Gran Hermano: todas nuestras distopías ¿se cumplieron?

📺 Volvió Gran Hermano y cambió el gobierno. Muchos saben que el ente está inspirado en el clásico 1984. Para otros, es solamente un programa de televisión. Por eso conversamos con la investigadora especialista en medios de comunicación, Yamila Heram, para entender cómo funciona hoy el fenómeno televisivo y si es posible quedarnos afuera.

¿Qué pensaría George Orwell si se despertara un día y viera que el gran concepto de su novela se convirtió en un reality show donde durante alrededor de cuatro meses una veintena de personas eligen convivir dentro de una misma casa microfoneadas y siendo constantemente grabadas para ser televisadas?

Alguna vez, luego de publicar 1984, y cuando al autor le adjudicaban que su libro tenía la naturaleza de una suerte de premonición o de futuro del que deseaba prevenir a su hijo, aseguró que no creía “que la sociedad que he descrito necesariamente llegue a ser una realidad, pero sí creo que puede llegar a existir algo parecido”. Volvió Gran Hermano.

Muchos saben que la concepción del ente que todo lo ve y todo lo vigila proviene de esas páginas que Orwell escribió en 1948. Para otros, es solamente un programa de televisión. 

Habían pasado ocho años después de la hasta entonces última edición del programa en 2016, y la televisión argentina recogió el formato, lo lustró y le dio cuerda para que volviera a ser vigente. A fines de 2022, la maquinaria estuvo lista y fue un éxito en términos de rating generando picos que ningún ciclo alcanzaba y las teorías sobre qué participante se iría, cuál quedaría una semana más, qué caía bien o mal, circularon a escalas no sólo de redes sociales sino que reinstaló las conversaciones en la mayoría de los grupos de amigos y pertenencias: ¿Qué le encontramos entretenido a mirar? ¿Nos interesa la pelea por los huevos que están empezando a faltar? ¿Hasta dónde los participantes pierden la noción de que los están grabando? ¿Y si a mí me llamaran qué diría en ese casting? ¿Quedarnos únicamente viendo nos vuelve más insensibles? Así, la fórmula rindió y aseguró una edición consecutiva que desembarcó esta semana en Telefé y desde transmisiones por streaming donde se puede seguir las 24 horas. Pasaron sólo meses de que el ciclo terminara y volvió a empezar. 

“Hay algo de este fenómeno que trasciende género, clase social y que hace que se lo vea”, opina en conversación con El Grito del Sur Yamila Heram, investigadora del CONICET dedicada a temáticas relacionadas con los medios de comunicación y la recepción de audiencias. “Me interesa tomar de estudio esos objetos ‘más banales’ y horas semanales que generalmente no están tan legitimadas”, asegura, al tiempo que plantea: “Creo que la televisión sigue ocupando un lugar central en la vida de las personas, en nuestra cotidianidad social y en la agenda, generando opinión pública. Me parece que es un objeto un poco efímero, porque todo lo que sucede dentro es muy inmediato, y que a la vez tanto cambió, no estamos tan lejos de lo que pasaba 20 años atrás. Entonces, ¿qué hace que durante 30, 25 o 20 años, el mismo formato esté ocupando el prime time y que no permean en una sociedad en la que parece que todo cambia y todo es súper vertiginoso? ¿Qué sucede con estos programas en determinados contextos sociales-políticos? ¿Por qué Gran Hermano aparece en este momento y no en otros?”.

La primera vez que Gran Hermano se vio en Argentina fue en 2001. Afuera: golpeaba el período de la crisis económica más profunda de la historia contemporánea de nuestro país. Adentro de la televisión: la vida continuaba y, además, proponía conflictos, romances. El programa tuvo una edición consecutiva 2002-2003 (incluso “Los Simuladores” le dedicaron un guiño al apogeo de programas realitys con Milazzo hablándole engañado a una cámara ficticia) y volvió a emitirse, casi en su totalidad durante períodos electorales: 2007; 2010–2011 y 2011-2012 (exceptuando las ediciones consecutivas), 2015; 2016 hasta los últimos 2022 a 2023 y 2023 a 2024. Antes: una novela trazaba una distopía. Hoy ese futuro, ¿llegó?

