Sara Gallardo, un bicho raro en su clase, una proletaria del periodismo

📚 La investigadora Lucía de Leone reunió y publicó la obra periodística e irreverente de la escritora Sara Gallardo en dos libros: "Macaneos" y "Los oficios". "Ella se ríe de todo eso desde la rebeldía y el yo hago lo que quiero en el periodismo", reflexionó.

Hay una Sara Gallardo periodista. Esa faceta es casi desconocida, aunque ejerció el oficio entre fines de la década de 1960 casi hasta su muerte, a fines de los ‘80. La obra de ficción de la autora de Enero (Buenos Aires 1931-1988) fue visibilizada en distintos momentos. Pero quedaba una zona casi ignota: la de las notas, columnas, entrevistas y crónicas, una producción que dio a conocer Lucía de Leone, doctora en Letras (UBA), docente e investigadora adjunta del CONICET. Fue un hallazgo que hizo cuando estudiaba la ficción de Sara Gallardo (de hecho, es coeditora del libro Escrito en el viento. Lecturas sobre Sara Gallardo), y que decidió reunir y publicar. De esa tarea nacieron dos libros: Macaneos, que reúne las columnas que Gallardo publicó en la revista Confirmado entre 1967 y 1972. Y Los oficios, donde compila las notas que escribía para La Nación, la revista Claudia y otros medios.

Audaz, irreverente, en sus notas Gallardo dice lo que piensa con gracia y con ironía y teje estrategias de escritura para ocultar entre los pliegues de las frases aquello que la época todavía no puede leer. Pero también es una escritura marcada por los tiempos.

«Cuando era cronista y trotaba por todas las veredas de la capital y suburbios, [la literatura y el periodismo] no eran tan compatibles. Pero esa experiencia me enseñó a no esperar la inspiración para escribir, sino a trabajar (…) todos los días y a desgano” (de Los oficios).

Lucía de Leone.

¿Cómo se te ocurrió rescatar la producción periodística de Sara Gallardo?

Yo hice mi tesis sobre Sara Gallardo cuando recién empezaba a visibilizarse su literatura, porque Leopoldo Brizuela había publicado la Narrativa Breve Completa, empezaron a hacerse algunas reediciones, entonces me planteé hacer mi tesis de doctorado sobre su producción. Empecé a trabajar en 2007 y la tesis la defendí en 2013. Pero a medida que iba leyendo su producción literaria me encontré con que ella había sido una gran periodista con textos que no se conocían. Hice un trabajo intenso de archivo, me fui armando un corpus que tuve que sistematizar. Y decidí publicar la mayoría de columnas con firma y foto que ella había publicado en la revista Confirmado. Tuve la suerte de hablar con la hija de Sara, Paula Pico Estrada, y cuando le conté del proyecto me propuso publicar el libro en su editorial, Winograd. Me tomé la tarea de inventarle un nuevo libro a Sara, Macaneos. Fue una forma de volver a pensar la cultura de los ‘60 y los ‘70 desde esas columnas, donde Sara se despachaba sobre todos los temas habidos y por haber con soltura, con ligereza, con gracia, con irreverencia, dando cuenta de una figuración pública muy distinta de la de la escritora, que era esta periodista que se ponía a hablar en una revista de influencia, por donde pasaban los principales temas culturales, y a la vez era de información política, para ejecutivos. Ella escribía una columna, que era como un aire femenino, donde aparecía con firma y foto, lo que la constituía en una suerte de periodista estrella, hablando de temas de la época, desde la píldora anticonceptiva hasta Vietnam, pasando por la minifalda, libros, lo que fuere. Todos los temas pasaban por ella y ella los escribía con su pluma literaria: en la periodista se veía la escritora y en la escritora, la periodista; y armó algo muy original para el momento; valía la pena ponerla a disposición del público. 

¿Cuáles fueron los momentos de visibilización y de olvido de su obra?

