El uso del lenguaje inclusivo, el movimiento Ni Una Menos, la igualdad de género y el reconocimiento a la juventud militante son sólo algunos de los temas que encienden el debate desde hace ya algunos años en la escena política mundial y local. En ese contexto, se destacaron algunas nuevas personalidades que supieron aprovechar su espacio para difundir sus mensajes. Uno de ellos es Lucas Grimson, un joven estudiante de Ciencia Política y militante que se hizo rápidamente conocido por su mirada innovadora a la hora de referirse a cuestiones sociales.
El Grito del Sur habló con Lucas para consultarle sobre qué temas toca en su primer libro titulado “Disputar el presente: Una generación en busca de nuevos sentidos”, así como por su mirada sobre todas estas -ya no tan- polémicas que siguen estando en el centro de todos los debates.
¿Cómo surgió la idea de escribir un libro?
Un día, cuando todavía estábamos en plena pandemia me sorprendieron con una propuesta de la editorial Paidós para escribir este libro, y al toque dije que sí. Siempre me copó escribir y venía sintiendo la necesidad de poner en palabras lo que nos venía pasando a les jóvenes. Principalmente algunos interrogantes que veníamos charlando con amigues y compañeres. Mucho tuvo que ver también con que a partir de la cuarentena se instalaron muchos discursos sobre la juventud, pero poco de eso era fruto de diálogos CON la juventud. Hay una postergación de las demandas de nuestra generación. Mucho se dice acerca de que somos el futuro y no se atienden los problemas del presente. Creo que hay que empezar por entender que las voces de los pibes, las pibas y les pibis son urgentes. Por eso disputar el presente.
¿Por qué se te ocurrió escribirlo íntegramente en lenguaje inclusivo?
Hace ya muchos años que uso el lenguaje inclusivo. A veces sale algo en masculino obvio, pero en general lo uso bastante y más cuando escribo. Desde hace años se vienen transformando las formas en las que nos relacionamos, por qué no pensar en cómo se transforma el lenguaje entonces. Hay que romper con la invisibilización histórica de las mujeres en el lenguaje y, además, es fundamental nombrar a las identidades no binarias, históricamente postergadas. Creo que es algo muy propio que nos caracteriza como generación. Y por eso también estoy convencido de que el lenguaje inclusivo no es una cosa de prohibiciones o regulaciones, es parte de la dinámica del cambio. No tiene sentido imponerlo ni tampoco censurarlo.

¿A quién o quiénes está dirigido?
Hoy se pregunta mucho en qué anda la juventud y este libro es para cualquiera que quiera indagar en eso. No creo que sea la única respuesta, pero es un aporte, cargado de muchas preguntas para seguir repensándonos y abrir el debate también hacia dentro de nuestra generación. Una generación en disputa. Recuperar algunas reflexiones, personales y colectivas, es también un motor para pensar no solo consecuencias y cambios que se ven hoy, sino también la fuerza que tenemos para seguir activando. Las urgencias que vemos ahora no están desligadas de lo que hacíamos hace tres o cuatro años y tampoco son problemas solo de la juventud. Por eso también pienso que el libro es para cualquiera que le interpele, porque también hay un proceso intergeneracional.
¿Qué cuestiones aparecen abordadas en éste?
Disputar el presente va desde el primer #NiUnaMenos en junio de 2015 hasta las urgencias que nos dejó la pandemia, desde la militancia en el colegio secundario hasta las discusiones por el hateo en las redes, desde mis primeras experiencias de participación política hasta las grandes estigmatizaciones de la juventud. Uno de los temas que atraviesa el libro es la sensibilidad: ¿una debilidad o en realidad una herramienta política? Muchas veces aparece el señalamiento de que somos “la generación de cristal”, que no nos bancamos nada, que somos hipersensibles, que ya no se puede hacer un chiste. Parece que algunos no entienden que la sensibilidad es en realidad un motor para la transformación, es una herramienta para construir empatía, solidaridad, un futuro con más libertad. Somos una generación que toma la palabra, que activa frente a lo que le hace ruido, por lo que quiere y lo que necesita. Eso tiene que ver con una decisión de no quedarse esperando.
