Enrique Symns, contra el ataque de los zombies

😢 Las drogas, la soledad, los amigos que no están, los bares, los escenarios, Fito, Vera Land, los zombies, el menemismo: el señor de los venenos visitaba en esta conversación el insondable fondo de su vida, que cabía en mucho más que una maldita valija.

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*Esta crónica inédita fue escrita en 2010 luego de una serie de encuentros con Enrique Symns en ocasión de la reedición de “El señor de los venenos”. Por entonces, Symns no tenía casa, pareja ni amigos, y apenas lograba algún ingreso mensual.

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Arrastra sus pies con fatiga, enfundados en sandalias hogareñas. San Telmo es el escenario para ese andar de vagabundo sabio que atraviesa calles ocupadas por cientos de extranjeros que gastan sus euros en bifes de chorizo y ponchos gauchos, sin siquiera notar su presencia. Con una bolsa y una botella de agua en la mano, es el rey sin corona en esas calles donde se erigen las pensiones y los bares en los que duerme todas las noches, bebe todas las tardes, escribe casi nunca y recuerda con nostalgia los años de esplendor creativo. No tiene hogar, Enrique Symns. Vive en una pensión. Nómade irremediable, nunca supo ser dueño de esa patria personal que anhela y construye el común de las personas: una casa, una familia, un trabajo. Su lógica es vivir por fuera del sistema, “como una armadura contra todos los males de este mundo”, dice, parafraseando a Spinetta Jade. De la pensión al bar, del bar a la pensión, a veces a la radio, o a cobrar cheques, hacer trámites. Todos los mozos de la zona lo conocen, y al verlo, casi sin preguntar, preparan una medida del segundo whisky más barato de la carta, con hielo. 

No es fácil encontrarse con Symns. O mejor dicho: no es fácil hacer que Symns se acuerde de la cita. 

– Hola, ¿Enrique?

– Sí, ¿quién es?

– Soy el periodista con el que hablaste en los últimos días. Habíamos quedado en encontrarnos en El Federal, hoy a las cinco, estoy acá, son las siete …

– Ah, sí. Me olvidé por completo. ¿Me estás llamando de un teléfono público? Me hacés gastar crédito, hombre.

– Te pido disculpas. Te llamaba para ver si… 

– Llamame desde un teléfono con tarjeta, hombre.

Symns corta el teléfono. Mal comienzo. Dos horas más tarde, el panorama cambiaría rotundamente.

-Hola, Enrique. Te habla Gentile. Hablaste conmigo hace un rato.

-Sí, hombre, te pido mil disculpas. Se me olvidó totalmente. Es que tengo una memoria de mierda.

– Está bien. No hay problema. ¿Te parece que podemos volver a acordar un encuentro?

-Sí, claro. ¿Qué te parece el viernes, a las cinco, en El Federal?

-Perfecto.

-Disculpame, hombre. Es esta memoria de mierda. Te pido que me llames a las cuatro y media del viernes para hacerme acordar porque seguro me olvido. 

Ese viernes, a las cuatro y media de la tarde, el cielo sobre Buenos Aires viró tan cerrado, negro y pesado que parecía la oscura y tenebrosa noche de uno de los más mersones cuentos de terror. Minutos más tarde, una rabiosa tormenta alcanzó para que se suspendieran las líneas de subte, los trenes y la energía eléctrica en unos quince barrios porteños. Entonces sonó el teléfono.

-Hola, habla Symns.

-Hola, Enrique. ¿Nos vemos, entonces, a las cinco?

-Hombre, esta lluvia es el guascazo de Dios, el fin de los tiempos. Está imposible.  

-Pero te paso a buscar con un taxi y vamos al bar.

-No salgo ni en pedo. Veámonos mañana a las doce en el mismo bar.

Enrique en el escenario de los Redondos, en los años 80.

Entonces, sábado. San Telmo, otra vez. Hippies, artesanos, gringos, linyeras, bohemios. Muchos Symns deambulan por las calles. Pero Enrique nunca aparece. Su teléfono está apagado, y un contestador misterioso con ruidos de tráfico, bocinas y voces entrecortadas atiende los llamados, una y otra vez. Nuevamente, el tipo que supo desbordar con su lengua filosa y su pluma rebelde los cánones de la cultura ciudadana rehúsa el compromiso, desafía al destino y le juega una broma al ingenuo periodista de “los diarios garcas, los que están a favor de la propiedad privada”, que todavía –pobre iluso- confía en la palabra de los hombres. Como un juego literario más, Symns se acerca y se aleja, aleatoriamente, haciéndose perseguir por el aprendiz. ¿Seguirá con ganas de jugar a las escondidas este hombre de sesenta y cuatro años, castigado por una vida repleta de excesos, ex ladrón, ex preso, ex semi rockstar, ex celebridad del under porteño, ex traficante de drogas?