“Es muy fuerte lo que ha sucedido en estos tiempos, donde en los últimos tres meses, ligado a las elecciones, a Milei y a su gente coreando ‘no hay plata’. Eso me parece distópico más que Gran Hermano” –resalta Yamila– “Yo creo que estos programas funcionan más allá de quién está gobernando. Pero por ejemplo en la edición anterior teníamos a Romina, que era una diputada por el Frente de Todos (hoy Unión por la Patria), que en ese momento era como la contrafigura. Sí me parece que la relación tiene que ver con un hartazgo en el consumo de información que hay, y no lo digo a título personal, sino que las investigaciones que hacemos nos llevan a muchas otras investigaciones de colegas que llegan a las mismas conclusiones: que las personas están sobre informadas, sobresaturadas. Y sí creo que en un contexto como de gran estrés social en el estamos viviendo o que vive gran parte de la sociedad, y en una semana donde se comunicaron los anuncios económicos con ajustes que iban a venir, y una inflación de más del 100%, eso lleva a un intento de evasión, como elemento distractivo y no me parece menor”, problematiza, al tiempo que complementa: “Es muy pronto para hacer algún tipo de conclusión, porque estamos ante un programa que lleva 5 días y un gobierno que lleva 5 días”.

Julieta y Romina. Gran Hermano 2022-2023

Casi sincrónicamente al reestreno de Gran Hermano –con apenas unas semanas de diferencia–, Netflix lanzó en su plataforma una versión reality de su serie “El juego del calamar”. La ficción del director surcoreano, Hwang Dong-hyuk, planteaba qué serían capaces de llegar a hacer personas viviendo en situaciones desesperadas para conseguir dinero y cambiar su realidad. El remate de la historia, probablemente el más terrorífico, fue descubrir que el juego –para el que fueron convocados– es manejado por un conglomerado de magnates de diversos países que se encuentran a ver cómo las y los participantes mueren y se asesinan entre sí para que sólo quede uno: el ganador.

“Ya hemos visto en la ediciones anteriores cuestiones que son éticamente reprochables, en esa forma de ‘juegos’ pero el programa se alimenta por esos exabruptos que van a cuestionar un determinado tipo de ética, de moral y por lo tanto van a generar el debate. Dentro de un contexto de encierro, sin contacto con el exterior donde todo el tiempo ponen pruebas para que estés un poco más alterado psicológicamente: hacer tal destreza física que te agota o que tenés poca plata para ir al supermercado y falta la comida, o ya tener un solo baño y dormir en una habitación 12 personas, genera toda una situación de estrés mayor a las de la vida cotidiana. Ya sea porque tuvieron relaciones sexuales o porque uno le contestó mal, porque están manipulándolo, porque tal le hace el vacío, porque se comió la comida del otro. Funciona así. Sin eso no habría programa y el programa se alimenta con ese pan y circo, ¿no?”, problematiza la especialista.

De ahí lo que en Occidente llamamos circo, que por supuesto devino de esa frase. El entretenimiento del pueblo, en una estructura oval donde personas montan números extraordinarios de equilibrismo y acrobacia, antiguamente con animales. Incluso, la película “El Gran Showman” (2017) expuso la crueldad del fundador P. T. Barnum, mostrando cómo reclutó a cada uno de los integrantes (la mujer barbuda, un hombre de talla baja, otro albino, etc) que presentaba al público como criaturas extravagantes. Entonces ¿Es GH un juego? ¿Un circo? ¿Muestra las miserias o prepondera el éxito de poder trascender de “una vida común”? ¿Muestra a los participantes como fenómenos o reflejos de la sociedad que ya no forman parte porque construyen la suya, dentro y con una voz distorsionada que les habla?

