Los ojos pacientes de Lucía

😢 Este martes, Lucía Pérez hubiera cumplido 23 años. En la vereda del Tribunal Oral Nº2 de Mar del Plata, donde se realiza el segundo juicio por su femicidio, no hay festejos. Solo un par de ojos que contemplan pacientes a la espera de justicia. Crónica desde MDQ de Florencia Ferioli.

“El domingo fuimos al cementerio a llevarle un ramo de crisantemos blancos porque sabíamos que hoy no íbamos a poder ir. Tenemos que llevarle una florcita a la Lu porque alguien decidió que no tenía que vivir más. Ese dolor tan grande tenemos que convertirlo en cosas buenas”, dice Marta erguida con una entereza admirable, parada delante de la instalación con los ojos gigantes y llenos de vida de Lucía, su hija. Hoy hubiera sido su cumpleaños número 23.

Dieciséis años, la mataron a sus dieciséis años. Lucía hoy es representada por un montón de atrapasueños, mariposas, palomas, y por ojos. Hay muchos ojos que contemplan la escena. Están en banderas y en parches. Incluso en el piso, los ojos de Lucía atravesaron la tela que pintaron para quedar estáticos, fijos y perseverantes en la vereda del Tribunal Oral Nº2 de Mar del Plata, donde se vive el segundo juicio por su femicidio. Los ojos de Lucía son pacientes y esperan que la Justicia sea justa.

La mataron el 8 de octubre de 2016. Hubo un primer juicio en noviembre de 2018 en el cual Matías Farías y Juan Pablo Offidani fueron condenados a ocho años de prisión por la venta de drogas en la puerta del colegio donde iba Lucia, pero fueron absueltos del resto de los cargos. En agosto del 2020 fueron revocadas las absoluciones, ordenando la realización de un nuevo juicio, del que se espera que haya verdaderamente justicia. 

Fotos: Florencia Ferioli

Lucía era una adolescente. Tenía amigos y amigas, que hoy están acá y se funden en abrazos. Amigos y amigas que la lloran, que la recuerdan y la extrañan, cada día la extrañan. A Lucía le arrancaron la vida. No hay remate.

“Nosotros no somos el enemigo de este lugar, solamente venimos a pedir justicia y queremos saber quién mató a Lucía. No me regodeo en el dolor de los demás, jamás lo hice ni lo haré. No son nuestros enemigos, no se cuiden de nosotras, que somos buenas personas. Somos gente de trabajo que parimos a nuestros hijos y los criamos con sacrificio. Queremos salir adelante. Tenemos que levantarnos todos los días para seguir esta lucha”, afirma Marta. Y agradece, agradece mucho a todos y a todas.  

Hay ojos con tristeza, hay otros con rabia, hay muchos con esperanza y los hay empapados de organización. Una pareja pasa por la calle, observando las banderas colgadas. “Es por la chica esta… Lucía, ¿te acordás?”, le dice la mujer a quien aparenta ser su esposo. Sí, hasta que tiemble el mundo estará en la memoria de quienes asisten a su cumpleaños número 23. 

Fotos: Florencia Ferioli

La mañana comienza nublada, el cielo está oscuro y parece que va a llover. Es la quinta audiencia. La jornada empieza en la esquina de Almirante Brown y Tucumán alrededor de las 8 de la mañana. Está Marta, quien 23 años atrás dio a luz a Lucía: “Para mí era un sueño tener una hija. Era revoltosa, nació prematura, muy chiquita. Era amorosa”, recuerda. 

En las rejas cuelgan los atrapasueños. Hay blancos, rosas, con plumas, con piñas, con caracoles. Hay verdes, grandes, chiquitos. Se amontonan y acomodan, uno al lado del otro. Al costado se van ubicando banderas, más ojos, más atrapasueños. Carteles, banderas, ojos, atrapasueños. En simultáneo, se acercan personas de diferentes edades. 

Una chica, con su pelo largo entrelazado, rompe en llanto al llegar. Lleva en su mano una botella con margaritas. Y el dolor profundo de haber perdido a una amiga, una hermana. Se queda parada, observando los atrapasueños y el tiempo se detiene en ella. No hay nada más que ella, sosteniendo sus radiantes margaritas como si estuviera apretando la mano de Lucía. Como si Lucía fuera esas flores. Se abraza con un muchacho. Luego de unos minutos de amor mutuo, arman ramitos de flores, que serán depositados luego abajo del cartel más grande y vistoso del espacio. Arman un altar debajo de la imagen y prenden una vela.

Fotos: Florencia Ferioli

También está Laura, la mamá de Natalia Melmann. No contiene las lágrimas, no puede ni quiere hacerlo. “¿Y cómo voy a hacer para no mandarlos a la mierda?”, se pregunta en voz alta antes de entrar a la sala. Laura, al igual que Marta, lleva consigo una fortaleza que la mantiene en pie, junto con un dolor que la acompaña a diario, cada mañana. 

“¡Lucía, presente! ¡Ahora y siempre!”, corean de a ratos.

