Macarena Zamora, una piba que lo dice fuerte

🗣️ Apenas salida del secundario escribió su primer libro, "Decilo fuerte", que relata las vivencias de estudiantes secundarios con testimonios en primera persona, obligando al lector a ponerse en la piel de los adolescentes y reflexionar sobre las situaciones que deben atravesar.

Macarena Zamora es una joven curiosa. En quinto año y con plena pandemia en el medio tuvo la primera clase de Educación Sexual Integral (ESI) en su escuela secundaria de gestión privada. Tenían planeado el tradicional viaje a Bariloche, cuenta, y los docentes se limitaron a enseñarles cómo usar un preservativo. Y nada más. 

“Me hizo ruido, no me gustó. Me puse en contacto con alumnos que cursaron entre 2015 y 2020 para empezar a recolectar información y que me contaran cuán satisfechos estaban con la ESI. Los más grandes quizás estaban mejor porque aunque sea les dieron esa clase con un pene de madera o un pepino, pero desde 2018 eso no se hizo más. Y se daba solo en quinto año porque era cuando había una docente que se ocupaba de eso”, relata la joven de 20 años en diálogo con El Grito del Sur.

Macarena sistematizó todos los datos que recopiló para armar un informe que presentó ante las autoridades escolares sobre si les alumnes querían recibir ESI y por qué. “El colegio lo recibió muy bien, sin enojo. Pero pasados los dos o tres meses no noté ningún cambio, así que decidí hacer otro informe que se llamó ‘¿Y si fuera tu colegio?’ en el que preguntaba sobre situaciones de acoso que hayan atravesado en el cole y mucha gente se puso en contacto conmigo -cuenta Macarena-. Yo estaba terminando el colegio, pero no quería dejar de escribir sobre eso, me copaba hacer encuestas y ver qué temas iban surgiendo. Y una profesora me dijo: ‘¿Por qué no hacés un libro con esto?’”.

Así surgió Decilo Fuerte (Grupo Editorial Sur), con testimonios en primera persona, relatos que buscan poner al lector en la piel de les adolescentes de hoy, de sus problemas, de sus angustias, de la vida en una escuela que no solo no los contiene sino que a veces se vuelve el centro del hostigamiento, de las redes sociales, de los abusos, de la salud mental.

El libro es muy coral, pero en los testimonios en primera persona aparecen muchos casos de trastornos de conducta alimentaria (TCA). ¿Cómo fue encontrarte con eso y qué rol tienen las redes sociales?

Varios de esos testimonios surgieron con el segundo informe. Yo me hice un Instagram muy privado, cuando aceptaba la solicitud le mandaba a la persona los formularios y ellos llenaban lo que quisieran. A muchos de los que dieron su testimonio los conozco y fue muy fuerte enterarme de ciertas situaciones, más sabiendo la edad de cada uno. Hay un patrón, además, de que en un segundo año de una camada hubo muchas personas con TCA, demasiadas para un mismo curso. Esas personas me hablaron de las redes, aunque no las criticaron del todo porque hay cuestiones que tienen que ver con compararse con personas que tenés al lado, como tu amiga o tu hermana. A esas personas no es que las podés dejar de seguir y no ver qué fotos suben a Instagram.

Vos también mencionás que las redes tienen una importancia en las relaciones interpersonales.

Sí, son un arma de doble filo. Podés seguir a todos los alumnos de tu camada de tu colegio y te podrían decir que está bueno para estar actualizado con qué pasa en la vida de esas personas, pero al mismo tiempo eso puede ser mucha información que te agobie. Varias personas se agobiaron y decidieron salir de redes, hacer un detox de redes, porque tanta información los agobiaba y no sabían cómo hacer para que eso no les pasara. Las amistades podés seguir teniéndolas, porque eso excede el mundo de la virtualidad. Pero algunos chicos sentían que se quedaban afuera de la popularidad que te dan las redes sociales.

El libro narra situaciones de acoso, en particular por parte de un compañero a varias personas, pero también de un docente que termina invitando a salir a una alumna. Sin embargo, mencionás que las personas acosadas no se animan a hablar. ¿Cómo convive esto con la ebullición de la llamada ‘revolución de las hijas’?

Desde ya que hay un empoderamiento, eso seguro. Algunas chicas se animaron a hablar, pero hay otras que son muy feministas, pero que no quieren decirlo porque saben que no las van a ayudar. Hablé con una compañera muy feminista, con una actitud súper fuerte, que fue acosada y prefirió no decir nada porque hablar implicaba que sus compañeros se enteraran de lo que había pasado, pero que no se iba a resolver el problema. Otras chicas contaron el acoso de un compañero de curso, pero nadie iba a sacar a ese chico de la clase. Eso es estar todo el tiempo al lado de la persona que te acosó. Se nota que falta que las autoridades se involucren más.

Hay una idea en el libro de que la escuela ya no representa para muchos alumnes un refugio, sino que mencionan lo mucho que les cuesta ir y permanecer ahí. ¿Cómo intervino la pandemia en eso?

De lo que pude recopilar, hace falta que haya una muestra de interés sobre los alumnos que dé cuenta de que no sos solo un nombre o un número, sentir que si te pasa algo alguien se va a preocupar por cómo estás. Hoy la sensación es que podés hablar con el director, pero que no va a pasar nada. Muchas personas respondieron que confiaban en sus preceptores, pero que no se gastaban en decirles ciertas cosas porque si la autoridad no se va a hacer cargo, ¿para qué? Con la pandemia lo que vi es que falta una mirada de salud mental, que todavía sigue siendo tabú en muchos lugares. Hay chicos con ansiedad, depresión, que se agobian si están con gente alrededor. Todos estos son testimonios de colegios privados, en públicos pude ver que se siguen más los reglamentos y que los chicos saben que existe una psicopedagoga, que pueden hablar con alguien.

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Ludmila Ferrer

Periodista y Licenciada en Comunicación Social (UBA). Escribe también en Página/12 y sigue más podcasts de los que puede escuchar.