Al odio no se le gana (solo) con amor

✍️ El loco suelto, la crispación, el montaje kirchnerista y la premisa naif de que al odio se le gana (solo) con amor. ¿Profundizar el diálogo o pasar a la ofensiva?

Un lobo solitario. Un individuo aislado de la manada, excluido por sí mismo o por la acción de sus pares. Un paria, un asocial. Alguien oscuro, taciturno, incomprendido. Una anomalía dentro del contrato social.

La idea del «loco suelto» ha permeado desde siempre en los análisis de los ataques de la extrema derecha. Lo fue en Noruega, cuando un hombre armado mató 77 jóvenes del Partido Laborista. Lo fue en Chirchurch, Nueva Zelanda, donde 51 personas murieron en una mezquita al tiempo que la masacre se transmitía en directo por Facebook. «Locos sueltos» también suelen llamarse a cualquiera de los autores de, al menos, 408 tiroteos escolares que hubo durante 2022 en Estados Unidos. Pero no mis cielas, lamento incomodarles: ni loco ni suelto.

Entre otras cosas, el feminismo nos enseñó que los femicidas no son locos sueltos: son hijos sanos del patriarcado. No hay motivos para creer entonces que Fernando Sabag Montiel, tatuado con simbología nazi y mediático antikirchnerista de móvil televisivo, fuera un loco suelto.

Hay cuatro matrices discursivas conexas a esta idea que resulta importante deconstruir: el loco suelto, la crispación, el montaje kirchnerista y la premisa naif de que al odio se le gana (solo) con amor.

Vamos por partes y por grado de complejidad: la primera no requiere mayor profundidad. Sabag no es un loco suelto, es un producto social: nace de la circulación de discursos de odio (financiados por actores públicos y privados), encuentra su ecosistema de reproducción en redes sociales, plataformas y medios digitales sin ningún tipo de reglamentación estatal y finaliza con el corrimiento de la frontera de lo decible por derecha. En un importante sector de la sociedad indigna menos la idea de la «pena de muerte a Cristina» que un feriado ante el intento de magnicidio. No hay lobo: lo que hay es desregulación comunicacional y derechización del debate público.

La idea de la crispación también comienza a circular, sobre todo en entornos que con modismos más socialdemócratas encubren sus altos niveles de gorilismo en sangre. Esta teoría postula que la discusión retórica encendida es equiparable al intento de asesinato con una Bersa 22 en la frente. Una teoría de los dos demonios que iguala prácticas incomparables, banaliza el magnicidio y apela a bajar el tono de la confrontación política. ¿La solución que se desprende? La que muchos -también de este lado- militan evangélicamente hace años: profundizar el diálogo. Otra falacia grave: con la intolerancia no se discute, se la combate. Pero ya ahondaremos allí.

El montaje kirchnerista es tal vez una de las más preocupantes de las ideas en debate. Es el punto cúlmine de la posverdad: acorralada judicialmente, Cristina Fernández de Kirchner habría recurrido a un atentado de falsa bandera para recuperar adhesiones y ganar iniciativa política. El hecho que el Papa, la oposición política, el Secretario de Estado de EE.UU (Anthony Blinken), el Secretario de la OEA (Luis Almagro, un uruguayo que oficia de funcionario norteamericano a quien nadie puede acusar de kirchnerista) o la propia embajadora del Reino Unido, se hayan pronunciado en repudio no garantiza que el atentado haya sido real. Los reptilianos y los antivacunas nos enseñaron que a las teorías conspirativas es difícil refutarlas con argumentos racionales.

Pero acaso la idea más preocupante es la premisa de creer que al odio se le gana solo con amor. El bombardeo a Plaza de Mayo, los golpes de Estado, los fusilamientos, 18 años de proscripción y 30 mil desaparecides nos hacen comprender que además de amor se precisa iniciativa política, capacidad de confrontación, organización popular y territorio. Pero por sobre todo iniciativa política.

La secuencia combinada de Luciani, Juncal y Uruguay y el intento de magnicidio tiene que ser un empellón de energía organizada que permita recuperar la iniciativa política, que fije adversarios, que confronte, que luche y que gane. El diálogo sirve solo si garantiza derechos a los sectores populares, sino es solo prédica de amansamiento, palmaditas en el lomo. No se puede dialogar con quienes promueven el odio. No se puede moderar el discurso como método de conducción política. Tenemos que responder con ofensiva, con radicalidad, sin violencia, claro, pero con política y calle.

La preocupante escasez de soluciones creativas que permitan una salida política preocupa. La idea de una inexorable necesidad de ajuste convive con la anomia de ofensivas populares: ni empresa nacional de litio, ni estatización de la Hidrovía, ni renegociación de la deuda con el FMI circulan como discursos. Es sintomático también que -merced de su capacidad de instalar ideas y su osadía- hayamos discutido la idea de un sector de impulsar un Salario Básico Universal de 14 mil pesos. El propio Perón decía que la pobreza en Argentina se resuelve desde Economía y no desde Desarrollo Social.

El escenario se reconfiguró. Comienza un nuevo tiempo. Al odio se la gana: pero hace falta ofensiva política además del amor.

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Yair Cybel

Una vez abrazó al Diego y le dijo que lo quería mucho. Fútbol, asado, cumbia y punk rock. Periodista e investigador. Trabajó en TeleSUR, HispanTV y AM750. Desde hace 8 años le pone cabeza y corazón a El Grito del Sur. Actualmente también labura en CELAG y aporta en campañas electorales en Latinoamérica.