Claramente tiene una estructura donde prima la competencia y donde los valores están puestos en: ustedes son jugadores, van a jugar por un premio que es el dinero, y en ese juego hay un ganador. Por supuesto, hay un protocolo a seguir y ciertos límites, pero después, ¿más allá de esos límites, está todo permitido?”, cuestiona la también Doctora en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires (UBA), y profesora en la carrera de Ciencias de la Comunicación.

Poner el ojo

Verano 2023. Yamila alquila con su familia una casa en una cabaña. El día que llegan la dueña les muestra los ambientes, mientras su hija presta atención a la tele, que está encendida. —¡El programa que mira mamá! —dice. “Me puse toda colorada y le empecé a decir ‘lo que pasa es que soy investigadora…’ o sea, como excusarme, ridículo”, cuenta hoy al tiempo que identifica que también existe un consumo vergonzoso en torno al programa, además del tradicional o del irónico. 

Gran Hermano desnuda otra contradicción, bien propia de la clase media: ¿no verlo es juzgar con arrogancia un consumo popular? ¿Pero verlo es reproducir una serie de lógicas reprochables? 

“Yo creo que a veces en determinados sectores profesionales, de clase media y demás, hay ciertos prejuicios con decir que uno mira Gran Hermano, porque quizás hay un mandato que en su tiempo libre uno debería estar haciendo otras cosas. Y por otro lado, si te ponés a ver Gran Hermano, una puede reconocer determinados estereotipos, problemáticas, valores no tan interesantes que transmiten estos programas. Como ¿cuáles son los valores que se te transmiten, qué es lo que podemos rescatar?”, responde la especialista. “A la vez hoy creemos que es un consumo mega individual y que somos las reinas y señoras de decidir nuestros consumos, y creo que es parte de un mito. Digo, una no está todo el tiempo tomando tantas decisiones. Y quizás no es el programa que elegimos, pero vivís con tu familia, o lo hablan tus amigos y amigas; más una cantidad de programas satélites que retoman lo que pasa en el programa. Están marcando que hay un interés de las personas por ver eso y me parece que ahí está un poco la complejidad de pensar estos productos y el ¿qué pasa que no llegamos a legitimarlo?”, señala.

Gran Hermano desnuda otra contradicción, bien propia de la clase media: ¿no verlo es juzgar con arrogancia un consumo popular? ¿Pero verlo es reproducir una serie de lógicas reprochables? 

Una gran pantalla

Para Yamila, las redes sociales “potenciaron” Gran Hermano, funcionan como amplificadores. Es interesante. Si volvemos a la novela de Orwell, el control lo tenía un solo ente totalitario. Hoy con Instagram, TikTok, (distinto con Facebook) todas y todos estamos al tanto, espiamos esa vida del amigo o famosa que seguimos. ¿Cambió la manera de ver el programa? Tal vez con la participación y especulaciones en Twitter. Entonces, si se modificó pero no la novedad de transmitirnos, ¿hemos incorporado más mirarnos que antes?

“Es verdad que las redes sociales lo potencian, pero Gran Hermano previo a las redes sociales igualmente tuvo un gran atractivo, ¿no?”, manifiesta la especialista en medios de comunicación. “Lo que pasa es que está estructurado como una suerte de ficcionalización que vos estás espiando, pero a su vez estás como consumiendo una novela donde hay personajes que se construyen ahí, donde hay historias que tienen un principio, un desarrollo y un fin. Son los cinco minutos de fama, hay como un atractivo que hace que te prendas a verlo como los programas de preguntas y respuestas. Creo que estos programas tienen un poco el cuento de ‘La Cenicienta’, ¿viste? En teoría son ‘personas comunes’, y cómo podría ser yo la que está ahí y qué haría. ¿Qué me hace falta para entrar si yo tengo un carácter picante?”, reflexiona.