La soledad

Pero el tipo apareció. No estaba tramando ningún juego perverso, ni divirtiéndose al hacer pasar un mal rato al cronista, que había llegado a sentirse como uno de esos personajes de sus libros, los caretas, que hay que abofetear para despertarles del falso sueño de vivir una vida predestinada a la rutina de la familia, el trabajo y la casa. 

– ¿Enrique?

– Sí, ¿quién habla?

– Juan Gentile, el periodista que te estuvo llamando para hacer una nota con vos, ¿te acordás?

– Ah, sí. Te pido disculpas otra vez. Me quedé dormido con el celular apagado. ¿Querés que nos veamos ahora? ¿Vos tenés que hacer una de esas notas que inventó la Rolling Stone, ¿no?

– Sí, Algo así. ¿En media hora en el bar?

– En media hora en el salón fumadores del Federal.

Symns es transparente, sincero. Eso, quizás, es su talismán y su condena: no tiene filtro y dice todo lo que piensa. Le costó la pérdida de amores y amigos, traiciones, peleas con cuchillo y hasta algún que otro tiro. Hoy está solo, dice: “Soledad total. Me separé de mi última mujer que fue Vera Land. Ella fue mi último amor y la amo para siempre. La sigo viendo, está casada, tiene hijos. Tenemos una relación más o menos. Yo la extraño muchísimo, porque nunca encontré una mujer parecida. No tengo amigos. No me los merezco. La soledad tiene un reflejo que no sirve, porque se ahonda en la propia mismidad. Yo necesito vivir con alguien. Necesito gente con quien hablar”.

-Pero vos sos un tipo conocido, casi una leyenda. ¿No te sería fácil encontrar alguien con quien compartir tu vida?

-Una mujer no conseguí nunca más. Me costaría mucho volver a convivir con una mujer. Porque la pareja es un infierno, una porquería, una enfermedad del hombre. El capitalismo existe porque existe la pareja. Existen los supermercados porque dos tipos se enamoran. ¡Flaco! ¿Te acordás del Whisky? No, qué Chivas. Blenders. 

“Hay una catástrofe: no hay personas. Decididamente, definitivamente personas. Que estén dispuestas a jugarse enteramente en cualquier revista, en cualquier programa, en cualquier bar. No hay»

El señor de los venenos

Symns fue parte de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, circa mil novecientos ochenta y pico. Por esos años, fue también mentor de la experiencia editorial más importante de la contracultura porteña post dictadura militar, la revista Cerdos & Peces, leída y venerada por la juventud más inquieta y movilizada de la recuperación democrática. Escribió historias que son un mito entre escritores y lectores que pulularon los márgenes del mainstream editorial, como el caso de La banda de los chacales, que relata con equilibrio entre un coloquial lenguaje pendenciero y una prosa rabiosa de ritmo creciente, cual beatnick criollo, la aventura de una banda de ladrones que planea secuestrar al presidente a cambio de una recompensa especial: la apertura de todos los manicomios y cárceles del país. Amigo y enemigo del equipo titular del rock and roll argentino, Symns cultivó un personaje que lo convirtió en protagonista de anécdotas memorables de casi todos los bares y antros rockeros de la ciudad. Ese mismo tipo ahora está sentado en ojotas mientras sorbe su escocés y habla de sí mismo ante un completo desconocido, como si conversara con el espejo.     

Dice que no tuvo adultez. Que fue niño hasta los cincuenta y siete años, y que a partir de entonces es viejo. Ese momento de quiebre, cuenta, fue cuando surgió la idea de escribir El señor de los venenos, su último gran libro, del que se acaba de publicar su cuarta edición. Elvio Gandolfo lo describió como “una de las más jugosas memorias que puedan encontrarse sobre un arco que va de mediados de los sesenta hasta hoy”. Se trata de una suerte de autobiografía salvaje que retrata con tanta furia como fragilidad cuatro décadas de vida delirante, plagada de bandoleros, literatura, sexo, drogas, rock & roll, viajes, traiciones y retratos de alta definición del clima de época de la década de los ochenta. 

