hermano. Eso les abre mundos diferenciados. De modo que hay una tensión entre reconocerse y desconocerse; sobre todo, desconocerse a sí misma en ese vínculo: lo que puede ser y lo que no puede, lo que quiere y lo que no, lo que teme ser en esa relación a medida que ellas cambian”. 

Como dice Tomasini, el amor más pretendidamente puro, la ternura más noble, el cariño más sublime no anula esos sentimientos de extrañeza, esas ansiedades difusas –no siempre de tonalidad agradable– o esos temores profundos. “La lectura del libro me llevó a pensar en retrospectiva mis vínculos de amistad de larga data (Fer, Luis, desde sala de cinco; Caro, Javi, desde la adolescencia) y creo que, en buena medida, las relaciones que perduran dependen de cómo podemos sobrellevar la ambivalencia y el descentramiento: bancarse los silencios, las distancias, el no saber, el no sentirte incluida en el plan del otro; que te rompan el corazón (a veces, sin darse cuenta) o, como se dice en la jerga psicológica, bancarse que te des-invistan (un poco) afectivamente. Lo contrario sería fagocitarse”.

Pero la psicóloga aclara que también piensa que la pregunta acerca de qué nos mantiene unidas a alguien en el tiempo en un vínculo de amistad encuentra una respuesta opaca, que, a pesar de las diferencias, de los muy distintos caminos recorridos, de las transformaciones subjetivas, hay conexiones profundas que no siempre podemos explicar conscientemente. “Cada quien se narra su amistad y construye la historia de aquello que les une. Como leía hace bastante en Tomás Abraham: ‘Para que nazca y pueda existir en el tiempo una amistad duradera, deben pasar cosas misteriosas, aún para los mismos que la establecen. Entre estos misterios, contamos los fantasmas comunes. Una imagen arquetípica, un tipo de sensibilidad, una fobia compartida, una comprensión profunda respecto de ciertos miedos, una voluntad o alguna elección vital que se comparte, un dolor común, en todo caso nada que pueda verbalizarse totalmente’”.[1]

Tomasini encontró a Ferrante en proceso de duelo y le brindó un escenario externo donde proyectar sus escenas de amistad, esas con las que lucha por conservar frente a la memoria escurridiza, no sin una conciencia feroz de lo irremediable de la pérdida. Compartió con nosotres estas reflexiones como una manera de hablar del dolor, de la tristeza y de la intemperie en la que nos quedamos cuando una amiga se va. 

A Ferrante le creemos: nada es perfecto, las amistades tampoco y Mi amiga estupenda muestra esas imperfecciones. Hace humano y transparente, en un relato genuino, lo que todes hemos sentido alguna vez. ¿Quién no dueló una amistad? ¿Quién puede decir que no sintió, en estos años, que un gran tamiz pasó por nuestras vidas y nuestros vínculos? ¿Quién puede decir que es una amiga estupenda, brillante, perfecta? 

No sabemos. Creemos que nadie y que, al fin de cuentas, todavía nos cuesta mucho hablar de esto.

*Por Verónika Ferrucci y Soledad Sgarella para La tinta / Ilustración de portada: Agus Morón.

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