Ella empieza a publicar hacia fines de los ‘60, en una época en la que se reconoce una irrupción inédita de la escritura de mujeres: empiezan a publicar Beatriz Guido, Silvina Bullrich, Martha Lynch, Elvira Orphée. Y ella sale a escena con Enero, una novela corta sobre la violación de una peona de campo, una novela rural contada desde otra perspectiva en relación con esa otra tradición masculinista y virilizada del ruralismo. Y es muy bien aceptada, a tal punto de que recibe espaldarazos de María Elena Walsh en Sur y de María Rosa Oliver en La gaceta literaria. (La novela) Los galgos, los galgos fue reeditada varias veces el mismo año por Sudamericana. Ella gozó de una visibilidad, no al punto de las bestelleristas. Además, Sara Gallardo construye su figura en relación con el periodismo mientras que Beatriz Guido la construye en relación con el cine. O Silvina Bullrich con la profesionalización de la escritura. Pero hubo un olvido o un relegamiento muy sostenido en los años siguientes. Al punto en que, cuando se empiezan a extender las lecturas de género en la academia (fines de los ‘80, principios de los ‘90) se la relegó. Volvió a ser revalorizada de la mano de algunos escritores: la publicación de la Narrativa Breve Completa que Brizuela publicó en Emecé fue furor. Pero enseguida pasó a saldos. Son muy raros los mecanismos de visibilización y olvido. Luego llegará la reivindicación de Enero a partir de los feminismos, algo que Sara no se hubiera imaginado ni hubiera hecho adrede: ella no era una feminista de ley. Incluso tiene bastante reticencia a pensarse en esos términos, en ese binarismo varón-mujer. No cree en una escritura femenina. En ese momento en que se vuelve a rescatar su obra, tuve la suerte de publicar su obra periodística y se empezó a conocer otra participación suya en la arena pública.

Tapa de Los oficios, que compila la obra periodística de Gallardo en La Nación y revista Claudia, entre otros medios.

Escribe Gallardo:

“Masculino-femenino” (de Los oficios)

“Nunca me interesó la literatura llamada ‘femenina’, la mentalidad de harem, la visión del ojo de la cerradura. Cuando una mujer logra su estilo valedero es porque pulió su ultrapercepción femenina en formas de rigor viril. No machista, no obscenidades ni palabrotas (así imaginan lo viril las mentalidades de harem puestas a jugar al macho) sino depuradas hasta conseguir diamantes: Virginia Woolf, Clarice Lispector, los ensayos de Cristina Campo (acabo de traducir dos para la revista Escritura). En ese orden deberían reimprimirse los ensayos de Carmen Gándara. He procurado ser directa y vigorosa en la mayoría de estos cuentos.

“Para seguir hablando de ‘masculino-femenino’, puedo decir que jugué poco con muñecas, pasé la infancia soñando heroísmos, martirios y las grandes enamoradas. (La vida vista como bandera). Para compensar, probablemente, la felicidad grande vino de lo femenino: maternidades, amor. Por ejemplo, Enero salió cuando nacía mi primera hija, Delfina, y me pareció un hecho borroso junto al deslumbramiento de la maternidad.”

¿Cómo jugó la pertenencia de clase en su caso?

A ella la clase le jugó más en contra que a otras escritoras. Si a Victoria y Silvina Ocampo les sirvió para instalarse en la cultura, a Sara no tanto. Sara viene de familias fundadoras de la Nación: los Drago Mitre por un lado, los Gallardo por otro. Una familia conservadora, burguesa urbana, con pertenencia de campos, católica furibunda. Cuando cierta crítica interesada en literaturas de compromiso, progresista, la dejó de lado, la clase fue un estigma para las lecturas de sus textos. La escritora que viene de una familia de fundadores de la Nación y escribe como un atavismo sobre los temas de la Patria: el campo, las ciudades, el descubrimiento de América. La clase disparó lecturas biográficas, de clase, sobre su obra, que dejaron de lado cuestiones más interesantes que por suerte fueron “ajusticiadas” cuando se la empieza a reivindicar desde las críticas de género y demás perspectivas de análisis que le hicieron justicia a una obra rara, comprometida con la escritura. Ahí se distingue su novela Eisejuaz, de vanguardia, que tiene como protagonista a un indio evangelizado sobre el que  construye un imaginario diferente, una novela que permite trazar un corte con la tradición del indigenismo, de la novela de la tierra. Porque ella no es que le da voz a un indio como una etnógrafa que viene a reivindicarlo, sino que le inventa un modo de decir, un idiolecto, y lo sostiene durante toda la novela. Una novela única, que no tiene antecedentes en la literatura latinoamericana, y también en el marco de su producción.