“En Chile, después del quilombo del cierre de la revista The Clinic, yo empecé de cero –relata. Tenía 57 años. Sabía que nadie me iba a publicar nada. Había escrito un libro y se lo quise vender a Alfaguara. Me dieron un adelanto, pero querían un libro en contra de las drogas, y yo no estaba dispuesto a tanto. Me di cuenta de que contar mi vida no quiere decir necesariamente decir la verdad. Entonces, empecé a escribir mi vida y la de los otros, partiendo de una frase extraordinaria que una vez me dijo un amigo: `siempre tenés que hablar mal de vos mismo´. Viste que están esos tipos imbéciles como Marcelo Cohen, Tomás Abraham, imbéciles, que hablan constantemente desde esa impostura que es posicionarse desde el saber. Fue muy duro escribir El Señor de Los Venenos, porque tuve que implicar gente y contar cosas que había personas que no sabían que yo las estaba contando, también había cosas que directamente no podía contar, que implicaba muertes. Tuve que desempolvar toneladas de recuerdos, y eso siempre es una tarea gris y pesada”. En ese momento, de unos parlantes enormes instalados en las paredes del bar suena, repentinamente y a muy alto volumen, una estridente música disco, como si el encargado de la musicalización hubiera encendido algo incorrecto y sin guardar relación con el ambiente. Todos los comensales se silencian al sentir el pequeño susto.  Symns parece enojarse: “¡Qué música de mierda! ¡Flaco, te rompo toda la discoteca!”.

“Uso las drogas para, por ejemplo, subir al escenario. La cocaína, más que nada. Fogwill me pegó el hábito»

Su relación con las drogas siempre fue de una intimidad sistemática. A lo largo de los años, supo atravesar por etapas psicodélicas de experimentación con plantas alucinógenas en el Amazonas y cultivar durante años un estrecho vínculo con una de las marihuanas más potentes del mundo, la Punto Rojo colombiana. Sin embargo, fue la cocaína, “el resurrector instantáneo de la continua muerte que provoca el mundo”, la única sustancia que logró enamorarlo y fiel compañera durante la mayor parte de su vida. Su timidez, cuenta, le impedía desarrollar la vida social que secretamente deseaba con fervor: “Uso las drogas para, por ejemplo, subir al escenario. La cocaína, más que nada. Fogwill me pegó el hábito. Me di cuenta que daba una inteligencia suprema para escribir. Si te da por coger, cagaste. Ahora es inútil tomar cocaína, porque es mala. La buena la toman los ricos. Yo soy un tomador profesional. Tengo un dealer que viene todos los días si yo quiero. Antes tomaba todos los días menos domingo y lunes. Ahora soy diabético y no puedo. Pero tampoco tenía que hacer las cosas que tengo que hacer ahora. Sólo tenía que escribir y actuar. Ahora tengo que moverme, ir a cobrar cheques, hablar con la gente, y no se puede tomar”. Cierta nostalgia se apodera de su tono, y resulta un milagro que luego de cuarenta años de cocaína y alcohol Symns se encuentre tan despierto mentalmente. Por lógica, afloran dos hipótesis: o el tipo tomó menos de lo que cuenta, y le enchufa el inflador a la historia de su vida, o está dotado de una lucidez privilegiada que ni los cientos de kilos que esnifó en bares, redacciones, escenarios y cárceles lograron apagar. 

Sólo hay zombies

Symns tiene aires de filósofo callejero. Dueño de una verba privilegiada, se le suelta la cadena y no puede dejar de hablar. Es un torbellino de palabras pesadas, un malabarista de los grandes temas de la humanidad. Así, no deja de trazar una suerte de diagnóstico filosófico de toda la humanidad, el mundo y el cosmos. Pesimista, cree que la Tierra está devastada, que no hay esperanza y que todos nos vamos a morir de algún modo trágico, producto de la incompetencia del autodestructivo género humano: “Hay una catástrofe: no hay personas. Decididamente, definitivamente personas. Que estén dispuestas a jugarse enteramente en cualquier revista, en cualquier programa, en cualquier bar. No hay. Cuando te corrés del sistema, cuando no estudiás, no trabajás, no te casás, no tenés hijos, conocés lo oculto, donde está el éxtasis. A mí me pasó todo eso. Nunca fui al dentista. Nunca me compré un traje. Ahora tengo que ir a la AFIP, y en esos lugares está todo muerto. No hay pasión. En las conversaciones no hay pasión. Veo zombies, gente arrasada. Nadie habla de nada. Están todos preocupados y absorbidos por el dinero. La clase maldita media, la gente que yo conozco, que trabajan en los diarios, que ganan buena plata, en la radio, ¿Qué les pasa con esa vida? ¡Nada!”

-¿Siempre sentiste que sólo hay zombies?

-Hubo una época interesante. Fue la época menemista. Muy rara, muy interesante. Era extraordinario porque nos juntábamos los pistoleros con los comisarios, éramos amigos. Yo tenía amigos comisarios, iba a Lanús y me pasaba días charlando con los canas. Había compasión. En el sentido de compartir la pasión con el otro, no en el sentido de la piedad. Si pasa un pibe vendiendo curitas, ¡le doy veinte pesos loco! Solamente los pobres les dan guita. Por eso está bien cuando los matan por una zapatilla, por el auto. El trabajo es esclavitud y la propiedad privada es el único delito. ¿Quién alambró a la propiedad ajena? El hombre que ha sido saqueado tiene todo el derecho a usar cualquier medio para recuperar lo que es suyo. 

