Gobernar es movilizar

🗣️ La invención de la política pospandemia y una custodia nacional, popular y militante. Daniel Rosso reflexiona sobre la actualidad política, el rol de la militancia y de CFK y deja un enigma: ¿distribución de la riqueza o distribución de la moral?

La rebeldía audiovisual

Una voz arrolladora irrumpe ante la cámara y, al instante, se reproduce en cientos de medios analógicos y redes digitales. Es una voz que se mueve junto con un cuerpo que también se mueve. La sensación es de intensidad: Cristina Fernández de Kirchner, en movimiento ante la cámara, parece querer exceder el campo restringido del encuadre televisivo e ir más allá de sus reglas. Mientras busca, selecciona y muestra documentos y recortes, su voz se aleja y se acerca del micrófono y adquiere diferentes volúmenes. Ella se desplaza rebelde hacia los bordes de los dispositivos audiovisuales. En la misma exposición televisiva hará referencia al más allá de la televisión. En la misma circulación por redes habitará lo que las excede. Dirá “no tengo experiencia en sets de televisión, como otros políticos”.

La Vicepresidenta cuestiona el aparato mediático dentro del cual, en ese mismo momento, despliega su defensa tras la acusación del fiscal Diego Luciani. Ya allí parece sugerir la importancia del más allá de las instituciones: mediáticas o específicamente políticas.

Fotos: Pedro Palacios

La invención de la política pospandemia

En esas intensidades, en su electricidad emocional, esa voz poderosa recrea las condiciones subjetivas que autorizan los nuevos recorridos de la política. A partir de la ampliación televisiva de su defensa, hubo una secreta relación entre ella y el despliegue público de las energías militantes. Se intensificó una apelación a cuerpos inmovilizados durante mucho tiempo por la pandemia y restringidos a los espacios privados. Son los mismos que luego fueron limitados a habitar una política clausurada en el interior de las instituciones. En esos cuerpos, ha intervenido la voz poderosa de  Cristina Fernández de Kirchner para que se autoricen a agitar su identidad en las calles. Lo que probablemente estamos presenciando es la salida retrasada de la experiencia del encierro y la reinvención del espacio público pospandemia. El viejo vínculo amoroso entre las masas y la líder vuelve para acelerar el desplazamiento desde la inmovilidad al movimiento.

Pero, esos cuerpos militantes en sus desplazamientos hacia las calles, se encontraron con las calles valladas, es decir, con la imposibilidad de llevar sus militancias a los lugares de la ciudad donde se sienten convocados. Es la tensión entre una política que va hacia las calles y otra que intenta impedir que esa política se consolide en ellas. Hay una disputa por la elección de los campos de batalla: el de la política profesional excluyente o el de la movilización política.

Una custodia nacional, popular y militante

Fotos: Pedro Palacios

¿Qué buscan esas energías militantes? Entre otras cosas, impedir que el cuerpo de la Vicepresidenta sea agredido. El canto no deja lugar a dudas: “si la tocan a Cristina que quilombo se va a armar”. El vallado la deja a ella sin la cercanía de aquellos que buscan protegerla. La nueva fase de la relación entre los militantes en las calles y la líder atacada es una relación de extrema cercanía: la práctica política ha adoptado la modalidad de una custodia o de una seguridad nacional, popular y militante. Hay un cuerpo agredido y miles que van a su encuentro para defenderla. El proceso de mediatización de la defensa, que la Vicepresidenta inició en el Senado, se continúa con otra defensa multitudinaria por parte del activismo en las calles de la ciudad y de todo el país. Hay un fuera de las instituciones y de lo que se trata es de ampliar el campo de batalla. Los saberes técnicos de los abogados y del personal de seguridad que la defienden y protegen son complementados por la movilización política.

¿Qué hacer con esta energía disruptiva que desborda las instituciones? Lo que se le ocurre a Rodríguez Larreta es separar a la líder de sus partidarios. Primero, a través del vallado, expulsando a estos últimos de las inmediaciones del departamento de la Vicepresidenta. Luego, cuando derribaron las vallas, recurriendo a la represión. Ni siquiera podían permitir el contacto entre Cristina y su hijo Máximo: era un ensayo radical de separación entre la militancia y la líder aislada. Está claro: lo que parece molestarle es la persistencia de ese lazo representativo. No hay lugar, en la Argentina neoliberal, para ese “desborde” de la política. Además, por supuesto, la electricidad emocional de la cultura nacional y popular se constituyó en un exceso para los cientos de ventanales cerrados de los departamentos de Recoleta: a ese cuerpo trasgresor y extrañamente festivo que invadió el barrio no se lo puede ni siquiera mirar. Eso que si pudieran expulsarían de la Argentina se les colocó a la mínima distancia.

¿Distribución de la riqueza o distribución de la moral?

La discusión, para la oposición política, económica, mediática y judicial en la Argentina, no es necesariamente entre dos modelos de país: es entre un sector que acumula la totalidad de la moral y otro que carece absolutamente de ella. Por eso, no proponen discutir la distribución del ingreso o de la riqueza: lo que sostienen es la necesidad de debatir cómo se distribuye la moralidad.

De allí que su estrategia discursiva consista en asociar el kirchnerismo al robo, al asesinato y a la violencia: la causa Vialidad y las supuestas irregularidades en las licitaciones aparecen nuevamente mezcladas con el supuesto asesinato del fiscal Nisman. Esa estrategia de la mezcla es acompañada por la superposición de la contigüidad y de la causalidad: por este camino, si un fenómeno aparece junto a otro es porque necesariamente lo causa. Traducido: si hay robos o asesinatos quien está sospechado de producirlos es el Kirchnerismo, quien aparece en los medios hegemónicos asociado a esos términos. Aquí reside una de las claves del lawfare: para poder vincular el Kirchnerismo a la inmoralidad se monta un aparato transversal con jueces, comunicadores, servicios de inteligencia y políticos para crear los delitos. Por la misma lógica, los que aparecen haciendo una tarea en común constituyen una asociación ilícita. En síntesis: se producen dos polos, uno lleno de moral, el otro vacío de moral. En paralelo, la cultura nacional y popular propone una organización distinta del debate: por un lado, la sensibilidad social, por el otro, la carencia de toda sensibilidad. No son dos discusiones: es la imposibilidad misma de la discusión.

Gobernar es movilizar

“Gobernar es movilizar” recuerda José Pablo Feinmann que escribió Horacio González en uno de los últimos números de la revista Envido, en mayo de 1973. Desde siempre, el Peronismo se fortalece cuando emprende batallas en las que no tiene garantías de triunfar y se debilita cuando decide no darlas. Por eso, no suele contar necesariamente con relaciones de fuerzas a su favor porque es un actor permanente de esas fronteras donde las fuerzas no alcanzan.  La pretensión, en los dos últimos años, de que el Peronismo deje de ser una experiencia de fronteras para ser un componente moderado del sistema institucional parece haber llegado a su fin. Hay dos definiciones de política en las dos argentinas: en una de ellas, la palabra hace referencia a lo contenido exclusivamente en las instituciones y todo lo que las excede es violencia; en la otra, si bien se reivindican y se defienden las instituciones, se apuesta también por lo que sucede en los amplios pliegues movilizados del espacio público.

El Peronismo escinde todos los fenómenos en dos, es decir, estimula la confrontación polémica entre polos y, por lo tanto, a través de esa escisión politiza. La polarización, lejos de ser una anomalía del sistema político, es el despliegue de la política misma. La salida de la encerrona actual parece ser con más democracia, es decir, con la ampliación creativa de los campos de batalla.

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