Donde también se interpela a las audiencias es en la aparente diversidad de participantes. Este año con una modelo curvy, un azafato, una doble de riesgo completamente tatuada y rapada, un gaucho, un chico con ascendencia oriental, una ex policía, una pediatra, variedad de generaciones y de provincias, también con una chica que las sobrinitas la confundían con Barbie, y un Tincho. La edición pasada se jactaba de haber evolucionado su paradigma: el hegemónico Holder fue el primer eliminado y decían que era una edición menos conflictiva en los sangrientos términos televisivos. Durante las presentaciones varían cuestiones y predomina el “no quiero trabajar” (que a la vez desafía a una sociedad meritócrata). 

“Hay una forzada o falsa diversidad que pretendemos entrar al programa o ver a mayorías en personas mega hegemónicas. Pero hay como un aparente abanico, aunque creo que son un fenómeno, porque el reflejo de la sociedad tendría que ver con otra clase social (hay un 40% de personas en situación de pobreza), otros cuerpos, y problemáticas. Sí, son personajes muy estereotipados y mega atractivos cada uno. Por la forma de presentarse y demás, que hace que quedemos viendo cómo entre ellos van a funcionar”, detalla Heram. 

“Hay un cambio, pero yo creo que es un cambio más aparente. En la edición anterior hubo posibilidades de tratar determinados temas ligados a la violencia de género. Sin embargo, si lo comparamos con 20 años atrás, había algo que se quería decir, pero me daba la sensación que por parte de los propios programas no tenían las herramientas para poder abordarlo y hacer algo. Hoy pasa por ejemplo que ‘ya no podemos hablar de los cuerpos’ y a los tres segundos estás hablando de un cuerpo, bueno, porque es muy difícil de erradicar e implica todo un proceso de deconstrucción en todos y todas nosotras. De hecho, también pasaba con otros programas de la televisión donde ya no vas a cortar la pollerita, pero tampoco cambió tanto, ¿no? Vamos a ver ahora qué sucede con esta nueva edición y ¿cuáles son los límites que puede llegar a pasar este otro Gran Hermano? Es un poco la mediatización de la sociedad lo que ha llevado a que esto funcione como entretenimiento y como vía de escapatoria. Por ahí, en una próxima edición podemos ver dos personas embarazadas o a una mujer pariendo ahí, no sé”, profundiza.

En los ‘90, antes que Gran Hermano desembarcara en nuestra televisión argentina, se estrenó una obra cinematográfica que cambió en gran medida la forma de ver la realidad: “Matrix”. Durante su primera película Morfeo (Laurence Fishburne) le advierte a Neo (Keanu Reeves) dos opciones: puede tomar la pastilla azul y su rutina continuará como siempre, si elige la roja entenderá que su mundo es una simulación. La lucha del elegido se extiende durante tres películas hasta llegar al núcleo: donde el arquitecto del sistema es un hombre sentado frente a millones de pantallas. Años después, “Black Mirror” (que este año estrenó su sexta temporada) se instalaría como la distopía moderna y el terror de los extremos a los que nos puede conducir la tecnología. La realidad hoy se nos mide en términos de pertenencia también, ¿si miro Gran Hermano me quedo dormida en la Matrix? ¿Y si no me pierdo las conversaciones de mis amistades? 

“Es verdad que si vemos algún capítulo de ‘Black Mirror’ que en su momento era imposible y hoy parece que no estamos tan lejos. Pero sí me pareció algo distópico que luego de una pandemia, haya personas que decidan ir a encerrarse a una casa. Aunque creo que es como funcionan los medios de comunicación”, sostiene Yamila. Sin embargo, como pasó con MasterChef, Telefé parece medir el termómetro social, y cuando el contexto social resulta amenazante, programas que traen algo de la casa o lo hogareño se vuelven lo seguro, el sitio para descansar aunque sea la mente.

“Además entendiendo que también la televisión y las redes son un mundo de fantasía, de brillitos de colores, a través de donde estamos viendo personas que van con el canon que no nos hace ruido verlas. Ya si te ponés a pensarlo, yo a veces digo que me parece que lo que nos está pasando no puede ser real lo que está, pero no por Gran Hermano, sino por la realidad que estamos viviendo”, cierra.

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