Sara Gallardo

¿Cómo describirías el tipo de periodismo que ejerció?

Como periodista integra el plantel de esas revistas que se relacionaron con el nuevo periodismo, que venían a usar recursos de la literatura para contar hechos verídicos. Pero Sara no es una Rodolfo Walsh. Ella usa la columna literaria para otra cosa: inventa un personaje, el “Bicho Gallardo”, esta rara que no se sabe si es mujer o varón, si existe o no existe, que despierta mucho interés en los lectores, para elogiarla y para vituperarla. En sus columnas de Confirmado inventa un estilo periodístico, desde una enunciación alejada de lo que se esperaría de una periodista con todas las letras, porque se coloca en el lugar de la desinformación, de la desactualidad. Ella dice: “No me piden que hable de la actualidad porque la actualidad no existe”. Esto en una revista que sacaba la actualidad constante. Además, utiliza un estilo irreverente para burlarse de todos, incluso de los jefes de redacción de la propia revista y de los ejecutivos que leían Confirmado. Hace un juego ideológico formal que la hace también única como periodista en una época en que el periodismo era tan importante, tan leído, por donde pasaba la vida, en esas revistas que leía tanto el lector de izquierda que quería estar aggiornado en materia cultural como los ejecutivos que sostenían un proyecto de país, una nación empresarial. Ella se ríe de todo eso desde la rebeldía y el yo hago lo que quiero en el periodismo, un lugar donde desplegar otro yo, otra forma de escritura y de vincularse con la realidad diferente de la literatura, donde estaba lo vocacional, los temas “serios”. En esa revista también escribía una página de modas, pero sin firmar. Se llamaba “La donna é mobile, y era una chica que salía por las calles a recolectar la información de los lugares top, chic, de Buenos Aires, de alto consumo. En ese diálogo entre la columna y la página también se arma otro personaje. 

¿Cómo se ubica la Sara Gallardo periodista entre otras colegas que produjeron no ficción?

Así como Beatriz Guido era considerada la “escritora del set” por su vinculación con el cine, Sara Gallardo vivía de lo que escribía en el periodismo. Había habido problemas con la herencia, con la división del campo, y Sara tenía que trabajar para vivir. En el periodismo escribió ininterrumpidamente. Se sabe que reclamaba los sueldos. Podemos decir que el periodismo la “proletariza”. Es una trabajadora y eso la hace diferente, porque por más que procedía de una clase alta o tenía eso que Griselda Gambaro llamó “la seguridad de clase”, ella trabajaba constantemente para entregar sus notas y para pagar las cuentas.  

Las listas españolas (sobre Maradona, de Los oficios)

“Los diarios de España hacen las listas de los desplantes del ‘pibe’ y de su clan de treinta amigos, del lujo y las compadradas, la paliza a un fotógrafo que los encontró de mal humor. Y se habla de deudas, de que la Maradona Productions está en espesa crisis financiera y que no ha visto una peseta de los ciento cincuenta millones pagados por unos cortos publicitarios del ‘pibe’ contra la droga, que fueron a parar a bolsillos acreedores.

“Listas más inquietantes para Napoli se leen en los diarios italianos: Maradona llegó a España en el 82 y trajo sobre su espalda un mundial empezado bien y terminado mal, porque Italia lo venció, Gentile lo desgarró, Brasil lo humilló hasta el punto de arrancarle una reacción que lo hizo expulsar. En diciembre de ese año se enfermó de hepatitis, que lo tuvo meses sin jugar, le siguió un dolor en los hom- bros y, después, una patada que le arruinó una pierna. Y, posteriormente, el odio contra los españoles.

Y así llegará a Nápoles. La ciudad con el índice más alto de mortalidad infantil de Europa, tiende sobre el golfo una capa de seda a los pies del niño descendido del cielo.”

La Nación, 4 de julio de 1984

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