«Si el objetivo era cuidar el buen nombre del Presidente, creo que no se ha conseguido»

🗣️ En la semana en que el Alfa de Gran Hermano disputó la centralidad de la agenda política con las internas del Frente de Todos y la inflación, hablamos con Juan Courel para pensar en la comunicación política del Gobierno, sus fallas y aciertos (si los hay) y sus desafíos para 2023.

En la semana en que el Alfa de Gran Hermano disputó parte de la centralidad de la agenda política con las internas del Frente de Todos y la inflación, El Grito del Sur se comunicó con Juan Courel para reflexionar sobre la comunicación política del gobierno de Alberto Fernández, sus fallas y aciertos (si los hay), sus desafíos para 2023 y la actualidad de un campo hegemonizado por discursos de derecha e instrumentalistas. Estratega y consultor en comunicación, Courel ha tenido el desafío de conducir en más de una oportunidad las campañas electorales del peronismo y es una de las voces jerarquizadas para hablar del tema, lejos de los autoproclamados gurúes, las charlas TEDx y los manuales de acción para redes sociales.

Conviven distintas posiciones sobre el affaire Gran Hermano. Por un lado, quienes plantean que el Gobierno no podía desentenderse del tema y tenía que salir a responder y, por el otro, quienes señalan que el Ejecutivo terminó dándole relevancia a un murmullo de televisión abierta. ¿Cómo creés que se debe proceder en estas situaciones y qué hubieras hecho vos en el caso de estar encargado de la comunicación del Gobierno?

Empiezo por lo último: no asumiría la comunicación del Gobierno si no supiera que mi voz va a estar tomada en cuenta. Por lo tanto, es probable que nunca asumiera la comunicación de este gobierno en tanto no les interesa profundizar demasiado en estos temas. Y no lo digo de manera crítica, es algo que el Presidente ha expresado en múltiples ocasiones: que no cree en construir un método de comunicación, que lo considera como engaño y artilugio y no entiende a la comunicación política como instancia necesaria e indispensable en la relación entre política y ciudadanía.

Dicho esto, no se puede tomar el caso aislado. Si el Gobierno no estuviera sufriendo una crisis de reputación y de confianza, de cuestionamiento tanto entre votantes opositores como de su propia base electoral, uno diría que puede meterse en ciertos debates con alguna posibilidad de alcanzar los objetivos que se haya trazado. Pero en este momento el Gobierno tiene su palabra muy desgastada, entonces no es solo en Gran Hermano sino que inmediatamente después de que el Ejecutivo adopta una posición, ésta se convierte en minoritaria. Porque genera rechazo político y hace que la gente se agrupe en torno a temas en los que podría haber estado de acuerdo. Y eso no se puede disociar de este contexto. Pero -a juzgar por los resultados– si el objetivo era cuidar el buen nombre del Presidente, creo que no se ha conseguido, no ayudó, y finalmente funcionó como caja de resonancia de algo bastante irrelevante. Por más que ese tramo del programa hubiera tenido mil puntos de rating, la conversación pública fluye muy rápido, la atención sobre los temas en un mundo de audiencias fragmentadas y multiplicidad de medios dura muy poco y si uno no hace un hecho relevante alrededor de las cosas, las cosas se extinguen por el mero paso del tiempo y porque aparecen estímulos mayores que tapan a los anteriores de manera muy rápida. Lo único que se consiguió fue amplificar la voz de un personaje marginal de la vida pública.

Juan Courel

¿Creés que hay una memeización del Presidente? ¿Es más por aciertos de la oposición o por errores propios?

Mario Riorda habla de memeización. Con este concepto hablaba del Presidente en su momento y ahora hizo alguna reflexión sobre el rol de la vocería. Yo creo que la política está memeizada y es medio difícil escaparse de esa situación. El tema es cuando el meme nutre una narrativa más de largo plazo. No es un meme que pegó, es una secuencia de memes que construye una narrativa determinada. Y eso nunca puede ser acierto de un espacio político: no es que Juntos por el Cambio tiene una fábrica de memes que logra desgastar la imagen del Gobierno. Es algo más social donde, sin ser ingenuos, existen fábricas de noticias falsas. Pero después es la propia dinámica social: la memeización es menos consecuencia de hechos aislados e individuales que generan el meme que la falta de una estrategia comunicacional general dedicada a construir una narrativa consistente y de largo plazo.

¿Cómo ves en este contexto la emergencia del rol de la vocería, una figura con un origen más europeo o norteamericano y a la que en nuestro país estamos poco acostumbrados?

