Ringo Bonavena: triste, solitario y final

🥊 "Ringo. Gloria y muerte" narra los últimos días de la vida del boxeador y su camino hasta pelear contra Muhammad Alí, pero se centra más en la muerte que en la gloria. ¿Es posible contar la historia de un ídolo popular sin apelar a la tragedia?

Ídolo popular. Varón. Deportista. Machirulo. Una muerte triste, trágica. Esta enumeración le calza a más de uno. A finales de marzo se estrenó “Ringo. Gloria y muerte” (Star+), la miniserie que cuenta la vida de Oscar Natalio “Ringo” Bonavena, centrándose en el camino que tuvo que recorrer el boxeador argentino hasta lograr una pelea con Muhammad Alí y, en paralelo, sus días finales en Reno, Estados Unidos, donde murió asesinado por orden del mafioso Joe Conforte. La serie de “Ringo” no es la primera en relatar las vicisitudes de un deportista argentino y al igual que algunas antecesoras mantiene una narrativa lúgubre con un protagonista que sigue la lógica de “vive rápido, muere joven”, donde se deja de lado lo deportivo o cuán significativa fue la persona para la cultura popular.

Con excelentes actuaciones -Jerónimo Bosia brilla como un alegre y chistoso Bonavena-, saltos espacio-temporales en un mismo episodio -un recurso que ya parece casi de rigor en una biopic-, una buena reconstrucción de época desde lo fotográfico y con un uso inteligente del material de archivo que permite contextualizar el momento histórico que se atravesaba tanto en Argentina como en Estados Unidos en la década del ‘60, “Ringo. Gloria y muerte” parece centrarse más en la muerte que en la gloria. 

“Ringo” es bocón, farandulero, chistoso, hincha de Huracán, interesado en el dinero y con un objetivo que (spoiler) no conseguirá nunca: ser campeón del mundo de los pesos pesados. Hasta ahí, todo bien. Pero queda la duda de cómo llega a pelear con rivales que tuvieron la corona de la categoría, con los nombres más destacados del boxeo de la época. El protagonista pregunta “con cuántos se tiene que fajar” para ser campeón o se queja de los golpes que recibe sobre el ring para mantener a su familia. 

Su primera pelea con Joe Frazier -a quien hizo besar la lona dos veces en el segundo round- en 1966 es mencionada al paso, solo importa que perdió cuando disputó el cinturón en 1968 en una Filadelfia agitada por el asesinato de Martin Luther King. Lo mismo con la pelea con Jimmy Ellis. Importa sí que la serie muestre cómo el establishment blanco quería a un boxeador que destronara a los campeones afroamericanos en la categoría más importante y que Bonavena -que hizo comentarios racistas en la vida real y en la adaptación audiovisual se mofa de los Panteras Negras llamándolos “primos de Alí”- cumplía ese rol. Tanto Ellis como Frazier fueron campeones del mundo y Alí, por supuesto, también.

Pero acá no hay Rocky, no hay lugar para el que perdió, por mejor que haya sido la pelea contra Alí. “Ringo”, el showman, el que se codea con famosos, el que se paró en la tele a cantar “Pío pío”, el que conocía los resortes de los medios de comunicación al punto tal que se hizo amigo del creador de Crónica, Héctor Ricardo García -padrino de su hijo “Ringuito”-. “Ringo” el triste, solitario y final.

El asesinato de Bonavena fue triste y su cortejo fúnebre fue acompañado por hordas de Parque Patricios. En el barrio está hoy la estatua amorfa del boxeador, una de las tribunas del Palacio Ducó lleva su nombre y es también invocado con alegría en cantos de cancha de Huracán.

El sepelio de «Ringo» fue en el Luna Park.

Las narrativas sobre la vida de deportistas con muertes tempranas no tienen la obligación de ser tristes. Subyace, a veces, la idea de que los ídolos populares -que provienen de clases populares- no pudieron, no supieron disfrutar de todo lo bueno que les sucedió, de que hubo “un golpe de suerte” que los catapultó a un estrellato al que no pudieron hacerle frente. “De Fiorito a la cima del mundo, de una patada en el culo”, dijo Diego Maradona.

Quizás el relato trágico no es la única forma de contar una vida que terminó, valga la redundancia, en tragedia. La vida es compleja, con luces y sombras. Leonardo Favio lo muestra en la vida de otra estrella pugilística argentina: José María Gatica. “El Tigre”, “El Mono” y “señor Gatica”, para quienes vieron la película de 1993 protagonizada por Edgardo Nieva.

Gatica fue ídolo popular, varón, deportista -peleaba en la categoría de pesos ligeros-, machirulo, de origen humilde, carismático. Igual que “Ringo”, no fue campeón del mundo, pero a diferencia de él era peronista. Fue su ideología política la que condenó a Gatica: después de la Revolución Fusiladora de 1955 le sacaron la licencia para boxear, condenándolo a la pobreza, al malestar. También murió joven, con apenas 38 años y atropellado por un colectivo.

Bonavena usó en numerosas ocasiones remeras que reivindicaban la soberanía argentina sobre las Malvinas.

Pero Favio, otro peronista, eligió mostrar al héroe, a la épica que lo rodeó en lo que Gatica llamaba “la leonera”, a un deportista, a alguien proveniente de las clases populares que gozó gracias a las políticas del justicialismo de la fiesta, de derechos, al igual que sus fanáticos que provenían de su misma clase social. 

Mientras “Ringo” yace muerto fuera de un prostíbulo en medio del desierto, lejos de la tierra que lo vio nacer, “Gatica, el mono” es llevado en andas, sin ser campeón, con la celeste y blanca de fondo.

Compartí

Comentarios

Ludmila Ferrer

Periodista y Licenciada en Comunicación Social (UBA). Escribe también en Página/12 y sigue más podcasts de los que puede escuchar.