El culito preferido de Maradona

Es sabido que Symns tiene una habilidad extraordinaria para mandar al frente a personajes híper públicos. No tiene ningún reparo en contar que Pappo era violador de mujeres (“Esa noche, Gloria Guerrero me contó el intento de violación que sufrió por parte del bastardo de Pappo, el blusero. El ataque aconteció aprovechando la soledad del bus de una gira. Gloria se defendió y el maldito gusano le partió la cara a puñetazos. Esa rata inmunda de Pappo ya violó a una gran amiga mía hace muchos años”, escribió en El señor de los venenos), que a Andrés Ciro, el cantante de Los Piojos, le gustan los nenes menores de edad, o la cantidad de cocaína que se meten en la nariz distintos personajes del rock y aledaños, como Willy Crook, Daniel Melingo, Gustavo Cordera y el Indio Solari. Symns se queja de que en las redacciones de los diarios y revistas en los que esporádicamente publica algunas notas le cortan los tramos de los textos en los que revela historias que contienen costados ocultos de personajes públicos: “Decir, por ejemplo, que Maradona es transexual, parece que está mal. Te lo cortan. Son cosas que sabe todo el mundo. Por ejemplo, el culito preferido de Maradona es el del tipo ése que era el chofer de Charly García, el cumbiero. Los códigos, los secretos, el código penal, son una mierda. Es todo para que la gente no sepa nada de lo que pasa. Los códigos del fútbol, ¿Por qué es tan común coger con hombres en el fútbol? ¡Porque es fantástico!, coger por el culo de un hombre vírgen, es genial. La heterosexualidad es un invento”, se emociona. Esta vez está sentado en el Rodney, famoso bar de la Chacarita, un jueves por la noche, luego de su habitual intervención en el programa radial de Gillespie, en la Rock & Pop. En la radio, el tipo parece sentirse como pez en el agua. Nada mejor para un hablador que un micrófono, y una invisible audiencia multitudinaria presta a atender cada palabra filosa que dispara sin aviso. Con un cigarro apagado en la mano, habla de todos los temas que surgen en el programa, y cada tanto le tienen que recordar que hable al micrófono, que no encienda el pucho y que module un poco más, porque su destartalada dentadura atenta contra el entendimiento.  

– Y con Fito, ¿Cuál es tu relación actual?

– Fito ahora vive en la conchita de Buenos Aires, Recoleta. Antes vivía en San Telmo, nos cruzábamos en los bares y pasábamos grandes noches. En un momento, fue una cagada porque yo empecé a depender económicamente de Fito. El libro que hice con él, por ejemplo, es excelente. Un gran trabajo documental, sobre todo el desarrollo del crimen de su familia. Ese libro se hizo por decisión de Lanata. Charly estaba por sacar uno, le ganamos de mano, y entró a varias librerías a quemar los libros de Fito. Es un pajero compulsivo, Páez. Una vez pintó toda una mesa con semen, en Rosario. Se masturbaba con las puertas, es parte de una secta muy rara. Te pasás un poco y te rompe la pija. Esa tensión, ese peligro, los excita mucho.

Fito en Cerdos&Peces

Ahora ya somos personas

-Bueno, hombre, ya está. ¿Tenés la nota? –dice Symns, mientras señala el grabador y el cuaderno de anotaciones.

-Me gustaría que hablemos un poco más de rock, de Los Redondos y de La Bersuit. Siempre contás que fueron muy importantes en tu vida.

-Sí, pero estoy hinchado las pelotas de hablar de eso. Sólo te voy a decir que me costó muchísimo reponerme de la traición del Indio. Ahora vive enrejado y lleno de cámaras de seguridad en una quinta, alejado de todo el mundo del que habla en sus canciones. Y al pelado Cordera estuve por matarlo. No te puedo contar por qué. Pero casi lo asesino. Me voy. Sos agradable, me caíste bien –dice, con una sonrisa en los labios, mientras se incorpora. Luego, balbucea algo que no se entiende pero parece una sentencia universal.

-¿Qué? –le pregunto, y me acerco para que me hable casi al oído.

-A partir de ahora vamos a poder hablar como personas. Vos y yo, ya somos personas –dice, cómplice, mientras sostiene la mirada por uno o dos segundos.

Acto seguido, el símbolo máximo de la contracultura nacional, el último maldito, el gran bandido literario, se aleja hacia la puerta. Arrastra sus ojotas con resignación. 

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