Parte del título de tu libro es “Una generación en busca de nuevos sentidos”. ¿Cuáles son esos nuevos sentidos a los que hacés referencia? ¿Con qué luchas y búsquedas están vinculados esos nuevos sentidos que mencionás?
Hoy muchos intentan instalar que la juventud se volvió de derecha, pero me permito dudarlo. Tenemos mucha frustración, cansancio, estamos con bronca, por eso buscamos nuevos sentidos, porque no nos resignamos a quedarnos en esa ni a aceptar las respuestas retrógradas y violentas que ya fracasaron en nuestro país. Y porque queremos correr los límites de lo que nos dicen que es posible. Cuando hablo de nuevos sentidos me refiero, por ejemplo, a que estudiar no sea solo llegar a cursar e irse o pasarla como el orto en cada examen por la ansiedad o el estrés que genera para muches. Tenemos que pensar una educación que no deje a nadie afuera y es urgente laburar desde una mirada comunitaria sobre el cuidado de la salud mental, porque a partir de la pandemia empezaron a identificarse y multiplicarse un montón de situaciones que antes estaban debajo de la alfombra. Buscamos nuevos sentidos también para proyectar nuestra vida: hoy es muy difícil conseguir un laburo sin precarización.

Somos una generación que ya no tiene como horizonte una casa propia, pero casi que tampoco podemos pensar en irnos a vivir solxs con lo difícil que está todo en términos económicos y un mercado inmobiliario que prioriza tener edificios lujosos vacíos antes que la vivienda digna para nuestro pueblo. Casi el 50% de les niñes, adolescentes y jóvenes de nuestro país viven bajo la línea de pobreza. Y las más afectadas son las mujeres. El feminismo también va en busca de nuevos sentidos. Sentidos que implican pensar nuestras vidas desde una pedagogía de la sensibilidad, como muchas veces marcan Ofe y Grabois. Es fundamentalmente una apuesta por lo colectivo, mientras la sociedad tiende al individualismo.
Como referente de la militancia juvenil, ¿qué mensaje te gustaría dar a les jóvenes que te leen o que te ven en los medios?
Que no nos resignemos. Que no se queden con los que dicen que todo tiempo pasado fue mejor. Me niego a pensar que no hay forma de revertir profundamente la crisis y la pobreza que estamos viviendo, que no puede haber políticas redistributivas y de ampliación de derechos, y más aún me niego a creer que la violencia es algo natural o inevitable, y que no se pueden encontrar respuestas efectivas a urgencias como el trabajo, la educación o la salud mental. Y no se trata de ingenuidad sino de la profunda convicción de que otro país es posible, de que tenemos que poder vivir de otra manera. Porque tenemos una larga historia de lucha por la ampliación de derechos, crecí en una Argentina donde se alentaba la participación política, donde se creaban universidades en vez de tener una oposición que pretende impedirlo. Hay que retomar una agenda que nos permita avanzar, cuando tomamos la palabra y nos organizamos tenemos una enorme potencia y ahora hay que multiplicarla.
¿Te parece que hay alguna deuda sin saldar por parte del Estado para con la juventud? ¿Cuál o cuáles?
Bueno… ¿Por dónde empezar? Si pensamos en el derecho a la educación nos encontramos con varias deudas del Estado con la juventud. El reclamo por la aplicación efectiva de la ESI es ya una bandera histórica del movimiento estudiantil. Ni hablar del boleto estudiantil, para todos los niveles en todo el país. Es una deuda que se tiene que saldar si apostamos a una educación que no deje a nadie afuera. Hoy nos encontramos también con otras necesidades urgentes, como mencionaba antes: conseguir laburo, poder acceder a un alquiler que no sea impagable y básicamente llegar a fin de mes. Hay una enorme falta de perspectivas jóvenes en el Estado, cuando éstas deberían ser no sólo parte de todas las acciones vinculadas con la juventud sino también motor de grandes transformaciones. El Estado también tiene que poder dar respuesta a las problemáticas emergentes con las que nos encontramos les pibis, como por ejemplo la salud mental, así como también a problemas estructurales como la crisis ambiental. Hay una profunda deuda que exige urgentemente respuestas en el presente para asegurar un futuro más vivible.