Hasta siempre Delia

👵 Luego de la muerte de Delia Giovanola, Ailín Bullentini escribe unas palabras sobre la trayectoria de la icónica Abuela de Plaza de Mayo.

La llegada de la muerte siempre duele, pero hay veces en las que no sorprende. No fue el caso de la de Delia Giovanola. Tenía 96 años esta abuela preciosa de humor ácido y algunos achaques que se le habían agolpado en el cuerpo en el último tiempo, pero nada de eso le había amainado el empuje infinito que fabricó para hacerle frente a las ausencias que poblaron su vida. Por eso, y porque hay un deseo profundo de que personas como Delia nunca se vayan, su muerte sorprendió a todes la mañana del lunes. Murió Delia, pero deja sus brazos en alto para siempre.

Así, manos al cielo y un sonrisa, celebró frente a decenas de micrófonos, grabadores y cámaras de fotos, rodeada de Abuelas y de nietes restituídes, que por fin aquel momento con el que tanto había soñado, que tanto había esperado, por el que tanto había luchado, estaba sucediendo: había encontrado a su nieto, Martín, nacido en un centro clandestino de detención durante la última dictadura, arrebatado de los brazos de su mamá Stella Maris Montesano, entregado a otra familia que lo crió como propio.

Los días de fines de 2015 fueron los del encuentro original entre ella y su nieto, a quien no conocía hasta el momento. Una patota de represores secuestró a Stella Maris, embarazada de 8 meses, y a Jorge Ogando, el único hijo de Delia, el 16 de octubre de 1976. Militaban en el PRT-ERP. Por el testimonio de quienes pudieron sobrevivir al infierno del genocidio de la última dictadura supo Delia, sabemos todes, que uno de los destinos de horror de la pareja fue el Pozo de Banfield. También supo, también sabemos, que allí, en la cocina de ese centro clandestino ubicado en el sur del Conurbano bonaerense, nació Martín.

Esa información llegó a sus oídos años después de que Delia se hubiera transformado. O, mejor dicho: que el secuestro y la desaparición de su hijo y su nuera la hubieran transformado. “Yo era una maestra de vida tranquila”, solía decir. Vivía en Villa Ballester junto a Pablo Califano, su segundo marido cuando sucedió el operativo en el que el joven matrimonio fue secuestrado. Junto a Pablo, Delia se hizo cargo de la crianza de Virginia, su nieta, la hija mayor de Jorge y Stella Maris, de tres años y medio. Y sola, comenzó a buscar a Jorge. Meses después se cruzó con “otras mujeres” que andaban en la misma: las Madres de Plaza de Mayo. Y en las rondas alrededor de la Pirámide de la Plaza supo que algunas de ellas, además de hijes desaparecides, tenían nietes que faltaban, pequeños o a punto de nacer. Así, junto a un puñado de ellas –12– forjaron Abuelas de Plaza de Mayo.

Delia volcó su vida entera a buscar a Martín y cada vez que pudo, definió esa lucha como “lo más difícil” que le tocó hacer. “Nadie sabe cómo buscar a un hijo o a un nieto”, insistía. La Abuela compartió la búsqueda junto a Virginia, para quien la ausencia de su hermano pesó demasiado. “Se amaban, se trataban con mucho amor y buscaron a Martín con el mismo amor, agotaban todas las posibilidades de encontrarlo, las que daba Abuelas de Plaza de Mayo y las que había afuera”, las recordó Alicia Perelló, quien durante muchos años estuvo a cargo de la Coordinación del área de Derechos Humanos del Banco Provincia en donde Virginia trabajaba en lugar de su padre, quien hasta ser detenido y desaparecido se había desempeñado en ese banco. Alicia fue muy amiga de Virginia y también de Delia, a quien acompañó en numerosos viajes, charlas, visitas. “Tuve el honor”, aclaró en una charla con El Grito del Sur.

“Fue una abuela todo terreno”, la definió Alicia, quien aseguró que “nunca dejaba de militar, no dejaba de ser Abuela de Plaza de Mayo en ningún momento, sin importar qué estuviera haciendo”, aportó y recordó que una vuelta, Delia había ido de viaje a Europa. El plan era pasear con unas sobrinas: “Terminó dando charlas en Madrid y Londres. No podía descansar, no podía darse ese lujo”.

Sin saber qué fue de su hijo y su nuera; aún sin tener ni el más mínimo dato de su nieto Martín, Delia debió afrontar una nueva pérdida: Virginia se suicidó en 2011 y su muerte “fue la ausencia que le costó demasiado a Delia”, sumó Alicia. Dos años después, se fue Pablo. “Ahí creí que bajaba los brazos, pero no. Se comprometió más aún, se paró con más fuerza y siguió”, recordó.

Así, con tantas faltas a cuestas, Delia recibió el hallazgo de Martín “como la felicidad más grande que la atravesó y, aún así, una felicidad incompleta” debido, sobre todo, a la falta de Virginia, sobre todo, contó Alicia. Conoció a su nieto y se convirtió en “una abuela babosa”, como definió esta abuela que parecía de estreno en el contexto de aquellos primeros días tras el encuentro. Y le puso la otra mejilla a la distancia con la que venía el combo del vínculo estrenado: Martín vivía full time en Estados Unidos –con los años comenzó a viajar bastante seguido a Buenos Aires– en donde tenía esposa, hijas y trabajo.

No obstante, la comunicación entre ellos fue fluida desde el principio. Es que Delia “se llevaba de lujo con las nuevas tecnologías, usaba redes, videollamadas, videoconferencias sin drama”, apuntó Alicia, una capacidad que le valió para continuar su militancia como referente de Abuelas de Plaza de Mayo durante el aislamiento por la pandemia de Coronavirus.

Delia tenía casi 90 años cuando conoció a Martín y acumulaba casi 40 de búsqueda y militancia. ¿Descansó a partir de entonces? Claro que no: “Sumó a Martín a las campañas de Abuelas, lo introdujo en el mundo de los derechos humanos”, de esa historia que es la suya, la del país, la de la región y que hasta que la conoció, le era ajena. Delia no descansó más, se mantuvo activa y en movimiento aún desde la virtualidad. “Este año no paró de dar charlas”, apuntaron desde Abuelas, en donde hasta le últime colaboradore la despidió con el corazón afligido y su sonrisa en la memoria. Delia fue velada esta tarde en la Municipalidad de San Martín y cremada en el cementerio local mañana por la mañana.

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