La censura peloTuda: Fontanarrosa tenía razón

🤌🏼 Sobre malas palabras, libros, autores, vocales y lenguas prohibidas. La censura a Hernán Casciari y Dolores Reyes.

A ver si entiendo: la lectura escandaliza, molesta, ofende. ¿No era que, según los padres, los chicos no leen y eso estaba mal? La historia es así: en San Juan, en junio, una madre se persigna porque ve a su hijo leyendo “malas palabras” en Internet. Es posible que haya reprendido al chico, que va al secundario, y le haya pedido que apague el dispositivo donde leía. Acto seguido, manda mensaje al grupo de mapadres de WhatsApp. Las autoridades escolares reciben la queja: un profe de teatro les leyó a sus estudiantes el cuento “Canelones” de Hernán Casciari (escritor y editor, fundador de la editorial Orsai), en versión adaptada para su lectura en clase. Es tal el interés que el relato provoca en el chico que ya en casa, busca, encuentra y se pone a leer el cuento completo. La madre lo engancha justo cuando está en lo mejor y lee, horrorizada, las palabras culo, teta y poronga. Ese parece ser el problema: esas tres palabras que refieren a partes del cuerpo. ¿O el problema, lo raro, disruptivo, es este repentino y sospechoso placer de su hijo por la lectura?

La queja escala rápidamente y llega a la ministra de Educación provincial, quien está de acuerdo con que no se pueden leer malas palabras ni en clase ni en espacios privados, y como resultado de todo eso, paga el docente: se lo aparta preventivamente del cargo.

El autor del cuento luego dirá que todo surgió de una charla suya con ese profe de teatro, a quien le contó que “Canelones” está en proceso de adaptación audiovisual. De ahí el interés y todo lo demás.

Hernán Casciari, escritor y editor, fundador de la editorial Orsai.

Pasan unos días. Ya estamos en julio.

Dolores Reyes, autora de la exitosísima novela Cometierra (Sigilo), viaja en avión a Neuquén para hablar en colegios secundarios de esa historia protagonizada por una chica conurbana que ayuda a familiares a encontrar personas desaparecidas, porque tiene un don sobrenatural: con probar la tierra que estuvo en contacto con ese cuerpo, puede localizar a la persona viva o muerta. Cuando Dolores Reyes aterriza, empiezan a sonarle mensajes enloquecidos: parece que padres y madres aterrorizades encontraron malas palabras en su libro y quieren evitar que se lo lea en clase. La diferencia acá es que la que eleva el pedido es una concejala antiderechos; en cambio, la supervisora escolar banca el libro y a su autora. Las palabras son: pija, concha y culo. Otra vez, partes del cuerpo. Ah, además, y como si fuera poco, hay una escena erótica “fuerte”, dicen, se quejan, inadecuada para un contexto educativo y bla. “Porno”, suena por ahí. Fuerte, ¿no? Digo: en el país de los 30 mil desaparecidos, concentrarse en tres palabras y unos mimos encendidos para censurar un libro que se refiere al tema, y a su autora. 

Dolores Reyes dobla la apuesta: publica una nota donde cuenta que después de lo que pasó, otres docentes le escribieron para contarle experiencias similares, y las enumera. Y dice que el resultado de la prohibición es que los chicos van a pasarse el libro en el recreo. Obvio. El título de la nota es “Japi” y puede leerse aquí. En esta nota en Página 12 se cuentan los dos casos.

Dolores Reyes, autora de «Cometierra».

Yo digo: ¿cómo piensan esos padres/madres que sus hijes nombran esas partes del cuerpo? ¿No sabían esas palabras, no las usaban? ¿Dicen cola, pechos, pene, vulva? Y, esos padres/madres: ¿creen que les estudiantes del secundario no tienen sexo? ¿Se pueden prohibir libros en una democracia? ¿Se pueden prohibir los cuerpos? ¿No saben esos madres/padres que toda prohibición genera deseo, curiosidad, hambre?

¿O será que la reacción conservadora busca detener a toda costa el avance de les adolescentes inquietes, que quieren saber, conocer, morder la manzana de Eva, rica, ñam ñam?

