“Sueño con la construcción de una escuela en donde todes tengan voz”

🏫 Con 28 años de trayectoria y una sensibilidad que la llevaron a ocupar su cargo, Carla Rivero -primera directora trans en una escuela de Rosario- se contrasta con Sarmiento y se encuentra en sus estudiantes. “No creo en la diferenciación, la escuela es un equipo, hay que caminarla para que funcione”, afirma.

Llevamos más de 30 minutos de charla de una jornada que parece no terminar, como la semana. Hace pocos días, Carla Rivero fue nombrada como la primera persona trans en asumir la dirección en una escuela de Rosario, la Nº 79 «República del Paraguay» de Tiro Suizo, y desde un montón de lugares quieren hablar con ella. En un intervalo, mientras retomamos a grabar esta conversación, reconoce que la aclaración respecto de su identidad, que encabeza cada entrevista, le genera sensaciones contradictorias. Entiende que responde al desconocimiento, a la carencia de preparación de muchos sectores de la sociedad, y visibiliza los avances. Pero es como si siempre tuviéramos que reivindicar que así con nuestra condición y autopercepción a cuestas, ocupamos determinados espacios: que mujeres trabajan en la ciencia, que las comunidades indígenas se reciben en carreras de Derecho, que sucede la inclusión en el deporte, que se puede ser feminista y católica, que una persona con discapacidad está capacitada para protagonizar una serie.

¿Vos cómo titularías esta nota?

Fíjate que eso pasa en todas. Tiene que ver con la necesidad del rótulo. En la cocina, agarrás un frasquito y le ponés ‘Romero’ = etiqueta, ‘Pimienta’ = etiqueta; con la ropa lo mismo. El mundo necesita la etiqueta, sino parece que no puede vivir. Hay gente que es tan obsesiva con eso que necesita que hasta en la sexualidad pongamos etiquetas cuando es una construcción personal, que no necesita ser explicada. Se explica si se puede; hay personas que no pueden y tiene que ser respetado.

“Persona y personalidad indisociables”

Carla Rivero tiene 52 años y 28 de trayectoria como docente. Sabía que este año se iban a producir algunos movimientos en el colegio, y que para un cargo de vicedirectora “seguramente iba a llegar”. Pero se abrió otra vacante: un reemplazo para ocupar la silla como directora. La oportunidad le resultaba remota.

“Yo estaba 15 en el escalafón. Cuando empezaron a ofrecer el cargo, muchos lo rechazaron con sus diversas razones personales. Yo no estaba a la expectativa, pero mis compañeros enloquecían viendo a quién llamaban. Otras me decían ‘te va a tocar a vos, dale’”, recuerda a medida que comparte sus memorias con El Grito del Sur.

La anécdota la cuenta como si volviera a ser una niña ante su primer día de clases: “El 22 de marzo me estaba preparando la ropa para ir a la escuela. Preparé el portafolio, me duché y 12.10 suena en el celular la llamada de un número que no tenía agendado. Atiendo. Era la supervisora. Cuando se presentó, supe: ‘soy la directora’.

“Fue muy emocionante. Mis compañeras y compañeros docentes me estaban esperando en dos filas y me aplaudieron. Por lo general, cuando te toca un cargo así te avisan con anticipación, te ponés nerviosa y te preparás un día antes. Yo no tuve tiempo de reaccionar más que un café”, comenta simpática la también coordinadora del primer secundario para alumnos travestis-trans y diversidades en Rosario. 

En Argentina, un 34% de mujeres trans completa sus estudios secundarios frente a un 54% de la población global (según recupera un informe del Centro de Implementación de Políticas Públicas para la Equidad y el Crecimiento: CIPPEC). A su vez, se estima que alrededor del 80% ejercen trabajos precarios debido a la imposibilidad de acceso a múltiples puestos de trabajo. Esto reduce considerablemente su esperanza de vida a entre 35 y 40 años. En este contexto, historias como las de Carla transforman el paradigma. 

“Yo siempre fui un poco rebelde, pero la rebeldía tiene que ver con el cuerpo político de las travestis, sino ¿dónde viste una travesti que no sea rebelde?”, cuestiona.

Carla Rivero junto a compañeras de la escuela

Antes del profesorado, Carla ingresó primero a la Facultad de Derecho para ser abogada pero desistió impulsada por esas mismas ganas por transmutar el sistema y generar oportunidades que la condujeron no mucho tiempo después hacia el terreno educativo. Se recibió en 1996 pero antes, apenas con tres meses de cursada, ingresó a trabajar en la Escuela Primaria Alicia Moreau de Justo, la 1271 de Villa Gobernador Gálvez, aquella que conformaría durante 20 años, que describe con el cariño y compromiso de defender la educación pública.