“Ella es un poco la hija de todos”, afirma Marta, “no queremos que nos sigan sacando Lucías, no queremos que nos sigan sacando nuestras mujeres. Seguro desde el cielo, desde una nube, una paloma o una pluma ella se va a representar con nosotros, se va a anunciar en un lugarcito, lo siento así”, asegura. 

Un rayo de sol se abre en el cielo y apunta directamente a la bandera llena de ojos de Lu. El resto de la cuadra está en completa oscuridad. Al costado, un grupo de mujeres charla y se ríe. “Nombrarte Lucía para que el dolor quede de este lado y se vuelva acción”, a lo lejos, se escucha del parlante, “de tu lado el abrazo, Lucía, de este lado la rabia… Nombrarte para que vayas, Lucía, para que seas sonrisa, música encendida, vuelo de pájaras. De tu lado el vuelo, Lucía, de este lado la rabia. De tu lado nube y arco iris. De este lado, la tremenda tarea de las preguntas sin respuesta”, recita la voz de María Barjacoba el poema de Clodet García en colaboración con Mariam Pessah. Organizar la rabia, queda resonando en el silencio de la esquina de Brown y Falucho. 

Por el micrófono se escuchan poemas, mensajes, cartas. Mujeres que ponen sus palabras y creatividad en función de la lucha y la memoria. A un costado, una muchacha con el pelo color rosa furioso es la encargada de maquillar a quienes desean. Tiene tatuada la palabra “amor” en su mano. Todas las chicas a maquillar quieren mariposas y se las llevan pintadas en su rostro. Al costado, cuatro muchachas bailan en la calle, moviéndose en círculos, por momentos tranquilas, por otros eufóricas. Un grupo de tambores empieza a sonar, los cuerpos del resto de los asistentes comienzan a moverse al ritmo de ellos. 

Al grito de “Justicia” y con los puños en alto son recibidos Marta y Guillermo al salir del Tribunal en el cuarto intermedio. Todas las personas presentes hacen silencio para escuchar a Marta. Cuando ella habla no hay piel que no se erice. Nadie puede seguir su vida como si nada pasara luego de escucharla hablar. Su voz es delicada, tranquila, suave y dulce. Habla con amor, transmite ternura y mucha lucha. Es como si todo el dolor que atravesó la hubiera convertido en un ser más enorme. Resignifica su dolor, sonríe y contagia su sonrisa con el resto de la humanidad, abriendo nuevos horizontes. 

“El daño que se hace a una familia, a una madre cuando te sacan un hijo, es enorme”, asevera. “Te lo sacan físicamente pero al ser el amor más puro, más sano y más nuestro, ese hijo está siempre con nosotros. Lucía está siempre conmigo, en todas partes, en los momentos de dolor, de tristeza, de alegría”, afirma. “Rezar el rosario para mí es muy sanador. Hoy me levanté, le prendí una vela, le dije que la amo como todos los días y vine a este lugar a escuchar cosas difíciles”.

Todos los días, cada día que pasa. Ahora, en este momento, están matando a una mujer. Mañana, pasado. Ayer, anteayer. Cada día que pasa una mujer que habita nuestra tierra, es asesinada en manos de un “varón”. Ahora, en este momento, también hay turistas yendo a la playa. Pasan con sus reposeras, conservadoras y sombrillas por el medio del semicírculo que se armó de forma natural entre la calle y la vereda. 

Una muchacha ofrece caramelos mientras intenta comprender el motivo por el que suspenden la audiencia. Un hombre sesentón con una remera beige y un pantalón en composé mira desde la esquina atónito. Su ropa parece otoñal, como hojas secas de otoño. Anuncian que el aberrante ruido no permite que continúe la sesión, entonces hay que continuar la fiesta. Los ojos de Lucía observan y se preguntan por qué les resulta más aberrante el ruido y no lo que hicieron con su cuerpo, con su vida, con su imagen. Un fuerte viento se levanta por unos segundos. 

¿Qué flores le pondrían a Lucía? ¿Y a Natalia? ¿Y a Agustina? Al costado, dos chicas bailando con un ula ula. Al lado de ellas, una mujer de alrededor de 30 años le cuenta a otra los detalles de cómo sobrevivió a un intento de femicidio hace dos años. 

“Nos ayudamos, nos abrazamos y nos contenemos como sociedad, es lo único que nos queda. Unidos vamos a sanar este dolor tan grande que tenemos. Cuando decimos `paren de matarnos´ es esto, paren de hacernos daño. Cada mujer que nos matan es una puñalada a la familia, a una madre, a un padre. Entonces basta, el dolor que causan es de por vida”, concluye Marta. 

“Marta, Marta, Marta corazón, acá tenés les pibis para la revolución”, corean. Y corren a hacer un “abrazo colectivo” con Marta y Guillermo. 

Marta mira para arriba, sonríe, aprieta su rosario y el atrapasueños que lleva consigo. Una paloma blanca revolotea en el cielo y pregunta si la vimos. Sí, la vimos.

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