Preguntas, miles.

Respuestas, hay. Pero primero.

¿Se acuerdan del discurso de Roberto Fontanarrosa en el Congreso de la Lengua en Rosario en 2004? Él se preguntaba si las malas palabras les pegaban a las buenas palabras. Dijo un montón de cosas muy ingeniosas que hicieron reír a los miembros de la Real Academia Española, la famosa RAE de la que tanto se habla últimamente. Entre los párrafos preferidos de ese discurso seleccioné este: “No es lo mismo decir que una persona es tonta o zonza que decir que es un pelotudo. Tonto puede incluso incluir un problema de disminución neurológica realmente agresivo. Y aparte hay una cosa, y a eso voy con lo de la contextura física: el secreto de la palabra pelotudo, ya universalizada, no sé si está en el Diccionario de dudas, me voy a fijar (…). Se puede hacer referencia lógicamente a algo que tiene pelotas, podría ser: un utilero de fútbol es un pelotudo porque traslada las… Pero digo, el secreto, la fuerza está en la letra “T”. Analicémoslo, anoten las maestras, está en la letra “T”. No es lo mismo decir zonzo que decir ‘pelotudo’”.

Roberto Fontanarrosa.

Su Majestad la RAE

Nada de esto es casual. Ya venimos de esas otras censuras a la lengua. Primero, la prohibición del gobierno porteño al uso de la e inclusiva en las escuelas, que tuvo a sus docentes sancionades (otra vez, liga quien enseña) y la contrapartida: una primera audiencia en la Justicia para frenar la medida, en la que la jueza usó lenguaje inclusivo. 

Entre los argumentos nada sólidos del decreto del Ministerio de Educación de CABA para censurar una vocal (¿¿¿se puede censurar una vocal???), se esgrimía como autoridad competente en la materia a la Real Academia Española (la RAE que se rio con Fontanarrosa; el Negro era capaz de derretir montañas, sin duda). Qué cosa: acaba de cumplirse un nuevo aniversario de la Independencia, que fue en 1816. La medida atrasa más de un siglo, sin duda. Refresco el tema aquí.

La escalada sigue, y con mayor gravedad: mientras Google acaba de incorporar un total de 132 lenguas indígenas a su traductor, entre ellas el quechua, el guaraní y el aymara, el oficialismo de Jujuy (UCR-PRO) decidió que el idioma válido para la educación en la provincia es el “correcto español”. El proyecto de Ley “Uso correcto del Idioma Español en las Escuelas” apela, en sus fundamentos, a la RAE como autoridad suprema. La medida recesiva, que apunta a prohibir la e inclusiva, es resistida por la Comisión Organizadora por la Marcha del Orgullo (COMO), colectivo integrado por organizaciones LGBTIQ+ y por el Consejo Nacional de Políticas Indígenas (CNPI), que advirtió que el proyecto, que solo admite el uso “exclusivo” del español, prohíbe la enseñanza de lenguas originarias en las escuelas. ¿No me creen? Miren, lean.

El control de la lengua implica también el control de los cuerpos individuales. Y por extensión, del cuerpo social, de los pueblos. De quienes venimos de los barcos y nos mestizamos y de quienes nacieron en estas tierras y resisten a pesar de todos los embates. Leer es pensar y no se puede obligar a nadie a pensar en “otro” idioma. Lo que se condena cuando se prohíbe leer o aprender una lengua, es restar una alternativa de comprensión del mundo. Ese otro gran cuerpo que habitamos.

De paso, la lengua también es una parte del cuerpo: sirve para hablar, pero también es un órgano de placer. Eso también escandaliza.

Todo cierra. Digo, la censura peloTuda, la prohibición, qué dañina puede ser. Una fuerza poderosa. Fontanarrosa tenía razón. Pero no nos desanimemos: sí hay con qué darle. Tenemos los libros, escritores, lectores. Los cuerpos, sus partes y sus enteros, sus modos de nombrarlos. Internet. La Tierra. Que no se apropien de la T. Es nuesTra.

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