“Me hice a fuerza de trabajar en una escuela muy humilde y con un componente humano lleno de vulnerabilidades. Cuando empecé a ver las necesidades que había dentro de la comunidad, me fui dando cuenta: ‘esto es para mí, a ver cómo puedo ayudar’»— recuerda sobre la institución, donde en 1997 comenzó su transición— “Yo no era trans todavía. Era un chico flaquito, tenía el pelo largo y sin experiencia. Pasó tiempo para que se aprobara la ley (de identidad de género en 2006). Mientras tanto, yo pasé por un proceso donde no era Carlos ni era Carla, y en ese ‘ni’ entró Carli, así me apodó una compañera. Todas estas vivencias fueron conformando mi persona y mi personalidad indisociables”.

Por un hecho de inseguridad se fue de la provincia y estuvo siete años en Corrientes, donde lamenta: “Sentí por primera vez lo que era la discriminación dentro de una escuela”. Luego regresó a Rosario, donde la historia además de reparatoria fue cíclica.

¿Tuviste estudiantes que se vieron representados en vos?

No hace mucho me escribió una ex alumna para expresarme que para ella fue muy importante que yo respetara su decisión de llamarla con el apellido de su madre en el colegio y no por el de su padre, porque le recordaba su violencia. También este año otra alumna me confió: ‘quiero ser un varón trans’ y el nombre con el cual quería que lo llamé. Le dije contá conmigo desde este mismo momento, que no había apuro y que no intervenga su cuerpo hasta que tenga la plena seguridad. El otro día me dijo que se iba a cortar el pelo, le llevé un folleto con los derechos que tiene por la ley de identidad de género, me abrazó y se largó a llorar. Hoy cuidamos las infancias trans, pero hace 25 años no se hablaba de esto. A mí me pasó pero de a poco me fui liberando.

Desde tu historia, ¿cómo te atravesó en esos años la implementación de la ESI?

Yo me acuerdo cuando dábamos Ciencias Naturales y teníamos que mandar una nota a los padres para que autorizaran a su hijo o hija para que viéramos ‘reproducción sexual’. Años después, en la primera reunión de familias donde introduje los contenidos de la ESI, tuve que explicarle a una madre que se levantó horrorizada, la importancia del cuidado de nuestro cuerpo y del de otro. Lo viví como docente y ahora como personal directivo: todavía no vi una planificación que contemple los contenidos de la ESI. Si bien el contenido es transversal, estaría bueno que sea un área curricular. Tengo preparado en la dirección un bibliorato con todo el material para que se desarrolle una clase de ESI en cada grado por lo menos una vez por mes. Siendo persona trans, ¿cómo no le voy a dar este giro a la escuela?

Antes del profesorado, Carla ingresó primero a la Facultad de Derecho para ser abogada pero desistió impulsada por esas mismas ganas por transmutar el sistema y generar oportunidades que la condujeron no mucho tiempo después hacia el terreno educativo.

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Finalmente, el 1 de agosto ingresó a la actual Escuela Nº 79 «República del Paraguay» donde le tocó realizar el acto de Sarmiento. Justo a ella, que abandonaba los actos del 11 de septiembre “porque jamás le podría rendir honor” a ese hombre que permanece congelado en un cuadro que hoy decora su despacho, con el que tanto se diferencia. “Para mí el Día de la Docencia debería ser el 4 de abril, porque mataron a Carlos Fuentealba, cayó un maestro luchando”, sostiene mientras repasa el legado de las Hermanas Cossettini y Juana Manso tras atender una jornada de reuniones, y llegar a su casa.

¿Termina, acaso, el día de una docente o el de una directora?

Tengo 29 docentes de grado a cargo, más los docentes especiales, más los asistentes escolares, más las familias con las que siempre surge alguna situación, más todos los papeles que debo ir respondiendo. Por lo general no me llevo el trabajo porque estoy más horas en la escuela: desde las 7 que entro hasta las 18 horas. Me quedo desde media hora antes de que arranque el primer turno de la mañana hasta que se va el último alumno del turno tarde. Aunque mi horario debería ser menor -de 9 a 15- por la directiva del plan 25. Me parece una manera de acompañar. Termino cansada pero con gusto. La escuela es un equipo, no creo en esta cuestión de la diferenciación, de que la directora no sale del recinto. Yo recorro, y no porque ando vigilando sino porque me gusta hablar muchísimo con los chicos, busco soluciones. La escuela hay que caminarla para que funcione.

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Como quien dice, tener calle. Requisito que se les exige a funcionarios y funcionarias de la política, sensibilidad que atraviesa la realidad de personas travestis-trans. 

“Sueño con la construcción de una escuela desde el diálogo, donde todes tengan voz. Mi objetivo es estimular una conciencia crítica en las y los alumnos, que puedan opinar, criticar: formar buenas personas. No soy la responsable pero he colaborado. Voy a hacer las cosas, con amor, con humildad y cuando es así, a veces da reconocimiento. Y quizá vale la pena”, confía.

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