Yo creo que está bien que existan vocerías, es útil. Ahora, la vocería no puede reemplazar la falta de un discurso coherente que al final de cuentas viene de arriba. La decisión de polemizar con Gran Hermano, ¿fue de Gabriela Cerruti o de Alberto Fernández? Yo me imagino que si no fue de Alberto Fernández, por lo menos estuvo de acuerdo. Por lo tanto éste no es un problema de la vocería, independientemente si nos cae bien o mal la forma en que contesta Gabriela Cerruti. Sea quien sea que ocupe este cargo, con esta dinámica política y la manera en que el Presidente encara la comunicación gubernamental, estaríamos ante escenas similares. Porque, a fin de cuentas, el portavoz tiene que ser un reflejo del pensamiento de quien gobierna. Y si Gabriela Cerruti no fuera un reflejo de la manera en que Alberto Fernández entiende que debe ser su discurso gubernamental, no estaría siendo la portavoz. El Presidente se siente representado por su portavoz.

Recientemente se realizó la cumbre de comunicación política y viendo el line up pareciera que el campo no solo está corrido a la derecha sino desideologizado. Salvo honrosas excepciones, es un campo hegemonizado por miradas conservadoras. ¿Hay margen para pensar una comunicación política que tenga en el centro valores críticos o más cercanos a lo nacional y popular?

Es mi gran desafío profesional. Trato de que así sea. No creo que sea el único, hay muchos consultores que también intentan abrirle los ojos a los partidos políticos populares y progresistas respecto a la profesionalización de su comunicación. Pero éste no es un fenómeno argentino o latinoamericano. En los estudios de profesionalización de Comunicación Política o campañas electorales está bastante registrado que, a medida que uno se mueve más a la izquierda, más lento se incorporan este tipo de herramientas. Se le dedica más tiempo a estar con sindicatos o movimientos sociales que con expertos en comunicación, y está bien que así sea. Hay estudios que demuestran que el Partido Demócrata se profesionalizó diez años después que el Republicano, y lo mismo sucedió con los laboristas respecto de los conservadores en el Reino Unido. Es una característica bastante universal: el progresismo, lo popular, llega más tarde a estas herramientas que están más acostumbradas a lenguajes corporativos, de empresas, los estudios de mercado o el marketing.

¿Es por una suerte de desdén o de mirada instrumentalista de la comunicación en el campo popular?

Hay un prejuicio que, por otro lado, la industria de la Comunicación Política se ha ganado: la venta de humo está a la orden del día. Más que un prejuicio, es una evaluación de ciertos gurúes que vienen a prometer fórmulas mágicas de cualquier cosa. Pero más allá de eso, esa falta de predisposición nace de la dificultad para hacer lugar a estas herramientas en la planificación política pensada en términos de organizaciones colectivas. Si construyo política con gente de carne y hueso, con organizaciones, con sindicatos, con grupos de gente que está en la calle, le dedico mucho tiempo a eso y me cuesta mucho insertar todo este marco profesional y teórico en la dinámica diaria. Entonces me resulta ajena y por eso pierdo interés. Pero nuestra discusión consiste en que no venimos únicamente a venderte marketing electoral: esa discusión que tenés con distintas agrupaciones, en distintas agendas, la podemos traducir en la construcción de públicos, de mensajes, que van a contribuir a que esas agendas tomen visibilidad. Hay profesionales en comunicación política que han hecho aportes muy importantes al proceso de aprobación de la ley de aborto. Entonces, ¿cómo convenía enmarcar esa discusión para que saliera bien y para que la sociedad estuviera de este lado?

¿Hay margen para que el Gobierno construya una nueva discursividad de acá a 2023?

Lo veo difícil porque para eso la condición principal es tener una comunión de objetivos políticos y la relación política está muy mal. Ya cuando decimos el Gobierno no sabemos de qué estamos hablando: si del Presidente, del Frente de Todos, del kirchnerismo. No queda claro qué es el Gobierno y esa es la primera discusión. Así está la militancia oficialista, bastante desmovilizada porque no entiende muy bien qué es lo que hay que defender. Lo demás es más fácil: construir un discurso coherente que distintos actores puedan sostener y que crean en él. La comunicación ha ayudado a la falta de entendimiento, pero tampoco hay una visión consensuada de lo que tiene que ser el Gobierno. Ponerle palabras a las cosas nos ayuda a pensar y saber qué es lo que pensamos. Pero si el Gobierno no le pone palabra a las cosas da la sensación que tampoco sabe lo que piensa.

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Yair Cybel

Una vez abrazó al Diego y le dijo que lo quería mucho. Fútbol, asado, cumbia y punk rock. Periodista e investigador. Trabajó en TeleSUR, HispanTV y AM750. Desde hace 8 años le pone cabeza y corazón a El Grito del Sur. Actualmente también labura en CELAG y aporta en campañas electorales en Latinoamérica.